ESPEJO DE PAPEL

Andrea Abreu: "Vivir con la panza de burro"

La suya es de las voces más potentes de la escritura nacida en Canarias en el último medio siglo, junto a las de Víctor Ramírez o de Félix Casanova de Ayala

La escritora y periodista canaria Andrea Abreu.

La escritora y periodista canaria Andrea Abreu. / CÉSARO DE LUCA

Juan Cruz

Juan Cruz

Salió al estrado con sus pantalones vaqueros, su aire de quien no pasa por allí, y cuando se sentó (ante la periodista Jessica Martínez, granadina) esta canaria de Icod de los Vinos (Tenerife) ya encandiló al público que asistía, este sábado, a la entrega de los premios del festival Ñ.

Andrea Abreu nació en aquella ciudad del norte de Tenerife hace 28 años y publicó Panza de Burro (Barrett, 2020) como si lanzara una botella a la playa, ayudada por su colega, y editora, Sabina Urraca.

Apoyada por la capacidad de ésta para navegar por donde está de veras la literatura, la ahora premiada por Ñ encandiló ya a la humanidad literaria, desde España a veinte lenguas del mundo, con el lenguaje canario (unos lo llaman dialecto, como si fuera dialecto lo que se dice, en español, en los barrios de Chapultepec o en Vallecas) que se habla en su barrio isleño, cerca del Drago, y ahora cerca de todas partes gracias a esta mujer que, al recoger su galardón (lo patrocina Iberia y se llama Talento a bordo), ya reivindicó su acento, sus palabras y su trayecto con un libro que parece un regalo a su tierra y al cielo que la domina.

La suya es de las voces más potentes de la escritura nacida en Canarias en el último medio siglo, junto a las de Víctor Ramírez o de Félix Casanova de Ayala, a los que citó en una conversación que entreveró de risas cuyo origen son la sinceridad y el destino, además de la libertad para contar como cuenta, sin barreras, en su libro tan famoso y tan propio del lugar en el que habitan sus parientes y donde se asienta su memoria. 

Su raíz es el barrio, para la historia, para el lenguaje, pero su formación, es decir, sus contactos, son también los barrios de Madrid y, desde hace años, su fascinación por La Laguna, en Tenerife. De un lugar y del otro ha dependido su trabajo o su sustento, pero Panza de Burro viene de la orilla del mar, del estilo y de la vida, de un incidente climático que los canarios vivimos hasta en el extranjero, siendo el extranjero todo lo que nace desde la orilla, por ejemplo, de la Playa de San Marcos, su playa.

De su libro tan famoso, y de su título, Panza de burro, ella habló abundantemente en la noche del sábado en el Círculo, ante un auditorio marcado por la admiración de silencio que transmiten las convicciones de esta mujer isleña. Como si se estuviera escuchando a una enviada de Samuel Becket o de James Joyce, con la sencillez ella alimenta la sabiduría, la hondura literatura, el conocimiento. 

Por eso, cuando acabó el coloquio y ella se fue a firmar, la gente que había aplaudido en el auditorio no sabía muy bien si había escuchado música (música canaria, o universal, lo que quieran deducir de su talento, de su talento a bordo, en camión o en carretilla) o silencio, es decir, literatura, que es una manera mayor del silencio.

Panza de burro. Ese título no aparece en el libro, forma parte de su alma, del alma insular. Ella lo dijo: es un título que viene de la manera de ser de los isleños, pues desde que amanece, junto al mar y en las cumbres, esa panza de burro cae como la maldición de la melancolía sobre los que se levantan temprano y también sobre los que se levantan tarde. 

Haber vivido esa sensación, que produce asmáticos y tristes, es haber leído al menos el prolegómeno del libro: lo que pasa cuando aún no está escrito. Y ahora Panza de burro es mítico porque es verdad hasta la sangre del lenguaje, que proviene del conocimiento de otro factor isleño alojado en los ojos: llorar y reír a la vez, cuando no te ven y estás en casa, esperando que llegue la bombona prestada.

Esa panza de burro es el clima del libro, pero ese apodo con el que nace la primera obra conocida de Andrea Abreu no aparece en ninguna línea de esta obra cuyo principio, la portada, ya es pasión, barrio y literatura. En esa cubierta en technicolor una mujer se disbruza (así se decía en mi propio barrio al gesto de juntar los brazos en medio de los enfados) mientras un muchacho, un tolete, podría decirse, hace el ademán de dispararse al gaznate sentado a horcajadas sobre una botella de butano. 

Sobre esa portada, impresa, hay una relación de elogios, de admiración y de subrayados a esta obra de arte que nace en los altos de Icod y se lee en Inglaterra, en Alemania y en cualquier sitio al que llega el índice que se pose en los mapas. Por ejemplo, dijo de ella, de la obra, Sara Mesa: “Acabo de terminar Panza de burro y estoy sobrecogida. Qué maravilla de libro, qué milagro”. Laura Barrachina: “Una apuesta arriesgada por su poética salvaje y Jedionda, tan jedionda como sensual”. Y Fondo de Lectura, la primera señal de subrayado que aparece en esta cubierta que parece un cuadro diseñado por Fernando Vallejo para contar los barrios de Sabaneta: “Una de las mejores primeras novelas que he leído en años”.

Las palabras más elocuentes que pude escuchar el sábado, mientras Andrea le respondía a Jimena en el teatro literario del Círculo de Bellas Artes, fue el silencio. Como no se prodiga, como su propio silencio es el mundo en el que discurre su vida diaria, como no es otra cosa que una escritora que una vez trabajó en una mercería, y que no alardea ni de estudios ni de otras músicas que tengan su nombre propio como estandarte, la gente la escuchaba como si no viniera del frío (o de la panza de burro) de su pueblo, de los inviernos o de las cumbres, sino como si le escucharan decir parte de una novela que aun no está escribiendo.

Ni un fisquito de vanagloria, mi niño, podría decirse como resumen de su modo de arbitrar el partido difícil de haber ascendido a la gloria de la literatura con un solo libro que, además, es un desafío y es arte.

Cuando acabó el acto Sergio Ramírez recibió el premio que merece su trayectoria literaria, su arrojo, ahora marcado por el exilio. Lo entrevistó, con sabiduría y subrayados, Jesús Ruiz Mantilla, director literario del Festival Ñ. El presidente del Círculo, Juan Miguel Hernández de León, reclamó que la Ñ no se pierda en digital, y Luis Posada, director de este festival que ya es mundial, como Panza de burro, recordó con emoción al fundador de esta bella historia, Alberto Anaut, que se murió como del rayo recientemente. La librería del Círculo, que sirve La Machado, estaba feliz como si no fuera el fin sino el principio de lo que viene. Allí estaban firmando el veterano, Sergio, y la joven, Andrea. Como se dice en su pueblo, y en el mío, ninguno de los dos se han visto en otra. Ojalá ese premio, y este principio que subraya la obra impar de la joven icodense, siga alumbrando, por ejemplo, esta literatura.