Ágora

El teatro como lección de Historia

Miguel Ángel Villena

Miguel Ángel Villena

El patio de butacas está invadido por el barullo y las voces de un numeroso grupo de estudiantes de Bachillerato. Chicos y chicas intercambian bromas, consultan sus móviles u observan curiosos un escenario sin apenas atrezo. Sin embargo, cuando se apagan las luces de la sala y comienza la representación, toda la chavalería guarda un respetuoso silencio que mantendrá durante hora y media. La trama les atrapa, el personaje principal les intriga y así van descubriendo una época que su profesor de Historia les había explicado como introducción a Carmen, nada de nadie, la obra que están viendo en el teatro Español de Madrid. Esa Carmen protagonista de la función es ni más ni menos que Díez de Rivera, una de las mujeres más fascinantes del último medio siglo en España. De familia aristocrática, hija extramatrimonial de Ramón Serrano Súñer, ministro y cuñado del general Francisco Franco, y de la marquesa de Icaza; jefa de gabinete del presidente Adolfo Suárez; una artífice en la sombra de la Transición; eurodiputada socialista más tarde y fallecida de cáncer a los 57 años, su atractiva figura y su valiente carácter la convirtieron en hilo conductor de aquella época que llevó a España de la dictadura a la democracia. Desde luego que esta obra de teatro, escrita por Francisco Tallón y Miguel Pérez García, dirigida por Fernando Soto e interpretada por Mónica López al frente de un excelente reparto, no significa la primera aproximación a esta singular mujer. Sin ir más lejos, Manuel Vicent escribió hace pocos años una magistral biografía novelada de Carmen Díez de Rivera: El azar de la mujer rubia.

La puesta en escena de esa vida sirve ahora magníficamente para recorrer toda una etapa histórica. Al transformar la anécdota de una biografía en la categoría de un periodo clave y reciente, los autores logran ofrecer de un modo ameno, fiel y didáctico toda una lección de Historia con mayúsculas. Los aplausos estudiantiles al acabar la función demuestran hasta qué punto el teatro o el cine pueden actuar como vehículos para despertar la memoria de las nuevas generaciones. Porque vivimos en un país donde resulta asombroso que gente joven ignore nombres como los de Adolfo Suárez, Manuel Azaña, Dolores Ibárruri o Clara Campoamor más allá de que algunos de ellos aparezcan unidos a aeropuertos o estaciones de tren. Es bien cierto que muchas causas podrían alegarse para explicar la desmemoria española, desde un miedo hoy incomprensible a evocar el pasado reciente, por muy doloroso que sea; hasta las lagunas del sistema educativo o las carencias de los medios de comunicación pasando por la indiferencia de los gobernantes. Pero está fuera de duda que las manifestaciones artísticas como el teatro, y por supuesto el cine, juegan un papel decisivo a la hora de acercar la Historia a un público masivo. Otro ejemplo de estas brillantes y útiles obras lo hallamos también en la cartelera madrileña en una versión teatral de La Regenta que brinda en escena el paisaje de aquella España de la Restauración dominada por caciques y obispos. En definitiva, buen teatro y a la vez lecciones de Historia.