Opinión | Tribuna

Creo que hay partido

Vivimos tiempos de despasión. Tiempos en política donde cuesta distinguir entre una brillante estrategia y una chapuza improvisada. Días en los que se emplea más tiempo en discutir con vendepatrias que en conversar con el pueblo que escucha. Miedo, incerteza, policrisis, conato de hecatombe y permanente anuncio de caos. Da igual la realidad, porque lo que interesa es mantener en la sociedad ese estado perpetuo de desasosiego. No sé si existe un panorama más conservador que el que se empeñan en alimentar poder y contrapoder.

Quienes hemos gestionado instituciones, quienes aspiramos a hacer uso de la política como la manera eficaz de hacer una sociedad justa y libre, sabemos que la política es sobre todo el poder de gestionar el estado de ánimo de la gente, como recordaba a menudo Felipe González. No sé si existe una responsabilidad mayor.

A la política no van los mejores, o al menos no solo en política están los mejores. Escribía el profesor de filosofía política Daniel Innenarity que «la política es una ocupación inconcreta para la que se necesita capacidad de juicio, visión de conjunto, prudencia, intuición, sentido del tiempo y de la oportunidad, capacidad de comunicación y disposición a tomar decisiones para las que no hay una certeza completa». Interesados dejar currículum, parte de su vida y su prestigio.

A pesar de lo arriba descrito, que no es más que una sensación habitual y recurrente que la gente de todo tipo te hace llegar a diario, creo que hoy más que nunca es necesaria una forma de ver la vida, el mundo y la política desde una perspectiva progresista. Creo que no hay nada más necesario en el mundo que gestionamos, y en el que tratamos de sobrevivir, que una mirada progresista que ayude a erradicar ese miedo al cambio que nos inoculan. Hasta en el lenguaje han logrado que los partidos progresistas hablemos principalmente de conservar lo conseguido (educación, sanidad o pensiones) y no proyectar, transformar y cambiar el mundo que vivimos. Mientras, como dibujaba brillantemente en una viñeta el Roto, no armemos jaleo, la derecha con la derecha y la izquierda contra la izquierda.

Me parece legitimo que haya gente que no se sienta cómoda en un país que apuesta por la modernidad, el progreso y la igualdad. Me pareció tan legitimo como indignante que un su día hubiera gente, con sus representantes de poder y contrapoder en acción, que se opusieran al divorcio, al aborto, al matrimonio de personas del mismo sexo, a la ley antitabaco, al carnet por puntos, al carril bici y a un sinfín de medidas que con el paso del tiempo se asumen como necesarias en un país desarrollado. No sé si hay que explicar más la necesidad del progresismo en la política del siglo XXI.

Es verdad que sigue siendo más fácil aprender a hacerse con el poder que saber qué hacer con él, pero este fin de semana creo que toca empezar a cambiar las cosas de los socialistas valencianos para que lo antes posible empiece a cambiar en la sociedad valenciana. Decía hace unos meses en una entrevista a un diario que la línea entre la autocrítica y la autodestrucción en el PSPV siempre ha sido muy fina tras las derrotas electorales, pero ahora existe una madurez política que sin duda tiene que dar más garantías.

Creo que sentimos esa madurez, que nos condiciona el legado del trabajo bien hecho, que notamos la responsabilidad de saber que la amenaza reaccionaria que nos intimida y gestiona solo se derrota desde un proyecto progresista que represente de verdad a la mayoría social valenciana. Creo que la espera y el desgaste ya no son antídotos para influir en este mundo acelerado. Creo que hay ideas, que hay convicciones. Creo en la gente decente que da la cara, aunque no seamos los mejores. Creo que queda valentía, audacia y coraje. Creo que nos moverá la pasión para vencer al desánimo. Creo en la política. Creo que hay partido.