Opinión | A vuelapluma

La vida puede no ser así

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. / EFE

Otra semana para la infamia. Uno tira hacia lo suyo y tiende a encajar el mundo (a veces a martillazos) en palabras y sintagmas. Para mí, estos días torcidos pendulean entre dos frases: «Así es la vida» y «Adiós, preciosa».

Así es la vida, dice Putin sobre la muerte de su opositor Navalny. Es una frase atractiva en el sentido de que cierra cualquier puerta con solemnidad. No hay escapatoria posible a una afirmación así. Sirve para cerrar cualquier conversación y pensamiento. Es el resumen popular en cuatro palabras del determinismo histórico y la negación de la política. Así es la vida. No hay nada que hacer. Eso es lo que algunos como Putin quieren ofrecer ante estos tiempos. Consuman y dejen hacer, no molesten. Mejor si no piensan demasiado y siguen adelante. Así es la vida. La libertad de estos tiempos, esa a la que apelan con el fervor de las palabras fetiche, es libertad de consumo. Las otras, como votar o simplemente pensar, tampoco importan tanto. Puede comprar lo que guste si puede pagarlo. Solo tiene que coger el móvil y se le abrirá un universo de posibilidades. Afánese por tener el capital con el que alcanzar sus deseos materiales. ¿Qué más quiere? El resto, déjelo estar, no se agobie, porque no se puede cambiar. Así es la vida.

No. La vida no es así. La vida (y la política) es lo contrario al determinismo, al «la vida es así». La vida (y la política) es soñar, algo que falta en esas etapas de la Historia en las que la infamia se adueña de los días. La vida (y la política) es intentar transitar los días lo más cerca posible de la justicia y la verdad y soñar con algo mejor.

Soñar, por ejemplo, con que Putin no acabe sus horas como otros totalitarios, con los pies colgando o linchado en directo, como Sadam o Gadaffi, sino vencido sin demasiado ruido por la democracia, sin que ello suponga rebeliones en los cuarteles ni tomas de capitolios, como hemos visto hace tan poco. El mayor gesto de humanidad es asumirse como prescindible. Así es la vida. Soñar con que otros no puedan decir sobre un mal destino final de Putin: «Así es la vida».

Pero eso son sueños. El presente es la soberbia del dueño del Kremlin y una ultraderecha poética que, cuando puede, deja caer ‘metáforas’ dulces como amenazas: Trump habla de un baño de sangre si pierde. Abascal dijo aquello de colgar al presidente español por los pies. Metáforas, recondujeron luego, cuando los titulares los retrataron.

El presente es esta España rota y de mandíbula desencajada que ofrecen los políticos desde sus más altas tribunas cada semana. Esta España encasillada donde hay que estar con unos o con otros, con Koldo o con el novio de la gran líder de la derecha y, una vez instalados en la casilla, solo hay un agujero desde el que contemplar el paisaje. Esta España de casillas en la que, por eso, una presidenta puede mentir ante los micrófonos, porque la verdad no cuenta, sino que se trata de dar munición a los de la casilla propia. La España en la que quien lleva treinta años en el cuarto de atrás del poder puede amenazar y lanzar bulos sobre periodistas para seguir alimentando a los de su casilla. Y puede hacerlo con tanta grasienta superioridad machista: «Adiós, preciosa».

En la España que hemos pisado uno, como periodista, ha podido cruzar mensajes cada día con cargos de una y otra ideología para intentar componer y presentar una realidad. Temo que el país que nos viene encima, después de lo visto esta semana, es el que quiere cortar vías de contacto para encerrar también en esas casillas a periodistas y medios de comunicación. Y no sé si, además de hacerse con el poder, alguien ha pensado que lo que viene después de un vendaval es la devastación. En la tierra quemada no crecen huertas. En la tierra quemada queda el paisaje de las películas de apocalipsis.

El presente es esta Comunitat Valenciana que intenta blanquear la historia del siglo XX. Una ley de memoria que pone a todas las víctimas al mismo nivel es injusta y conduce al olvido, a la tabla rasa. Todas las víctimas merecen recuerdo y respeto, pero unas han tenido altares y otras siguen en cunetas y barrancos, como sigue Federico García Lorca. La acción política civilizada no puede ser igual con unos y con otros. El olvido general es empezar a arrodillarse ante la barbarie. No sé si ya hemos comenzado, unos y otros, al entregarles la hegemonía, el relato, de estos días.

El presente me asalta en la portada del periódico con la foto de un niño desnutrido. Es Gaza. Va rapado. Está en el hospital. Mira a la cámara con desconfianza. ¿Qué esperar de los que están al otro lado si no hacen nada contra el horror? Pero es un niño. Hay algo de esperanza en esa mirada. Al menos, inocencia. La mirada es limpia, no está ensuciada. La mirada no dice un resignado «La vida es así». Esos ojos que no bajan la mirada sostienen el mundo. La vida puede no ser así.

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