Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Santo Tomás, la última mezquita

Esta iglesia tuvo el honor de haber sido la primera en España, los días 21 y 22 de diciembre de 1626, en celebrar «Las 40 Horas». A partir de 1765, se trasladó su celebración al mes de agosto

Santo Tomás, la última mezquita

Siguiendo las palabras de José Sánchis Sivera, Verum Valentia les quiere hacer llegar, historias de nuestra València Antigua, entre ellas las de templos y conventos parroquiales, según el canónigo, ésto equivale a poner de manifiesto la fe y la piedad del pueblo valenciano desde los tiempos de la conquista.

Para empezar a hablar de la Iglesia de Santo Tomás, hemos de situarnos social e históricamente, remontándonos al siglo XIII. Una vez reconquistada València por el Rey Jaime I en 1238, ordenó al Obispo de Tarragona, Pedro de Albalat, que se encontraba entre su séquito, que tomase posesión de todas las mezquitas de la ciudad; que erigiera la mezquita mayor como Iglesia Catedral y que eligiera diez de ellas intramuros y otras tantas extramuros reconvirtiéndolas en Templos Parroquiales.

La palabra «parroquia» no tenía en aquellos tiempos la connotación actual, de hecho distaba mucho de parecerse a lo que hoy entenderíamos por parroquia. En primer lugar, estaba compuesta por seglares en su totalidad de modo que era una institución laica entre cuyos fines se encontraba principalmente el religioso. Cada parroquia tenia un presidente al que se le denominaba «obrer», los primeros de ellos fueron los encargados de transformar aquellas mezquitas en templos cristianos, nuevas Iglesias. El resto de la junta general jerárquica de cada parroquia estaba compuesta, además del «obrer», por el «fabriquero» o secretario contador, el síndico protector o procurador general que dirigía la parroquia y el notario síndico. El cargo mas importante de una parroquia era el de «macip» una especie de nuncio o portero parroquial.

La financiación de estas parroquias, así como los costes de las obras, salían de las rentas de las aljamas del las tachas y derramas que el «colector» se encargaba de recoger. Una vez terminadas las obras y abiertas al culto las Iglesias, las juntas se nutrieron con un nuevo impuesto llamado derecho de fábrica, procedente de los actos o servicios piadosos como matrimonios, bautizos, entierros o legados piadosos?.

Como vemos, la Iglesia como edificio también era propiedad de la parroquia y de sus parroquianos y su junta era la responsable de las enajenaciones de las sepulturas, de la concesión de patronatos a las capillas, de la ornamentación y de la organización de sus festejos y desde luego a modo de empresa, retribuían a sus empleados como organistas, acólitos, campaneros, sepultureros o sacristanes y desde luego sacerdotes.

La conexión con el clero viene dada por el «sacristán mayor» que era elegido por la junta y recibía de manos del fabriquero (con inventario) todos los efectos del culto que se guardaban en la sacristía. La parroquia para el cumplimiento de los fines religiosos, instituyó lo que llamaban «obrerías» que eran una especie de grupos de trabajo.

La mayor se encargaba de las fiestas del titular de la parroquia y de la Semana Santa; la de los pobres se encargaba de la caridad cristiana; la del Sacrament dedicada al día del Corpus Christi; la de la Verge dedicada al día de la Ascensión; la dels Ornaments al lavado de las ropas talares y limpieza de la sacristía. De estas obrerías cada año se elegían 4 personas que pasaban a formar parte del Consejo General de la Ciudad. Este dominio laico acabó tras el Concilio de Trento, momento social y político en que la contrarreforma obligó de alguna manera a que las parroquias pasaran a manos de la temida Iglesia.

