Duelo al límite en Mestalla (2-2)

El Valencia, con un estadio pasional y ejemplar, acaricia la victoria ante un Madrid sostenido por el doblete de Vinicius. La grave lesión de Diakhaby estremece un partido de alto voltaje

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En una noche de fútbol vibrante, en una jornada inolvidable de ejercicio de valencianismo, en la calle y en la grada, Mestalla asistió a un duelo trepidante. Un Valencia solidario, valiente y lleno de dignidad aguantó el pulso contra todo un Real Madrid agigantado en la figura de Vinícius, talentoso y arrogante, que igualó con dos tantos la ventaja inicial del huracanado conjunto de Rubén Baraja. En un estadio que transmitió todo el magnetismo irresistible de su centenaria historia, con un comportamiento ejemplar, el Valencia tuvo en la palma de los dedos la victoria en un final de locos. Con doble ocasión de Peter Federico, con el final pitado antes del gol de Bellingham. Y con el dolor de la grave lesión de Diakhaby, que estremeció a compañeros y aficionados.

Las posibilidades de victoria del Valencia pasaban por saber gestionar las emociones, sobrecargadas de voltaje en las horas previas. La visita de un rival clásico como el Madrid, el regreso de Vinícius, la mayor manifestación en sus 105 años del valencianismo, el homenaje a las víctimas de la tragedia de Campanar… El corazón gobernaba sobre la mente. Más en el equipo de Baraja, movido con sus estallidos de juventud. A los 35 segundos de juego, Rodrygo y Vinícius ya habían sido objeto de falta. A los 3 minutos, Yaremchuk se había ganado una tarjeta gratuita. El Madrid, con más oficio y calidad, trató de rebajar toda la electricidad ambiental acunando la posesión de la pelota, esperando calmar la erupción. Ese control era solo aparente, más estadístico que efectivo, porque no lograba acercarse al área, con un Valencia perfectamente trabajado en la organización defensiva.

Sin embargo, tras cada recuperación, a los valencianistas les duraba poco la pelota. El equipo tendría que aprender a madurar el duelo, arropado por un Mestalla entregado, que mantuvo un duelo de decibelios con Vinícius. Necesitaba una señal el Valencia para creer. Vino en el minuto 11 con una arrancada de Fran Pérez cuyo centro, mal defendido por la zaga merengue, no acertó a enganchar Yaremchuk. Pero en ese rugido de Mestalla, el Valencia encontró convicción.

Intenso, concentrado, robando balones cada vez más cerca de Lunin, el Valencia encontró premio. Todo partió de un precioso gesto técnico de Javi Guerra, titular en detrimento de Guillamón. El de Gilet, que se crece en los grandes escenarios, se zafó con un giro sin balón de la vigilancia de dos toros bravos, Bellingham y Camavinga. Abrió a Foulquier, voluntarioso lateral que se puso el traje de extremo para robarle la pelota a Vinícius (en el duelo de la noche) y centrar al segundo palo. Fran Pérez embocó en semifallo pero Hugo Duro, súper intuitivo, giró el cuello con astucia para cabecear a la red y desatar la fiesta en Mestalla. Con el Valencia desatado, a los tres minutos Yaremchuk recogía una entrega pifiada de Carvajal, para regatear a su compatriota Lunin e instalar a Mestalla en el delirio.

El Madrid no sabía cómo había sufrido esos dos zarpazos, casi mortales, y se tambaleó en los siguientes minutos, hasta encontrar refugio en los pases con el exterior de Vinícius, que buscaba su porción de protagonismo. Mamardashvili tuvo que intervenir antes que, con el tiempo de añadido casi cumplido, Vinícius empujaba a puerta vacía un centro envenenado con el roce en Javi Guerra. Era un 2-1, pero el brasileño lo celebró puño en alto mirando a la Grada Joven, y también a los guionistas Netflix, imitando a Tommie Smith y John Carlos en México 1968.

El gol psicológico alteraba los equilibrios, en un partido al que sólo le faltaba el ingrediente épico de la tormenta, acompañada de un viento endiablado en la segunda mitad. Le costaba al Valencia sentirse cómodo y Mamardashvili evitaba el empate sacando un pie milagroso ante Bellingham, que ya pensaba en la celebración. Era necesario que Baraja moviese rápido el banquillo, esta vez con más alternativas de las habituales. Guillamón y Diego López, experto en acelerar partidos, entraban en el partido. No tardó en dejarse ver el Guajín, con una gran maniobra de Hugo Duro dejando pasar la pelota, con posterior centro al primer palo rematado por Diego López, pero bien cubierto con el cuerpo por Lunin, que evitaba la sentencia. Ancelotti, por su parte, daba la alternativa a Modric y Brahim.

El Valencia CF - Real Madrid, en imágenes

El Valencia CF - Real Madrid, en imágenes / JM López

El partido se instaló en la última media hora en campo local, con el Valencia cada vez más encerrado y posibilitando acciones de tipos astutos como Brahim, que rozó con el exterior el poste izquierdo de Mamardashvili. Desfondados, Javi Guerra y Fran Pérez dejaban su lugar a Peter Federico y Amallah, a falta de 20 minutos. Acusó el Valencia los cambios. En el 75 llegaba la acción del empate, al cabecear Vinícius, al borde del fuera de juego, un balón al segundo palo. Ambicioso, ganador, tanto como arrogante, el brasileño se olvidó de fotos icónicas para mandar callar a todo Mestalla y a rivales en el césped y en el banquillo, por más que sus propios compañeros trataran de tranquilizarle.

Los minutos finales quedaron marcados por la grave lesión de Diakhaby, en una acción fortuita con Tchouaméni. Los gestos de los compañeros, poniéndose las manos en la cabeza, delataron lo peor y recordaron cuáles son los dramas reales de este deporte. Impulsado en un resorte de motivación, el Valencia se fue a por el tercero, acariciándolo con la acción del posible penalti sobre Hugo Duro, señalado en primera instancia por Gil Manzano, pero invalidado a instancias del VAR. En el 96 y en el 98, Peter Federico, el invitado inesperado, tuvo en sus botas por dos ocasiones el tercero. Lo lamentó con rabia, como si hubiese nacido en la acequia de Mestalla. Si el partido no hubiese tenido suficiente, con el tiempo cumplido, el Madrid marcaba el tercero, con Gil Manzano pitando el final antes del centro a Bellingham. Un Valencia-Madrid con toda su electricidad.