Opinión | El ojo crítico

11M: nacimiento de la conspiranoia

Uno de los primeros recuerdos que tengo de aquel jueves por la mañana es que cuando me incorporé a mi puesto de trabajo algo antes de las 9 había personas que no sabían lo que había ocurrido porque en el año 2004 los teléfonos móviles no tenían internet ni aplicaciones de mensajería inmediata y gratuita. Personas que no escuchaban la radio por la mañana ni tampoco encendían la televisión para ver las noticias mientras desayunaban. Sin embargo, lo primero que yo hacía al despertarme era encender la radio así que me enteré en directo de las explosiones en los trenes de Madrid.

De manera sorprendente y sin que el Ministerio de Interior tuviera la más mínima sospecha, un pequeño grupo de radicales islamistas había conseguido reunir explosivos, comprado teléfonos móviles en bazares, convertir ambas cosas en bombas que, metidas en mochilas de mano, las dejaron debajo de los asientos de los trenes que explotaron sobre las 7:30 de la mañana. El hecho de que consiguieran pasar desapercibidos a ojos de la policía fue, como he dicho, tan sorprendente, como que los terroristas del 11S en EEUU consiguieran hacerse con los mandos de cuatro aviones y supieran pilotarlos hasta estrellarlos causando dos mil muertos.

La segunda consecuencia que los atentados del 11M tuvieron, si es que puede haber algo más que recordar que no sean los 193 muertos en los trenes de Madrid, fue el nacimiento de las teorías conspiranoicas en España. Durante años y años periódicos y radios de Madrid llevaron a cabo un esfuerzo diario y absurdo tratando de alargar la teoría de la conspiración sobre el 11M. La idea surgió del Gobierno de José María Aznar el mismo día de las explosiones. A pesar de que la investigación policial descartase la autoría de ETA en las horas posteriores del atentado, el Gobierno del PP trató de alargar al máximo la posibilidad de que hubiese sido ETA. Y ese intento degeneró, con el paso del tiempo, en una maraña de patrañas y mentiras en los medios de comunicación afines al Gobierno del PP que terminó por calar en parte de la población española. Hoy en día sigue habiendo partidarios de que la autoría ni siquiera fue de ETA sino de un contubernio de agentes del servicio secreto de Marruecos, policías españoles y miembros del PSOE en aquel lejano 2004.

La intervención de Aznar en la Comisión del Congreso de los Diputados sobre el 11M afirmando que los autores intelectuales de este atentado «no estuvieron en desiertos muy remotos», apoyando, por tanto, la teoría de la autoría de ETA en colaboración con el PSOE para echar de la Moncloa al Partido Popular, quedará como una de las mayores infamias jamás dichas en el Congreso de los Diputados. Desde aquel momento nació en España la crispación política continua. Los dos mandatos de Zapatero fueron para la derecha política y mediática producto de un complot en el que intervinieron todos los enemigos de España: ETA, el PSOE, servicios secretos de Marruecos, manifestantes de extrema izquierda. En fin lo que hace unos días se refirió Miguel Tellado como «chusma socialista». Y esta fue, además, la tercera consecuencia de aquellos atentados. Me refiero al nacimiento de la imposibilidad de que en España exista un ambiente político sosegado. Las elecciones generales se convierten en cuestión de vida o muerte. En el Partido Popular aparecieron personajes como Isabel Díaz Ayuso que da igual las barbaridades que diga: todo se le admite. Para la derecha española y los medios de comunicación que auspiciaron las teorías de la conspiración, si Zapatero pudo gobernar fue gracias a los atentados que se cometieron únicamente para que gobernase la izquierda. Con ello se buscaba un presidente débil con el que pactar el fin de ETA que en realidad fue la claudicación del Estado frente a ETA. Después vino Pedro Sánchez, otro traidor para el PP que no es más que un okupa ya que está donde no le corresponde. Que los votantes españoles decidiesen que gobernase Zapatero o que ahora lo haga Sánchez es lo de menos. Ambos dirigentes son producto, para la derecha española, de oscuros pactos con quien haga falta.

Hace unos días hemos conocido que, al día siguiente de los atentados, George Bush, entonces presidente de los EEUU, y su esposa concedieron una entrevista a TVE en la embajada española en Washington. Aquella entrevista nunca fue emitida por la televisión española ante la extrañeza de la Casa Blanca que se puso en contacto con Lorenzó Milá, corresponsal en Washington, para preguntarle por qué no se emitía. La razón fue muy simple. Aunque Bush aludió a la posibilidad de la autoría de ETA toda la entrevista giró en torno a que los terroristas y su modus operandi tenían grandes similitudes con los autores del 11S en EEUU.

Pero no quiero terminar con el recuerdo de un Gobierno que trató de engañar a la sociedad. 20 años después pienso en las víctimas mortales y en los heridos. En todas aquellas vidas que se perdieron o cambiaron para siempre.