Opinión | A vuelapluma

No sería capaz de escribir una columna

No sería capaz de escribir una columna

No sería capaz de escribir una columna / Levante-EMV

No sería capaz de escribir una columna sin el aire que me insuflan los libros. Sin ese oxígeno que se transforma de vez en cuando en alguna idea, un hilo del que tirar a ver si sale algo decente. Dicen que ahora se lee de otra manera, más en pantallas y menos en papeles, pero leemos textos escritos de forma rápida, llenos de abreviaturas y en muchas ocasiones de faltas de ortografía y de pensamiento. Eso ha de afectar de alguna manera. Y las pantallas barren para casa, cada vez son menos letra y más imagen. Las aplicaciones de fotografías y vídeos se imponen. El menor esfuerzo es triunfo seguro en la batalla de las audiencias. Nos gusta lo cómodo. La pereza es una ley victoriosa. Leo (en el periódico de papel) que la lectura digital que nos ofrecen como la nueva lectura es un 3 % del tiempo que los jóvenes pasan ante las pantallas. Creo que he leído (y leo) para compartir soledades. He tendido a leer de forma ‘sentimental’. Me refiero a la necesidad de leer todo lo posible de aquellos que en un momento dado te tocan. Nemirovsky, Zweig, Auster, Joseph Roth, Chirbes, Sara Mesa, Leila Guerriero, Hrabal, McEwan, Rodoreda, Steiner, Muñoz Molina, Landero, Kellifatides, Bolaño, Vargas Llosa, Hierro, García Hortelano, Iribarren, Pla, Fuster, Martín Gaite, Vila-Matas, O’Farrell, Vázquez Montalbán, Simenon, Marías, Saramago, Easton Ellis, Richard Ford, Grandes, Dos Passos, Capote, Scott Fitzgerald, García Montero. El desorden de una vida.

No sería capaz de aguantar un día sin un chorro de ligereza. Necesito el soplo de una frase tonta o un chiste fácil. Soy de aquí, aspiro al premio perpetuo de ingenio y gracia. «La ligereza no deja cicatrices», escribe Milena Busquets. ¿Cómo no hablar del concejal de Elx borracho en un templo en Semana Santa y de lo que pasó o no pasó bajo las andas del trono? El milagro de Sant Vicent sería que se hablara de temas más serios al lado de algo así. Pedro Sánchez ha intentado situar en la agenda esta semana asuntos como el reconocimiento del estado palestino, los visados especiales para extranjeros ricos y los planes de vivienda. Han ocupado un papel secundario frente a la bronca y el morbo. Lo más comentado del juicio a Eduardo Zaplana, símbolo de una época, ha sido su encontronazo con una mujer al intentar adelantar por la derecha al entrar: «A la cola». La vida es banal. En los periódicos del siglo XIX convivía lo serio con los folletines que hacían algo más digerible la existencia. La lucha al minuto por las audiencias multiplica hoy la banalidad. El peligro es cuando los equilibrios se rompen, cuando la subsistencia económica se engancha sin contrapesos al éxito de audiencia. En ese punto de ebullición está el mundo hoy.

No sería capaz de aguantar los días sin memoria. Voy al cine en horas de sol. Veo ‘Los pájaros’. La de ahora. Una película valenciana. Una buena película de esas que hoy sería más difícil hacer porque hay participación catalana. Y rumana. E italiana. Los pájaros no saben de naciones ni estados. Aves de paso. La gran metáfora, la definitiva. La gran contradicción: toda una vida sentando cimientos, atándose a lugares y seres, para acabar asumiendo que todo es pasar. Veo la película en un gran centro de ocio. Uno de esos espacios pensados para que los adultos puedan entretener a los niños cuando no están en la escuela y pagar la culpa por el tiempo que no les dedican durante la semana. Viajo a mi infancia. En estas colinas cerca del pueblo poníamos a veces una mesa debajo de un árbol. Era también ocio, pero de otra manera. Aquella carretera rota es hoy un escaléxtric entre multinacionales del consumo. ‘La revolta del pixador’ llamábamos a este entorno. No sé si el nombre lo inventó alguien de la familia o si es un topónimo vulgar perdido. La fuerza de lo banal. Otro premio de ingenio. Ahora tomamos un café en una franquicia. Alrededor la población nacida en otros continentes es mayoría. Los acentos se multiplican. El mundo se parece poco al que fue, pero antes y ahora, de un color u otro, todos seguimos en busca de entretenimiento, algún sentido a la vida y sueños. Libros, móviles, cines... No sería capaz de levantar el vuelo sin historias.

No sería capaz de escribir una columna sin maravillarme con un brillo de humanidad. La persona con la que comparto los días (me gusta esta expresión que usa a menudo Leila Guerriero) se ha empeñado en salvar a un perro vagabundo. Aparece desde hace meses por las calles que conocemos. Algún día sí y muchos, no. Solo, sucio y con un ojo herido. No busca ayuda. Va a su aire y le molesta la gente. Lo ha seguido, ha preguntado a vecinos y lo ha localizado en unas chabolas cercanas. Ha cogido nuestro perro más grande (y menos sociable) y se ha introducido en ese otro mundo entre cañas y vertederos. Al final, lo ha localizado. El ‘propietario’ del perro es un sintecho polaco. Ha ido varias veces. Algunas no estaba en condiciones de hablar. No ha desistido. Ha ido ganando su confianza y esta semana subió al coche a los dos vagabundos (el tipo y el perro) para ir juntos al veterinario. El hombre lleva 30 años en España, tenía un trabajó en un hipódromo en Madrid, lo perdió y se perdió, tiene y no tiene hijos. La historia de una caída... Devuelve después a los dos a la chabola. «Yo tengo cinco perros», dice. «Yo tengo cinco ratas», contesta él. La urgencia del humor. Antes de irse, el viejo le pide que espere. Se mete entre sus cartones y maderas y saca un paquete de café. Tómalo.