tribuna abierta

Ronda por Roma

Alejandro Mañes

Alejandro Mañes

Al contemplar el monumento a Giordano Bruno, al rondar, frecuente, con mis sobrinos Cifariello Colorado, por la plaza Campo dei Fiori, de Roma, recuerdo, de inmediato, la historia de Filippo Bruno, hijo del soldado del reino de Nápoles, que se convirtió en Giordano, filósofo y astrónomo, de notable inteligencia y fuerte temperamento, al cambiar su nombre por entrar en la congregación de los Dominicos, cuestionando las doctrinas oficiales, lo que acabaría por llevarle a la hoguera, en esta misma plaza.

Situada en el límite del recorrido que conducía al Vaticano, fue Calixto III, antes Alfonso de Borja, quien, en 1456, hizo pavimentar la zona, donde no existía plaza, en el ámbito de un proyecto más amplio de remodelación de todo el barrio Regola. Por este motivo, se convirtió en un lugar de paso obligado para personalidades destacadas como embajadores y cardenales, y, en sus alrededores surgieron numerosos locales de alojamiento y tiendas de artesanos. Entre otros, la Locanda del Gallo, propiedad de Vannezza Cattanei, con quien Alejandro VI, antes Rodrigo de Borja, sobrino de Alfonso, tendría sus hijos, los Borgia. En 1576, Giordano sería acusado de hereje y abandonaría la orden para evitar el juicio. Su destino le da el primer aviso de lo peligrosa que era su rebeldía en aquel momento. Tras visitar diversas ciudades, en 1579, llega a Ginebra y se une al calvinismo. Pero otra vez su carácter rebelde le lleva a criticar las ideas centrales de este movimiento protestante, lo que provocó un nuevo proceso en su contra y fue obligado a retractarse.

Bruno Giordano se ve abocado entonces a reemprender su viaje. Y la vida errante ya no le abandonaría jamás. En 1581, llega a París, precedido por su reputación de persona culta y de fácil palabra. Había escrito un tratado acerca de la memoria que le otorgó fama de mago y que interesó al mismísimo rey Enrique III. Fue invitado a la corte, y para decepción de los supersticiosos demostró que su sorprendente capacidad memorística no se debía a la magia, sino al conocimiento organizado.

En 1583, abandona París para trasladarse a Inglaterra. En tan solo un año escribe, dos de sus obras más importantes, La cena de las cenizas, y, Del universo infinito y los mundos. El escándalo se cierne nuevamente sobre él. En la primera pieza, aparte de atacar a los doctos de Oxford, defiende que la Tierra no era el centro del sistema solar, como hiciera Copérnico años atrás.

En la segunda, argumenta que el universo es infinito, que está poblado por un sinfín de mundos donde viven seres vivos e inteligentes. Y no solo eso, añade que la misión del hombre es adorar este infinito cuya alma es Dios, presente en todas las cosas. Bruno, ingenuamente, cree que sus ideas son el complemento ideal para la religión cristiana y que iban a ser aceptadas tanto por católicos como por protestantes. Pensaba haber encontrado la panacea que conciliaría las religiones que estaban dividiendo Europa. Sin embargo, para su desgracia, las creencias del momento apuntan hacia otro lado. Los protestantes no admiten sus ideas. Los católicos lo consideran directamente herético. Era inconcebible que la Tierra no fuera el centro del universo. Y era aún menos aceptable, tal como sostenía Bruno, que Dios formara parte del universo.

En el camino de Giordano se cruza, entonces, un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, que sentía gran curiosidad por sus enseñanzas y le invita a su residencia. Aquella amable propuesta se convierte en una trampa mortal para el filósofo. Pues Mocenigo se asustó por sus atrevidas doctrinas y, el 21 de mayo de 1591, no satisfecho de la enseñanza y molestado por los discursos de su huésped, le denuncia por herejía ante la Inquisición de Venecia. Más tarde, el mismo Mocenigo, sería acusado de herejía al descubrirse que intentaba dominar las mentes ajenas, pero nunca fue apresado ni existió proceso en su contra.

Giordano Bruno sería encarcelado por la Inquisición veneciana, el 23 de mayo de 1592. Tras esperar en la cárcel durante ocho años, mientras se dispone el juicio bajo el tribunal de Venecia, en el que se le adjudican cargos por blasfemia, herejía e inmoralidad; así como por sus enseñanzas sobre los múltiples sistemas solares y sobre la infinitud del universo, el papa Clemente VIII le condena a perecer en la hoguera. Sería un 17 de febrero de 1600.