Opinión

Si eso

Un político español, nada irrelevante, al cortar el otro día las preguntas de los periodistas —cacicada pura, desaire intolerable al que nos hemos dejado acostumbrar—, dijo que mañana ya «si eso» habría rueda de prensa, de donde pudimos inferir que al día siguiente habría una comparecencia en la que proseguiría el interrogatorio informativo, aunque sólo «si eso». Porque puso un «si eso» en la frase: un «si» condicional y un «eso» misterioso. ¿Qué sería eso que tenía que ocurrir para que se celebrase la rueda de prensa? Todo el drama, el dilema y el desastre, toda la tristeza, la desolación y la desgracia de la política española tomó cuerpo, se hizo ectoplasma y quedó a la vista del mundo entero en ese «si eso», en esa muletilla lingüística o comodín expresivo al que benévola, caritativamente no ha de atribuírsele sentido, porque de atribuírselo no habría seguridad ninguna de que la rueda de prensa fuese a tener lugar.

Ese «si eso» del politicote nos deja, en el mejor de los casos, ante un cargo de primera línea cuyo léxico va incorporando vaciedades, asimilando la vulgaridad ambiente, utilizando, por ejemplo, y sin que haga falta, el socorrido «si eso» de la excusa popular, de cuando el populacho quiere dar largas, de cuando la chusma no quiere comprometerse y sale por las peteneras del «si eso»; eso sí, con la diferencia, en el caso de nuestro protagonista, de la elevada responsabilidad y el traje a medida, que hay clases todavía y una identificación puntual con la jerga no significa ni por asomo identificación efectiva ni afectiva. Con todo, esta utilización eventual del argot, esta coba innecesaria y deprimente a la jerigonza nos va dejando en la política la impresión de un cierto declive, de un como decadentismo iletrado que deja en el aire un hedor de masa rebelada, de achabacanamiento de las élites, de vergonzosa rebaja del nivel, de ascenso, a través de bochornosas e injustificables capilaridades, del pedestrismo arrabalero hasta las cumbres del poder.

Emplazando a los periodistas a una rueda de prensa «si eso», el prócer de marras los está emplazando, se dé cuenta o no, a la indefinición, a la vaguedad y al confusionismo. Cortando sus preguntas del momento convierte al periodismo en un incordio indeseable; y a nosotros, al vulgo inerme y súbdito, nos hace la cínica mamola del soy como vosotros de que no, y nos endosa el «si eso» de los humoristas, una imitación vodevilesca del habla menestral, un desprecio de mandatario, un tomarnos a todos por tontos, como si todos hablásemos igual, como si tuviese de nosotros el mismo concepto deformado y caricaturizante que tienen los publicistas cuando toman la parte amodorrada, empanada, cretinizada, obtusa y consumista de la sociedad por toda la sociedad. Es como una tradición de la política española: llegar al poder y presumirnos agilipollados; a la plebe y al periodismo, al que se dice con asombroso descaro que no hay más preguntas, que mañana, «si eso», habrá rueda de prensa.

Tal vez ha sido un lapsus lo del politicastro, un tropiezo en la piedra del directo y la improvisación, un escape inoportuno de registro coloquial. No me parece probable, por las muchas tablas que tiene y por la extraordinaria serenidad que demuestra cuando cambia de opinión, aunque no niego que sea posible. A mí, sin embargo, me ha dado la impresión de un torpe intento de colegueo, de coleguerreteo con los chicos de la prensa; de un igualamiento fingido y traicionado por un leve gesto de condescendencia. «Si eso». ¿Y qué será «eso»? ¿Si se dan las circunstancias? ¿Si hay ocasión? ¿Si le viene a mano a suecelencia? Es un misterio de la política, un enigma insoluble y una mala imagen de coloquialismo y ordinariez, peor, si cabe, que las peloteras del congreso.

Mañana, si a ustedes les parece bien, si no tienen ustedes inconveniente, si son ustedes tan amables, continuaremos hablando en la rueda de prensa. ¿Tanto costaba?