Opinión | Ágora

El 8M no es una fiesta

El 8M no es una fiesta. El feminismo no es divertido. El 8M es necesario, más allá del folclore o de los «talleres de menstruación», cuyo sentido la verdad es que no logro comprender. El Día de la Mujer es necesario porque nos sirve para hablar, aunque sea una vez al año, de todo lo que aún nos falta por cambiar y por luchar para conseguir una igualdad real entre hombres y mujeres.

Precisamente frente a esa injusticia y esa discriminación surge el feminismo, y por eso jamás puede ser divertido: nace de la indignación, de no resignarse a que las mujeres tengamos un papel secundario, a que nos traten peor, que nos paguen menos, que nos violen, nos maten, nos acosen, nos humillen, nos agredan, nos prostituyan, nos releguen, nos cuestionen por sistema; nos excluyan de los puestos de responsabilidad y decisión; tengamos que cargar en solitario con el peso de los hijos, familiares dependientes y la asfixiante intendencia doméstica.

Este 8M llega con mucha confusión y estupidez que dan alas al machismo más recalcitrante. Nos intentan convencer de que ahora ‘zorra’ es una palabra empoderante: a todas las mujeres nos han insultado así en algún momento de nuestra vida, y desde luego no nos ha hecho sentir poderosas, sino todo lo contrario. Hay quien pretende imponer una ‘neolengua’ en la que ser mujer es un sentimiento -y, por tanto, cualquiera puede convertirse en una con su simple voluntad- y se llega al absurdo de hablar de «personas menstruantes».

Muchos hombres se sienten amenazados y atacados cuando se habla de igualdad, absortos en la contemplación de su ombliguito, incapaces de ver una realidad que se revela implacable en todas las estadísticas, cada día en las noticias, en nuestra vida cotidiana. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Ojalá el 8M sirva para que algunos entiendan al fin que reivindicar la igualdad de la mujer no es una lucha contra ellos: es una lucha justa en la que les necesitamos a ellos.