Me encuentro a menudo con clientes que platean retos que tienen que ver con la armonía, el disfrute, la tranquilidad, la alegría. Parten de una situación de presión, de nervios, que acaba teniendo costes en su vida a muchos niveles: personal, laboral, de salud, etc. a veces incluso enfrentándolos a una sensación de vacío o de sinsentido.

La exigencia suele ser el núcleo de estas situaciones, se trata de la idea de que sufrir es la forma de conseguir cosas, de que hay que fijarse siempre en lo que te falta para seguir creciendo, sobredimensionando los efectos negativos que puede tener una equivocación, persistiendo en creencias «probadas» hasta ese momento como «soy valioso en la medida que me reconocen», «si algo me sale mal no valgo» o «si me siento satisfecho voy a dejar de lograr cosas» por poner tres ejemplos. La exigencia establece mecanismos que condicionan sobremanera nuestra forma de vivir.

Cuando algunos de mis clientes identifican que en su forma de ver el mundo existe alguno de estos componentes, resuelven que si los mantienen no van a estar viviendo como realmente quieren vivir y que, por tanto, quieren remplazarlos, suele comenzar a actuar el mecanismo de defensa más potente: la paradoja del exigente.

La paradoja del exigente consiste en usar los mismos paradigmas de la exigencia para tratar de abandonarla, con lo que, dicha exigencia, en lugar de difuminarse, se refuerza.

«Tengo que dejar de ser exigente y para ello voy a luchar todo lo que haga falta, voy a leer todos los libros que me puedan ayudar, voy a ponerme deberes y cumplirlos, trabajar duro para abandonar esta exigencia que no me permite disfrutar de lo bueno que hay en mi vida. No pienso fracasar en este reto, no voy a perder esta batalla»

Efectivamente, abandonar paradigmas es más complicado de lo que parece y requiere de un acompañamiento que permita, a través del lenguaje, el cuerpo y la emoción, transformar plenamente la forma pensar y sentir el mundo. Dicho de otra forma, un proceso de coaching que se limita a identificar un objetivo, fijar acciones, calendarizarlas y darle seguimiento no es un proceso de coaching pleno. Para entendernos, un proceso de coaching busca explotarte la cabeza, activar una revelación copernicana, un wow parecido al de ver el mar por primera vez, o al que debe sentir una persona sorda que escucha su primer sonido gracias a un implante.

Si el reto tiene que ver con abandonar la exigencia, difícilmente se conseguirá desde ella.

«Ya, pero en mi vida mis logros lo he conseguido así» Efectivamente, nuestras creencias y paradigmas provienen muchas veces de nuestros éxitos. Un enfoque, una manera de ver, que nos permitió lograr lo que deseábamos, una vez, dos, tres, diez, cien veces... ¿Cómo no vamos a confundir ese enfoque con la realidad misma? ¿cómo no vamos a creer que hemos descubierto las leyes objetivas que rigen la vida si siempre que las hemos seguido hemos obtenido lo que queríamos?... hasta ahora.

Me encuentro frecuentemente con procesos que giran en torno a la necesidad de relajarse, de quitar importancia, de darse liviandad, de poner foco en lo que se tiene en lugar de poner foco en lo que falta, de celebrar... lograr estas cosas es uno de esos retos que no se consiguen luchando, se consiguen soltando.

Esa es, para mí, una creencia poderosa: hay retos que se consiguen luchando y hay retos, amigo mío, que se consiguen soltando.