Opinión

El tiempo es la música del azar

"De eso va la vida. De eso va el arte. De intentar entenderse, sobre todo, antes que intentar entender lo que hay al otro lado. Quizá es lo mismo"

Paul Auster

Paul Auster / EFE

Aviso: no voy a hablar de toros. No porque esté de acuerdo con la tradición, sino porque me da que enredamos con gestos, levantamos guerras de ruido en el humo y la realidad mientras tanto continúa igual que ayer.

Sí voy a hablar de Paul Auster, aunque se ha dicho tanto estos días. Para mí, su don es la frase perfecta, la palabra que hace un segundo no lo sabías pero es la justa para acompañar a la que viene antes. Como Vila-Matas, si tuviera que recomendar un libro hoy, en este momento histórico indigesto, sería ‘La invención de la soledad’. Aunque ‘Leviatán’ es mágico para mí, porque fue la puerta de entrada. Y ‘4 3 2 1’, largo y denso, es la obra definitiva del escritor que se sabe en la pendiente final y trata de entender. De eso va la vida. De eso va el arte. De intentar entenderse, sobre todo, antes que intentar entender lo que hay al otro lado. Quizá es lo mismo.

Creo que se ha celebrado el Día de la Libertad de Prensa. No hay demasiado para la vanagloria. Ni siquiera un escritor poco dado a la exposición pública como Auster se ha librado de que su muerte sea materia de una filtración periodística. Todo sea por el puñado de dólares.

¿Han visto ‘Civil War’? No hay compasión con este tiempo. No me extraña que levante tantas reacciones. Busca eso, ponernos frente al espejo, enseñarnos nuestra peor cara, el monstruo que estamos creando, que posiblemente ya hemos creado pero no queremos ver. Es un viaje al corazón de la sinrazón. Muestra el fin de estos EE UU, el gran coloso, y de toda una civilización. Todo es exagerado en la película, pero el fondo es tan real y cercano. «Tengo buenas noticias», dice un francotirador tras apretar el gatillo. Ha abatido al otro. Nadie lo lamenta. Era él o ellos. Cuando las buenas noticias son acabar con el otro, cuando los seres humanos empiezan a ser simples accesorios, cuando no hay compasión ni en la política ni en el periodismo, solo retratar el horror, ser los primeros y buscar la declaración definitiva. Cuando el mundo es todo eso, un puñado de errores han sucedido antes sin que les hayamos dado importancia.

¿Han visto las protestas universitarias contra la matanza en Gaza? La humanidad es la suma trágica y tremendamente atractiva de horror y esperanza. El bien y el mal, tan pegados, tan difíciles de separar en ocasiones, como que a veces el bien acaba en lo peor. Me pasa con estas protestas. Es difícil no abrazarlas. Ellos somos nosotros, los de los adoquines y la arena de playa. Pero ellos temo que también van contra nosotros, los de la generación desorientada. Y temo también que van a forjar la derrota de Joe Biden.

La última obra Paul Auster.

La última obra Paul Auster. / Fernando Bustamante

Si al final, lo que resulta del ataque de Hamas el 7 de octubre es la anexión de Gaza y la victoria de Trump, va a ser difícil no pensar en conspiraciones. ¿O solo fue una inesperada oportunidad para grandes oportunistas que han sabido aprovecharla? ¿O solo fue la rueda de la fortuna? La pregunta que se nos viene encima sin remisión es si los europeos vamos a querer (y a poder) ser algo en este mundo con nuevas potencias, en este otro orden mundial tan difuso y desordenado como todo lo digital.

«A veces es necesario un esfuerzo sobrehumano para vivir como ser humano», decía Amos Oz. ¿Han visto la noticia del cayuco repleto de cadáveres de africanos que apareció al otro lado del Atlántico? No es el primero. Es una noticia de esas que conmueven almas cada cierto tiempo. Hasta la siguiente. Hasta que no son más que una pieza menor en el nuevo orden de la información. Hasta que dejan de ser noticia. ¿Cuántos, sin nombre y ni siquiera número, habrá en el fondo de este mar amable?

Hay días que este mundo cuesta. Hay días que el asombro y el desconcierto ganan. Salgo a la calle. Es temprano. El sol no ha podido aún con el frío. Se acerca un vecino. No llega a final de mes. Aún tardará días en entrarle la nómina. Le vienen unos pagos. Necesita una ayuda. Mira a los ojos. Los tiempos cambian; la vida, no tanto. Pienso cuando algunas veces, de niño, sonaba el timbre de casa. La vecina. La oía de lejos. Pedía un pequeño préstamo porque era viernes, el marido no había cobrado y el colmado de la esquina cerraba en poco. La precariedad es una piel quemada. La diferencia hoy es el afán del consumo, inoculado ya en lo más profundo de nuestro ser. El mismo día, unas horas después, hay que llamar para reservar una mesa para este domingo, porque hay algo que celebrar. Al tercer intento no vale la pena seguir. Todo completo. Pienso en Rafael Chirbes: «Frágil clase obrera que se creyó clase media». Nos creemos reyes, mientras nadie diga lo contrario, mientras el universo no se nos tuerza. Entonces nos compungimos, a la espera de volver a creernos dioses. Hay una frase de la película ‘Candilejas’ que suelo llevar encima: «El tiempo es un gran autor. Siempre da con el final perfecto». El tiempo es la música del azar.

Esta inestabilidad sistémica es la marca de estos días. Esta sordidez y esta amargura son nuestro tiempo, igual que nuestra urgencia por exprimir hasta el último segundo y el último euro, y esta sensación de tanto gozo, tantos días azules, tanto paraíso en la puerta.