Viento albornés

Comprar, gastar y malgastar

F. Javier Casado

F. Javier Casado

Me enviaba estos días mi apreciado Ángel Yébenes, a la sazón responsable de Izquierda Republicana -el partido de Azaña y Peset- en el País Valencià, uno de esos memes tan de moda que advertía, con aviesa intención republicana, de la llegada de los tres reyes magos, renombrados como comprar, gastar y malgastar; nos parece el punto final perfecto para definir dos meses de fiesta consumista salvaje, aunque en muchos negocios supone gran parte de la facturación anual, cual son las navidades y prenavidades, tras las que llega enero con las rebajas y la cuesta. Claro que poco podemos esperar de las masas consumistas cuando el propio rey emérito Borbón de las españas vendió la segunda casa más cara de Londres, según ha desvelado estos días la prensa, por casi otro centenar de milloncejos como los que le sacó la exprincesa Corinna. Escribimos antes de la epifanía y esperemos que desde Oriente nos llegue oro, incienso y mirra, y no regrese otro virus corona, que ya vuelve a descontrolarse.

Después de tanto necio sermoneo supuestamente buenista y de aguantar a la patulea de todólogos explicando la cesura en nuestras mentalidades marcada por la pandemia y lo mucho aprendido, dan ganas de sollozar. Estos días de regalos infantiles y de mayores, traen destacado en los medios de comunicación el altísimo incremento de los casos de gripe y coronavirus, sin hacer caso al uso de mascarillas y cuando la campaña de vacunación, que quería alcanzar el 75 %, marcha actualmente por un 40 % de la población y en la de más edad o riesgo tampoco es muy superior; a colapsar hospitales y centros de salud como manda la santa tradición. En cuanto al consumismo, no con fundir con el comunismo que algunos denuncian, otro bulo como tantas de sus denuncias -con Mariano Rajoy EH-Bildu ya gobernó el ayuntamiento de Pamplona entre 2015 y 2019, sin caer los fueros navarros-, conviene recordar que atañe sólo a un 60 % de la población, pues el 40 % restante vive en estado de malestar e de ellos un 26 % soporta la pobreza o la miseria extrema.

Cuando los científicos expertos en supervivencia de la especie humana nos hablan del concepto de decrecimiento el personal se pone a temblar, pensar en bajar el propio nivel de vida es anatema para la parte acomodada de nuestra sociedad. Pero decrecer no es vivir peor; por el contrario, se trata de vivir mejor con menos y evitar el colapso global, pues debiera ser evidente que sólo tenemos un planeta y en Marte no está la solución, ni en el blablablá (Greta Thunberg). El problema es de educación, como suele ser habitual, dado que exige un cambio social en muchas cuestiones. Un ejemplo, hoy bastante de moda en el debate público español (Yolanda Díaz), es el de rebajar el horario laboral, que se mantiene en las cuarenta horas desde época romana, a pesar de que hemos vivido las grandes revoluciones tecnológicas y gozamos de la maravillosa inteligencia artificial.

La idea del decrecimiento, transversal a ideologías políticas, si aún existen, es entender que únicamente contamos con la tierra y la estamos destruyendo con un capitalismo cuya triste enseña es el beneficio como sea. Los historiadores sabemos que los cambios en las mentalidades son muy lentos, conforme a los años que vivimos cada uno, pero cosas tan simples como bajar la jornada de trabajo nos traen de la mano otros conceptos, caso del prosumidor, que no es otra cosa que un consumidor moderando su necesidad de comprar y que pasa a producir; es decir, al tener más tiempo libre podemos producir para nosotros mismos, sin delegar todo, y eso afecta a la alimentación, la reutilización de enseres, la educación propia o de los hijos, el ocio, etcétera. En fin, reflexiones que quizá convienen en este inicio de año que deseamos venturoso para los amables lectores y lectoras de Levante-EMV.