Opinión | Mirador

Alto el fuego

Hace ya varias semanas que venimos escuchando a distintos líderes políticos sosteniendo la posibilidad de la entrada de Europa en una guerra. Convendría aclarar de donde procede este tipo de alertas, o de generación de estado de ánimo, ya que la mayoría de los europeos desconocemos a que se deben estas opiniones y la gran mayoría seguro que estamos absolutamente en contra de que ocurra algo parecido a un conflicto bélico.

Estas declaraciones deberían estar basadas en datos que los ciudadanos tendríamos que conocer, ya que, si no es más que un globo sonda y lo que trata es de lanzar un mensaje al dirigente ruso es de una gran irresponsabilidad y, si lo que está en juego es la posibilidad de utilizar el tema como un elemento de competencia electoral, es de una insensatez sublime.

Mientras que estas manifestaciones se producen no se destaca la inexistencia de mesas de negociación que aceleren el final del conflicto existente a las puertas del continente. Parece más necesario avizorar un estado de guerra que acabar con la que en la actualidad existe y que ha ocasionado ya un elevado número de víctimas civiles y militares.

Dos años son tiempo suficiente como para conocer en toda su intensidad la gravedad de lo que supone un enfrentamiento que provoca consecuencias irreversibles que se mantienen durante generaciones.

En el siglo veintiuno, los servicios de inteligencia, la diplomacia, y la presión internacional política y económica deberían ser suficientes, como para no tener que retrotraernos a la forma de resolver los problemas que se utilizaba en la edad media.

¿Dónde están los mediadores internacionales? ¿Cuáles son las posibles fórmulas para resolver el conflicto? ¿Estamos en condiciones de poder afirmar que se están poniendo todos los medios para detener una sangría y evitar otra de consecuencias incalculables? ¿En cuanto está influyendo el negocio de las armas para hacer interminable algo que solamente provoca horror y dolor incalculable?

Hasta que estas y otras preguntas no se respondan, convendría hacer un alto el fuego dialéctico y no lanzar nuevos elementos que contribuyan a generar un estado de ánimo que puede ser demoledor, en la medida que se polarice, conforme está sucediendo con gran parte de los temas relevantes a los que nos enfrentamos en este inicio de siglo tan estridente que nos ha tocado vivir.