La Parroquia de Santo Tomás fue una de las elegidas por el arzobispo de Tarragona, quizá la primera pues la primera donación data del mes de diciembre de 1238, tan solo 67 días después de la entrada del Rey Jaime I en la ciudad. La antigua mezquita hacía esquina a las calles Cabillers y Avellanas y como si de un pueblo se tratara, a su alrededor existían mesones, comercios, un horno y un cementerio judío. En un principio se utilizó el edificio de la mezquita tal cual estaba, quitando los signos religiosos musulmanes y añadiéndole un altar, de tal manera que en 1276 era la única parroquia en València que aun no era de nueva planta. A finales del siglo XIII y principios del siglo XIV es cuando está datada la construcción del nuevo Templo, para lo que fue necesario comprar varias casas contiguas. Mas de un siglo duraron las obras, pues aun sin haber terminado las mismas, se realizó la apertura al culto en el último tercio del siglo XIV. Tenía dos puertas, una a la calle Cabillers y otra a la calle Avellanas, la principal, de estilo románico tardío formada por 3 arcos concéntricos en degradación sostenidos por 6 columnas estrechas, presentando una gran similitud a la puerta románica de la Catedral solo que en menor tamaño pero no por eso menos cuidados los detalles; tenía exquisitos adornos en los capiteles de las columnas, los intersticios muy bien trabajados, finos y salientes, tanto en arcos como en columnas.

Sobre la portada, encontrábamos una cornisa que la partía en dos, lo que nos lleva a presumir que en otros tiempos pudo haber existido una ventana o un rosetón. A la izquierda de la portada principal surgía majestuosa y fuerte una torre de estilo lombardo que hacía las veces de campanario en la que habían dos pequeñas campanas y una mayor llamada «Thomás» fundida por Silvestre Lafuente que fue bendecida el 7 de mayo de 1684 por Vicente Martínez siendo sus padrinos D.Jerónimo Ferrer, Conde de Almenara y su hija Pascuala Ferrer Proxita. Una de las menores tenía el nombre de «Marina Rosario» cuyo peso alcanzaba 4 quintales y 10 libras, fue bendecida el 31 de Octubre de 1725 por Lorenzo Marsilla. La más pequeña de las tres solo pesaba 200 libras y la fundió Miguel Roig en Abril de 1800, pagando por ella 70 libras. La ejecución de la trucha corrió a cargo de Francisco Climent.

El interior de la Iglesia era de estilo gótico con una sola nave con el altar mayor al fondo frente a la puerta de la calle Cabillers, desde 1367 habían 7 altares más en los que se hallaban los sepulcros familiares de los patronos de la parroquia y el centro de la nave servía de sepultura común, ya que hasta el siglo XVI los feligreses eran enterrados en sus parroquias; el primer enterrado en ella fue Pedro Deprats, el 27 de Junio de 1291. Años más tarde se le concede a dicha parroquia un cementerio situado entre la calle Bonaire y la calle de la Chufa.

Volviendo al interior de la Iglesia, todos los altares y capillas poseían retablos y pinturas realizadas por los más afamados artistas del momento; unas rejas los protegían con un diseño tal que fueron copiadas en 1413 por el herrero Ramón Vidal para realizar el cerramiento de una de las Capillas de la Catedral.

Uno de los altares fue consagrado a San Vicente Ferrer al haber formado parte de esta parroquia, lo mismo que su hermano Bonifacio; otro de los honores que se le atribuyen a esta Iglesia es el de haber sido el primero en celebrar en España «las 40 horas» en los días 20 y 21 de diciembre de 1626. Las 40 horas es una celebración litúrgica nacida en Italia en la que se recreaban las horas que Jesucristo permaneció muerto en el Santo Sepulcro. Consiste en la adoración ininterrumpida del Santísimo con sus cantos llamados «villancicos» y sus descansos llamados «siestas». Paradójicamente, existía alrededor de estas 40 horas toda una fiesta de corte menos religioso en los que encontramos desde corridas de toros a fuegos artificiales. Pareció más conveniente el traslado de esta liturgia al mes de agosto, aunque tampoco era el mes ideal tratándose de la pasión y muerte de Jesucristo, pero desde 1766 se celebró en pleno verano.

La llegada de la edad moderna influye en todos los ámbitos de la sociedad, las parroquias no fueron ajenas a esta fiebre renovadora que hizo desaparecer cualquier traza de antigüedad; la pátina de la piedra fue sustituida por el estuco, los soberbios arcos apuntalados fueron ocultados por bóvedas de ladrillo, se quemaron los retablos, se levantaron falsas columnas y las artísticas verjas fueron vendidas como hierro viejo. Algo bueno hubo en esta renovación y fueron los espectaculares frescos de Vergara pintados en esa bóveda que cubría los arcos.

