Domingo 1 de noviembre, Día de Todos los Santos. Once la mañana en el rastro de València. El mercado ambulante está ubicado desde julio en un espacio ajardinado de propiedad municipal situado en la confluencia de la calle Lluís Peixó con la avinguda dels Tarongers. El recinto está perfectamente vallado y en la entrada hay carteles que avisan de que hay que mantener la distancia de seguridad: 2 metros entre cada persona. En la puerta principal, un guardia de seguridad controla los accesos y evita que los clientes entren objetos o ropa en sus bolsos o mochilas para venderlos dentro. La policía local patrulla para evitar la venta ilegal. Todo el mundo que accede al bazar valenciano lleva mascarilla y en la parte posterior del recinto una única puerta de salida.

Hasta ahí todo normal para un mercadillo legalizado que funciona durante la pandemia más mortífera que ha conocido la Humanidad. A partir de ahí: nada de nada. Ni rastro de medidas de seguridad contra la covid en el rastro de València.

En julio, cuando se abrió al público en su nuevo emplazamiento, el consistorio repartió a los comerciantes «kits» que incluían gel desinfectante hidroalcóholico, mascarillas, cintas adhesivas, cartelería y folletos para informar los clientes. Además, solo trabajan el 50 % de los comercios cada semana.

Hoy el bazar carece de itinerarios señalizados en el suelo para organizar los flujos de personas y evitar aglomeraciones. Los clientes se apelotonan unos con otros junto a los puestos. Los vendedores no llevan guantes para manejar objetos, libros o alfombras, que tocan decenas de personas. En cada punto de venta se echa en falta la cinta adhesiva para marcar la distancia. Algunos puestos están montados junto a papeleras en uso, con el evidente riesgo de contagio que supone para trabajadores y clientes. Hay vendedores que ponen el género sobre el suelo. Tampoco hay folletos ni carteles para concienciar a la población.

En definitiva, imágenes insólitas de una València en la que el viernes se notificó la cifra más alta de contagios, con 739 nuevos casos en tres días. Imágenes sin un gramo de precaución social que pueda disuadirnos de que no habrá un confinamiento masivo en pocas semanas.

Zona de picnic sin limpieza y papeleras entre los puestos

Otra cosa que se echa en falta en el rastro de València es la falta de un servicio de limpieza que periódicamente limpie las zonas comunes, las papeleras, la pequeña zona de cómic o los bancos que utilizan los usuarios para descansar, comer o depositar los residuos. Todos estos elementos del mobiliario urbano, además de los váteres portátiles, pueden ser focos de propagación del coronavirus. Lamentablemente, no hay medidas de higiene personal o colectiva en todo el recinto. Y los residuos de la comida se acumulan sobre las mesas de uso común.