Existen palabras que parecen tener connotaciones totalmente distintas en función del contexto donde se pronuncien. La palabra «fracaso» es una de ellas. Es una palabra estigmatizada por la sociedad. Quien fracasa es un perdedor, es juzgado y criticado por muchos. Pero, ¿qué sucede en el contexto del emprendimiento?, pues todo lo contrario; Quién fracasa es un valiente, un luchador, un guerrero que ha sido víctima de la difícil situación y de agentes externos. Por tanto, ¿qué connotación debería tener realmente?, el emprendedor que fracasa, ¿es un héroe o un villano?, ¿es víctima o culpable?. Vamos a ello.

El fracaso es un escalón insalvable en la escalera hacia el éxito. El fracaso tatúa el aprendizaje de los errores cometidos. Hasta los más grandes han fracasado en ocasiones anteriores (Steve Jobs, por ejemplo, que fue despedido de su propia compañía). Por este motivo, cuando hablamos de fracaso en el contexto emprendedor, ponemos el acento no en la palabra en sí, sino en la fuerza del aprendizaje adquirido y aplaudimos cuando un emprendedor, tras un fracaso, vuelve a intentarlo de nuevo. Como decía Thomas Edison «no he fracasado, he encontrado 10.000 maneras en las que esto no funcionan».

Asumimos pues que emprendiendo, antes o después, cometeremos errores que nos hagan fracasar, lo importante es, por tanto, que lo hagamos lo más rápido y barato posible. Pero de cualquier modo, en el mundo de las startups, donde 9 de cada 10 fracasa en sus tres primeros años, parece bastante complicado que nos libremos.

En estos años, desde la incubadora Demium Startups he visto muchos proyectos que han fracasado. Cuando he preguntado sobre los motivos, la gran mayoría me hablaba de problemas con los socios: mismo perfil, no tenían dedicación exclusiva, alguno no trabajaba lo suficiente, etc. También me hablaban de problemas con la idea: no tenían modelo de negocio, llegaron demasiado pronto al mercado, llegaron demasiado tarde, etc. Otros hablaban de problemas de financiación: no consiguieron inversión suficiente, no contaban con recursos propios, los inversores no entendían su modelo, etc. En definitiva, un montón de motivos que habitualmente abocan al emprendedor al fracaso. Pero ¿sabéis qué?, la gran mayoría de las veces que les escuchaba, no les creía. No porque pensase que intentaban mentirme, sino porque pensaba que ellos mismos no eran conscientes de la verdadera raíz de su fracaso.

¿Y cuál es el verdadero problema que nos lleva a fracasar?, pues algo que es un mal endémico de nuestra sociedad, no tomar las riendas de nuestra vida. El principal problema es que la gente no es consciente del poder y la influencia que tenemos sobre las cosas y se excusa en agentes externos para no resolver las situaciones. Si tu socio no trabaja lo suficiente, deberás echarle. Si tu idea llega demasiado tarde, innova y crea una propuesta de valor diferencial que tus clientes amen. Si los inversores no entienden tu modelo, cambia de inversores o cambia de modelo. ¡Pero toma las riendas! Analiza la situación (con honestidad), toma decisiones y déjate la piel para llevarlas a cabo. De este modo reducirás drásticamente el riesgo de fracaso y si aun así fracasas, tranquilo, lo habrás hecho como un héroe.