Opinión
Arsuaga, el profesor que debimos tener
Nada hay más frustrante que encontrar algo que te gusta cuando ya es tarde. Eso me pasó con la ciencia, con la que me sentí una inepta hasta que encontré alguien que me la supo explicar

Juan Luís Arsuaga en Torrent el pasado viernes. / Ajuntament de Torrent
Cuando uno escucha hablar a Juan Luís Arsuaga (Madrid, 1954) solo hay una reacción: el silencio. Su timbre de voz, su cadencia y los hechos, teorías y anécdotas que explica no dan lugar a nada más. Así que, contra todo pronóstico, esta treintañera cambió un plan de puro ocio por un coloquio con el Doctor en Biología, paleontólogo, antropólogo e historiador, además de Premio Princesa de Asturias a la Investigación Científica, a colación de su último libro: ‘Nuestro Cuerpo’ (Destino, 2023).
Protagonista de mis podcast, autor repetido en mi estantería, cita ineludible cada vez que sale en televisión, Arsuaga volvió a demostrarme el viernes que tal vez me equivoqué. Aquella adolescente de 14 años que tenía que elegir su destino en la vida: Ciencias o Letras, el eterno cruce de caminos, el abismo ante nuestros pies. El resultado es evidente, porque aquí estoy escribiendo, pero no dejo de preguntarme si habría sido diferente de haber tenido a un maestro y divulgador como Arsuaga de docente. Me habría abierto un nuevo camino profesional al que no le presté atención ni por un segundo, el mismo tiempo que mis entonces profesores dedicaban a enseñar las maravillas de la biología, la física o la química a chavales desmotivados.

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Tal vez si me hubieran explicado que el oro que vestimos en pendientes y collares solo puede producirse en las explosiones de estrellas hubieran despertado mi interés, en vez de insistirme en memorizar una tabla periódica llena de siglas que aún hoy soy incapaz de recordar. Tal vez si me hubieran contado -como hace Arsuaga cada vez que tiene ocasión- que el cuerpo humano es un prodigio de la biomecánica y que, cada vez que el talón se levanta para que los dedos del pie sostengan todo tu peso es un desafío a la evolución, hoy sería también bióloga, o paleontóloga, excavando en Atapuerca, o en Pompeya, allí donde había procónsules, en lo que precisamente se convirtió Arsuaga en Torrent el pasado viernes.
Yo, desafecta de la ciencia desde que tengo uso de razón, me encuentro envuelta en documentales y libros que me explican cómo se formó el universo, o quién fue Lucy, o por qué las infraestructuras construidas con la argamasa de los romanos siguen todavía en pie. Pienso en mis profesores -los buenos los tengo siempre presentes- y me planteo si estaban huérfanos de vocación o si la precariedad también hacía mella en ellos.
Lo que sí sé, con certeza, es que ahora tengo mis propios profesores a los que veo o escucho cada día - ¿Qué tal, Isaac Moreno Gallo?- y me reconforta aprender y darle a una oportunidad a conocimientos a los que siempre me negué. Arsuaga ha sido uno de los promotores, y por ello le estaré eternamente agradecida, con su libro en mi mesilla de noche haciéndome soñar hacia atrás y con un montón de anécdotas y ‘fun facts’ que mis amigas siempre agradecen porque, como yo, también se cultivaron en las letras.
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