Tribuna

Errores y síntomas

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Este PP no tiene ni media bofetada, titula un analista tan experto como Zarzalejos. Y en el fondo es así. Sin embargo, todavía tenemos que aclararnos por qué es así y hasta dónde. Y aquí la cuestión es discutible. Zarzalejos analiza el liderazgo de Feijóo y se sorprende, con razón, de la rueda de prensa que concedió «una alta fuente» a dieciséis periodistas en la que filtró, con autorización de cita, que el PP podía pensar en un indulto a Puigdemont para facilitar la reconciliación. Lo que para Zarzalejos es un error -y puede que lo sea-, para mí es un síntoma. La diferencia es notable. Los síntomas son los errores pulsionales forzados de los aparatos psíquicos neuróticos.

El análisis es completamente diferente si estamos ante una cosa u otra. El síntoma iría más allá del líder y mostraría un problema que no puede reducirse a Feijóo y su incapacidad para comprender la política actual, bastante diferente de la de su modelo Rajoy. En realidad, si nos fijamos bien, el análisis de Zarzalejos es débil en dos puntos: describe mal la conducta de Feijóo y le pide un imposible. Primero, a pesar de la conducta bronca y hostil a Sánchez, habla de resistencia y actitud defensiva en Feijóo frente a la ofensiva del Presidente. Luego le pide a Feijóo que tenga criterios coherentes para defender su derecho a la investidura. Describir su bronca permanente sin criterios debería ponernos en la pista del problema central.

¿Es un error o un síntoma una rueda de prensa en la que una alta fuente del partido se atreve a pronunciar propuestas completamente contrarias a la línea pública del propio partido? Para mí es un síntoma propio de una enfermedad que recorre al PP desde hace mucho tiempo y que, posiblemente, conforme un principio esquizoide. El campo de la derecha española ha dividido el trabajo de esta manera: Cultura para VOX, economía para el PP. Lo vemos cuando VOX exige retirar la ley de memoria histórica en Aragón, o penalizar el catalán en Valencia y Baleares, o imponer censuras por doquier. Pero con esta división del trabajo, cuando se pasa a la ofensiva ineludiblemente se entra en terreno de VOX y el partido se posiciona de forma extrema. Cuando, por el contrario, quiere reconciliarse con el sistema político, tiene que hablar desde una garganta profunda, anónima y vergonzante.

Resulta evidente que no se puede lanzar una ofensiva con criterios coherentes sin marco cultural. Pero si pedimos esto al PP, entonces nos damos cuenta de que el problema no es Feijóo. El problema es que el marco cultural del PP desde hace y atiempo -posiblemente desde Aznar- es el de VOX. Por supuesto que hay voces diferentes, pero estas no son relevantes para marcar la estrategia, ni tienen poder ni personalidad para ofrecer nitidez de propuestas. Y cuando finalmente los líderes actuales han comprobado que ese marco cultural los condena a la irrelevancia de futuro, tienen que comenzar a explorar de manera torpe, anónima, tímida, incapaz y carente de convicción, alguna otra salida.

La cuestión profunda, que debería analizarse bien, es sencillamente que el mundo entero ha comprendido los insuperables límites de la opción VOX. Hoy nos sentimos orgullosos de que España sea el primer país europeo que ha intuido con profundidad esos límites. Un agudo rechazo de sus formas franquistas ha movilizado al electorado de manera sencilla y firme a la resistencia frente a unos políticos que recuerdan los viejos disfraces de tramoya que solo revistieron fantoches inanes. Eso está acabado. Y la prueba más dura para Feijóo es que toda su campaña en Galicia -repitiendo BNG es ETA- solo ha servido para ensalzar la figura de Ponton como candidata.

Que en Galicia, tras todo lo que se ha dicho, pueda gobernar un tripartito, indica que todo el discurso del PP está equivocado, porque la gente ya no vota solo la economía, sino que lo hace también desde una cultura política. Y ahí el PP no tiene nada que decir. La índole de los problemas que nos agobian es de tal calado, que será penalizado el que salga con la monserga de que España o Galicia va bien. La gente ya no está dominada por esta constatación, sino por la pregunta de cómo nos irá. Y esa inquietud solo se puede contestar desde unos parámetros que apuesten por un futuro cuyo diseño solo puede ser cultural.

El PP no está en condiciones de ganar esta batalla por el futuro porque no tiene un discurso cultural. Hasta ahora tenía el neoliberalismo, al que podía recurrir con el prestigio de alguna autoridad filosófica, como Hayek. Pero no conozco ningún texto de Hayek que pueda avalar la senda por la que se ha introducido el capitalismo informático monopolístico actual. Hoy ese capitalismo está tan desnudo culturalmente, que busca desesperadamente ser defendido por la basura psíquica del mundo, con sus pulsiones autoritarias. Por eso no debería sorprender que la fragilidad del poder de las fuerzas alidadas del Gobierno, y a pesar de la brutalidad de los ataques que han recibido, no sea un obstáculo para su fortalecimiento electoral.

Eso no es un problema de Feijóo o de este PP. Es el problema de la tendencia esquizoide que lo constituye. Y eso se comprende bien cuando las opciones del partido para suceder a Feijóo son de nuevo la de cultura VOX (Ayuso) y la de entregarse a la brutal economía internacional (Moreno Bonilla). Con ese arsenal, el PP seguirá sin tener media bofetada.