Penitencia

Portela y Keko desenchufan esa burbuja de la supuesta placidez en ‘Contrition’, una obra incómoda

Penitencia

Penitencia / Álvaro Pons

Álvaro Pons

Contrition es un típico pueblo pequeño americano, de esos que pueblan las películas de Hollywood. Pero es un pueblo extraño, sin niños que juegan en las calles, con hombres taciturnos que hacen guardia en los porches de esas reconocibles casas unifamiliares, con una gran bandera en la puerta como símbolo de incombustible patriotismo. Pero la bandera no está sola: junto a ella, una señal metálica, como una indicación de tráfico, avisa de que en esa casa vive un depredador sexual. Contrition es un pueblo de pederastas.

Penitencia

Penitencia / Álvaro Pons

Hay quien podría pensar que este punto de partida es una perversa pesadilla, un argumento que ha retorcido la provocación hasta lo inimaginable, pero Carlos Portela y Keko parten de la realidad para su nueva obra: esos pueblos existen realmente. Contrition (Norma Editorial) se articula desde aquella máxima de «la realidad supera al ficción» construyendo un thriller canónico en una atmósfera ponzoñosa que Keko consigue retratar con su dominio del blanco y negro, en el que la línea de tinta se entremezcla con el collage para crear escenarios fantasmales que transitan entre la verosimilitud estricta y una bruma inquietante que deforma la percepción. Hasta ahí, podría ser una obra que busca llevar al paroxismo la provocación al llevar a los pederastas al protagonismo, pero lo cierto es que el inteligente guion de Portela pronto demuestra que su objetivo es otro muy distinto: es un torpedo directo a los cimientos de nuestra sociedad. Seguro que los más mayores recuerdan aquello que nos enseñaban en el catecismo: para llegar a la penitencia, antes de la confesión hay que hacer acto de contrición y, tras ella, propósito de enmienda para encontrar el perdón de los pecados. El cristianismo sentó la base de nuestro sistema penal, que busca la redención y no el castigo: pagar por los delitos cometidos para poder empezar de nuevo libres de ellos es un principio básico de nuestro ordenamiento jurídico. Pero Contrition pone encima de la mesa un caso límite, un crimen execrable, unánimemente condenado, que nos interpela con preguntas inquietantes: ¿merece también la redención? ¿Existe la posibilidad de una contrición real? ¿La aceptaríamos? Portela y Keko reflexionan sobre la validez del discurso de la segunda oportunidad, sobre un planteamiento que parece lógico pero que empieza a tambalearse ante la gravedad del delito, hasta llegar a un momento donde se derrumban todos los principios: la razón nos dice que debe ser universal, ciego al delito y exponente de la compasión ante el error. Pero nuestras tripas nos dicen otra cosa: nos repugna y nos parece imposible el perdón porque no creemos en la redención de un comportamiento tan aborrecible. Contrition no aporta asideros seguros para el lector, es una ficción, un relato imaginario que sigue fielmente las reglas del género, incluso en su final. Pero en el camino, las viñetas de Keko van creando un camino de baldosas podridas que no lleva al palacio de Oz, sino a una sala de espejos deformantes donde somos obligados a vernos en nuestras incoherencias, en ese extremo donde las palabras se pierden ante la pulsión de la tribu, de la masa. Ese recóndito lugar de la mente que mantenemos lejos de nuestra vista, como el pequeño pueblo de pederastas, esperando que bien oculto no moleste, que no genere dudas sobre nosotros mismos, que no nos obligue a pensar sobre aquello que no queremos ni plantearnos. Esperando que, si no lo vemos, no exista.

Sin duda, Contrition no es una obra fácil, me atrevería a decir que es una obra incómoda. Pero esa es una de las funciones del arte: sacarnos de esa burbuja de supuesta placidez, de esa Matrix que eufemísticamente llamamos realidad. Portela y Keko nos desenchufan con violencia para que enfrentarnos a lo que no que queremos ver, a lo que escondemos debajo de la alfombra de la sociedad. Y siempre es necesario mirar sin cerrar los ojos.

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