Opinión | ágora

Dos 25 de abril

Fueron imágenes inéditas e insólitas. Militares colocando claveles rojos en las bocas de sus fusiles, una multitud que ocupaba calles y plazas y vitoreaba a unos soldados encaramados en sus tanques, una dictadura que se derrumbaba sin que los sublevados tuvieran que disparar ni un solo tiro, una alegría desbordante tras medio siglo de represión, oscuridad, guerras coloniales y pobreza. El 25 de abril de 1974 significó una jornada para la Historia. Y no sólo para nuestros vecinos portugueses, sino también para los antifranquistas españoles que vimos con envidia y deseos de emulación aquella explosión democrática que nos recordó otro día memorable de abril, el 14 de 1931, cuando se proclamó la Segunda República.

«Ya en la calle, el respaldo popular convirtió un pronunciamiento militar en una revolución», manifestó Vasco Lourenço, uno de los líderes de aquel movimiento de los capitanes portugueses. Han pasado ya 50 años y Portugal es hoy, con sus luces y sus sombras, un país moderno, europeo y democrático muy alejado de aquellos sueños de grandeza imperial construidos sobre el dominio militar y económico de sus colonias africanas. Podríamos afirmar, además, que el 25 de abril acabó con un mísero Portugal en blanco y negro para alumbrar un Portugal en color, el color de los claveles rojos.

Fue, en verdad, una revolución romántica, épica y surrealista, como narra con maestría la periodista Tereixa Constenla en su libro Abril es un país (Tusquets) que se acaba de publicar.

No obstante, muchas expectativas de aquellos capitanes que, en su mayoría, volvieron a los cuarteles y renunciaron a la política se vieron defraudadas con el paso del tiempo. Así pues, cabría preguntarse qué saben hoy las nuevas generaciones de portugueses de los capitanes de abril y de su revolución. ¿Debe servir ese conocimiento del pasado para intervenir en el presente? ¿Puede ayudar a evitar errores en el futuro? Una vez más, a vueltas con la memoria histórica en un país olvidadizo como el nuestro, vale la pena evocar el 25 de abril portugués que, durante los próximos dos años, compartirá celebraciones, debates y actos culturales con el 50º aniversario de la muerte del general Franco y el final de la dictadura.

En suma, una reivindicación de la democracia en los dos países ibéricos. Y al hilo del 25 de abril portugués, los valencianos tenemos fijada esa misma fecha en nuestro calendario histórico. Tal día del año 1707 los ejércitos borbónicos de Felipe V derrotaban en la batalla de Almansa a las tropas austracistas. Aquel revés militar tuvo una importancia decisiva para la posterior eliminación de los derechos y libertades de los valencianos. «Quan el mal ve d´Almansa a tots alcança», reza con sabiduría el dicho popular. Quizá algunos piensen que sucesos acaecidos hace más de tres siglos no tienen ninguna influencia en nuestro presente. Pero se equivocan por completo. El papel de la Comunidad Valenciana en la España de hoy, los agravios económicos comparativos, los conflictos culturales y lingüísticos o los límites de nuestra autonomía hunden sus raíces en un opresor decreto de Nueva Planta que las autoridades borbónicas impusieron a principios del siglo XVIII.

Por ello, se debe aprender de las victorias, pero también de las derrotas.