Opinión | Algo personal

Mónica, víctima una vez más

Mónica Oltra

Mónica Oltra / Germán Caballero

Llevo no sé cuántos días leyendo en todas partes lo de Mónica Oltra. En el camino que va de su apartamiento de la política a la exculpación por parte de la justicia ha perdido su apellido. Todo el mundo la nombra como Mónica a secas, como si fuera una más de la familia. El tiempo pasa y nos va dejando pedazos de cosas, de historias, de personas que antes formaron parte de nuestras vidas y luego se fueron difuminando, como cuando el excelente profe de dibujo en la Academia Edeta de Llíria, don Manuel Miguel, restregaba el dedo sobre un dibujo a carboncillo en la lámina de papel Canson que usábamos en sus clases. Y lo que nos quedaba de ese dibujo era una tan solemne como tenebrosa vocación artística por las sombras. Eran aquellos años en que andábamos a la busca de no sé cuántos sueños de eternidad sin saber que los sueños sólo existen hasta que se cumplen. Después de tanto tiempo, siguen en el álbum de dibujo columnas griegas, esbozos de mujeres con guitarra y, como ya contaba aquí mismo hace mucho tiempo, la ausencia de mi obra maestra que era una copia de Las Hilanderas y desapareció sin dejar rastro dejándome más triste que el gato azul de Roberto Carlos.

Después de dos años de sombras en el diario de campo de Mónica Oltra, no sé qué sueños la han abandonado y cuáles otros habrá sido ella la que los ha dejado correr olvido abajo, como en algún tango de Polaco Goyeneche. No lo sé porque es imposible meterte en el tiempo de los otros. Y ese tiempo, que ahora tanta gente quiere compartir con la que antes fue su máximo estandarte, sólo le pertenece a ella. A nadie más. 

Si acaso, a quienes como ella han sido el obsceno objetivo de una política que nos llena de vergüenza, que dice poco y malo en favor de un tiempo llamado exageradamente democracia, un tiempo que no resiste la mirada en el espejo cuando se queda solo por las noches, despojado de los oropeles falsos y a la intemperie. No paro de leer estos días lo que se le sugiere a Mónica Oltra por parte de los suyos, cuando las sombras del cuaderno de bitácora han difuminado hasta en lo más profundo el sentido de pertenencia. La soledad es lo que queda cuando la vida es una emboscada que te lanzó abruptamente al coso donde esperaba muerta de hambre la turba falangista y no encontraste entonces dónde estaban las manos y las voces que deberían haberse tendido urgentes en tu ayuda. Ha sido aclarar la justicia que todo era mentira y saltar a la arena esas sugerencias. 

«De donde viene dice mejor adónde va», escribe Ursula K. Le Guin y viene al pelo para que no se hagan muchas cábalas sobre lo que puede ser el futuro -o el presente- de Mónica Oltra. Tampoco han faltado cientos de artículos en prensa hablando de lo que pasó, y no siempre para iluminar mejor y con más ecuanimidad la sombra de una infamia. Lo más fuerte ha sido la vileza de Carlos Mazón, presidente de la Generalitat. Que pida perdón, ha dicho. A quién. Por qué. ¿Por qué no le exige eso mismo a su colega Isabel Díaz Ayuso, cuyo protocolo de la vergüenza cuando el covid dejó más de siete mil muertos en las residencias madrileñas y ha convertido a su familia (padres, hermano y novios) en la franquicia calabresa de El Padrino? ¿Cómo olvidar el papel que jugaron para su persecución la derecha, la extrema derecha y su brunete mediática? O a ese siniestro personaje llamado José Luis Roberto, un fascista que está en todos los fregados de violencia callejera y no me explico cómo puede andar suelto por las calles de la democracia. Aquí lo que dijo cuando la imputación de la entonces vicepresidenta del gobierno valenciano: «Me la voy a follar sin tocarle un pelo… A ver si me dan una medalla». Menuda pieza. Como esa tal Cristina Seguí, acusadora principal que se salió de Vox porque Abascal y los suyos le parecían una panda de cobardes. Entiendo que haya prisa por situar de nuevo a Mónica Oltra en el centro de la política. No anda sobrado el panorama de gente que como ella -con sus aciertos y sus errores, faltaría más- ha estado desde bien joven en el tajo del compromiso político. En las buenas y en las malas. Pasándose tres pueblos algunas veces y recalando otras -la mayoría- en el sitio más noble de ese campo de batalla en que demasiadas veces se ha convertido la propia democracia. 

Lo primero que me vino a la cabeza cuando presté atención a toda esa retahíla de artículos, de tantos consejos y tantos ofrecimientos, fueron unos versos de Ángel González: «si es mi suerte lo que os preocupa / guardad silencio y esperad / que llegue / un nuevo día, con el alma en vilo». Palabras, las del poeta, que una Mónica de nombre completo ya recuperado podría hacer suyas para que el tiempo sea suyo más que de nadie. 

Para que pueda respirar el aire limpio que se ha abierto fuera de la infamia. Para que cuando decida volver como en el tango, o quedarse a vivir su vida donde la vida que sea la requiera, lo haga desde la seguridad de que haga lo que haga será a buen seguro lo que toca. Suerte pues, como se dice a las llegadas o en las despedidas. Suerte.  

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