En el centro del fresco se situaba el cuerpo principal; la Eucaristía, o sea Dios, sostenida por una matrona con los ojos vendados, una vela encendida y un corazón en la mano simbolizaba las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Más abajo encontrábamos otra matrona que representaba a la Iglesia, vestida de pontifical con la tiara en la cabeza y sobre ella el Espíritu Santo; sujetaba en una mano el signo de la redención y en la otra el libro de los siete sellos del Apocalipsis. Esta Trinidad, Dios-Iglesia-Religión, quedaba patente en el magnifico fresco y en orden de jerarquía descendente bajo los cuales aparecían emperadores, reyes y pueblo que se acogían a la Iglesia e imploraban a la religión.

Cada capilla se situaba independientemente de las restantes a los lados de la nave principal en los laterales del Templo. En la nave derecha del cuerpo principal o lado de la Epístola, encontramos la capilla y el altar de la Virgen de los Desamparados que es la más antigua y fue fundada por Saurina Gay, también en ese lado estaba la de Santa Rosalía y la de San Miguel Arcángel y las Almas; pasando la puerta de la calle Avellanas nos encontrábamos un cuadro de San Miguel obra de Evaristo Muñoz que ha llegado hasta nuestros días. Como adorno en los pilares del mal llamado ábside hallamos las figuras de Aaron, Moisés, David y en el izquierdo o del Evangelio encontramos a Noe, Abraham, Isaac y Josué, todo figuras del antiguo testamento. Las capillas del lado del Evangelio estaban dedicadas a el Santísimo Cristo, Santa Marina y San Vicente Ferrer, cuya imagen se conserva en la Iglesia actual, la Capilla de la Comunión con cúpula y linterna, la de Nuestra Señora del Rosario y en el testero la de San Pascual Bailón donde se situaba la pila bautismal también conservada en la actualidad. También al frente se situaba un cuadro de San Joaquín.

Para el altar mayor se construye en el siglo XVII el retablo definitivo, este era de estilo churrigueresco con 2 nichos; en el principal la escultura de Santo Tomás soberbiamente realizada por el maestro Francisco Esteve, un verdadero genio en esculpir los pliegues de los ropajes; en el segundo nicho una Cruz de madera tallada por Vicente Ravanals y dorada por Bautista Garró y en su remate una virgen de piedra de la Virgen de la Piedad.

En 1835 a causa de la desamortización de Mendizábal, con la expulsión de las órdenes religiosas, el convento y la Iglesia de San Felipe Neri, cercanos a la Iglesia de Santo Tomás, quedaron abandonados; motivo que aprovecharon los periódicos de la época para presionar a fin de que la pequeña Iglesia de Santo Tomás cambiara de ubicación pasando a la plaza de la Congregación y utilizando el Templo que hasta entonces pertenecía a los Filipenses. El día 10 de diciembre de 1836 el Escribano Síndico del Clero y Junta de Fábrica Antonio Monge levantó escritura pública del traspaso y el 1 de enero de 1837 se celebró una misa cantándose un Te Deum.

A partir de ese momento, la antigua Iglesia de Santo Tomás se convirtió en un descuidado almacén deteriorado por el paso del tiempo. Se acordó su demolición en 1862 y venta que adquirió una empresa llamada «la Peninsular» con el fin de construir en su solar edificios para viviendas.

La comisión provincial de Monumentos Históricos intervino en el momento del derribo pudiendo salvar (supuestamente) la portada románica de la Iglesia y la lápida del sepulcro de Pedro Deprats fallecido el 7 de junio de 1291.

La historia de la Iglesia de Santo Tomás tiene un final aun más triste, durante las obras de demolición del templo, se desplomó una cornisa cayendo sobre el maestro de obras Romero causándole la muerte inmediata. Quizá éste no era el epitafio que se merecía uno de los templos más antiguos de la ciudad?.

Compartir el artículo

stats