Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un error histórico

¿El Rey es quinto o es sexto?

La nomenclatura de los reyes en España tiene un error de bulto desde hace siglos, cuando le adjudicaron el «Felipe I» a Felipe el Hermoso, que no era el titular del trono

¿El Rey es quinto o es sexto?

Con el día de Reyes acabaron las fiestas. 2015 es el segundo año de reinado de don Felipe de Borbón y Grecia, y por primera vez que hemos oído su mensaje institucional. Sin embargo existe una cuestión curiosa que nadie ha comentado, y que precisa los respetos de una pulcra rigurosidad histórica.

Don Felipe fue proclamado Rey de España con el nombre de Felipe VI. Pero nadie en Valencia, reino histórico, ni tampoco en Aragón o en la díscola Cataluña según la correlación autóctona, se ha atrevido a reivindicar el Felipe V que le correspondería en estos territorios. La mala imagen del Felipe V de 1707 planea sobre esta curiosidad numeral que nadie osa concretar, a pesar de que en los libros de historia sí se marca la diferenciación perfectamente.

La razón de esta discordancia numérica entre la Corona de Aragón y la de Castilla es que, a la muerte de Isabel I, los castellanos recibieron como reyes a doña Juana la Loca y a su esposo Felipe el Hermoso. El viudo de Isabel, don Fernando, se tuvo que volver a sus posesiones aragonesas y se casó con la joven Germana de Foix para seguir su vida. Por cierto, aquel primer Felipe en la Corte de Castilla fue muy breve, pues murió prematuramente, dicen que por unas venéreas traicioneras, y a su mujer la declararon incapaz, llamando a asumir el mando al jovencísimo Carlos de Ausburgo.

Cuando subió al trono el príncipe don Felipe, hijo del Emperador Carlos V, como su abuelo había sido don Felipe el Hermoso, los historiadores le colocaron el «Felipe II» para no desairar a su árbol genealógico.

Por ello entre Aragón y Castilla surgió una variación numérica en su cadena de monarcas que nadie ha cuestionado hasta ahora. Castilla había tenido un Felipe de más, el Hermoso, que no había reinado en Aragón y Valencia; y asimismo esta parte del Mediterráneo tenía un Felipe menos, que había que descontar.

Pero esta construcción histórico-teórica debería ser revisada. ¿A santo de qué se le regala a Felipe el Hermoso el «palito» de ser el primer Felipe? Se trata de un acto de machismo no denunciado hasta hoy. La heredera de la corona castellana era doña Juana, ella era Juana I, su marido no tenía derecho a ser proclamado ni primero ni segundo, porque era un simple consorte. Vivimos la era Internet, y en «Wikipedia» alguien ha anotado que fueron las Cortes Castellanas las que declararon este «Felipe I», pero ningún documento se aporta. No tiene razón de ser ni ahora, ni hace cinco siglos

Pongamos un ejemplo claro. Doña Letizia, reina consorte, no es Letizia I. Quien ostenta el numeral es su marido, el heredero. Los consortes no usan esta coletilla. Si la princesa de Asturias se llamara Letizia, como su madre, no adoptaría el nombre de Letizia II. Igual que si, por avatares de destino, reinara la infanta Sofía, no la llamarían Sofía II pese a que su abuela Sofía fue reina de idéntico nombre.

La historiografía española debería revisar este asunto. Don Felipe II, el del Escorial y la Armada Invencible, fue en realidad don Felipe I, porque su abuelo no era titular del trono, sólo el marido de la reina.

La reina Isabel la Católica era Isabel I de Castilla; pero su esposo el rey Fernando el Católico no era Fernando V de Castilla, aunque en este reino había habido cuatro reyes anteriores así llamados. Nadie le puso número porque no lo consideraban propio del país, ¿por qué el aragonés, no, y el borgoñés, sí?

En el siglo XIX, cuando Isabel II se casó con su primo Francisco de Borbón, a nadie se le ocurrió llamar a su discutido marido «Rey Francisco I de España». Como mucho, en aquella desgraciada «Corte de los Milagros» lo llamaban «doña Paquita», porque en lugar de acostarse con su esposa la reina tenía aventuras con todo tipo de mozalbetes. Lo de «Francisco I» se quedó para los que soñaban, en la posguerra, con que el General Franco se inmortalizara a sí mismo como monarca, inaugurando una nueva dinastía junto con su esposa Carmen Polo.

El peso de la tradición es muy poderoso. Además, a ninguno de los asesores y sabios les gustaría reconocer que han errado en este decisivo detalle.

Reconocer al Papa Luna

De todos modos, el tema de las numeraciones anómalas no es nuevo. Cuando visitó la ciudad de Valencia el Papa Benedicto XVI hubo una asociación cultural que se dirigió al Arzobispado para pedir, aprovechando tan augusta presencia, que fuera rehabilitado canónicamente el Papa Luna, olvidado en Peñíscola durante siglos. Aunque aquí nos referimos al Papa Luna como Papa, oficialmente en el Vaticano no está reconocido como tal. En el seno de la Iglesia católica han perdonado hasta a Galileo, pero a este aragonés tozudo no le han reconocido sus derechos pontificales, que si miramos jurídicamente fueron plenamente legítimos.

Pero claro, había un problema peliagudo. Si Benedicto XVI reconocía la validez del Papa Luna, automáticamente hubiera tenido que cambiarse el nombre y pasar a ser Benedicto XVII, puesto que Benedicto XIII hubiera habido de computarse con total normalidad.

En resumen, en esto de contar Reyes y Papas, siempre hay que ir con tiento. Por lo menos, ya que no lo homenajean en Roma, en Valencia deberíamos dedicarle una calle al Papa Luna, personaje autóctono excepcional que nos visitó en diversas ocasiones.

Por cierto, en el complejo calatrávico, el Museo «Príncipe Felipe» ya ha quedado nominalmente «demodé» y debería rebautizarse como «Rey Felipe», fuera «quinto» o fuera «sexto», que esta cuestión ya queda regalada a los eruditos ociosos que tengan ganas de discutir sobre el tema.

Compartir el artículo

stats