Haciendo un repaso por las portadas que recorren los 150 años de historia de Levante-EMV es un hecho que la barbarie terrorista forma parte de la memoria colectiva de los valencianos.

Tanto por el terror sembrado durante décadas por ETA –llama especialmente la atención de los visitantes a la exposición la impactante portada del asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997– o ya en el siglo XXI con el yihadismo como protagonista, como la matanza del 11-M de 2004 en cuatro trenes de cercanías de Madrid –el peor atentado en la historia de España con 193 muertos y unos 2.000 heridos– o las explosiones que sembraron el caos en pleno corazón de Londres en julio de 2005, con 56 fallecidos y 700 heridos.

Nos detenemos en la portada de los atentados de Barcelona del 17 de agosto de 2017 junto a Francisco Albert, un veterano de la Guardia Civil que recibió a comienzos de año la primera encomienda a un miembro de la Benemérita como víctima del yihadismo, de manos del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Superviviente del atentado de 1995 en El Corte Inglés. Miguel Ángel Montesinos

«A pesar del tiempo transcurrido, hablar de aquello, recordar lo que vi y, sobre todo, lo que viví, aún hoy me duele», confiesa Albert, quien tiene sentimientos encontrados.

«Por un lado, tengo la desagradable sensación de no haber podido hacer más por aquellas personas que tras ser atropelladas se encontraban en el suelo de las Ramblas debatiéndose entre la vida y la muerte; y por otro, un sentimiento de ira casi permanente hacia el terrorismo yihadista que parece haber venido para quedarse y que a fecha de hoy representa una de las primeras amenazas para el mundo occidental».

Este valenciano, hijo también de guardia civil, se dirigía a una charla cultural que se impartía en un local situado en las Ramblas.

«Recuerdo que como llegaba tarde iba bastante deprisa pero al recibir la llamada de mi compañero destinado en Castelló, me detuve, y esos minutos fueron cruciales, me salvaron de un accidente fatal o de una muerte segura. Desde aquel día creo en los ángeles vestidos de verde», reconoce emocionado.

29

El público descubre la exposición de Levante-EMV en la plaza de la Reina de València Eduardo Ripoll

«Me dejé llevar por el instinto policial, que es el que se nos inculca y para el que se nos prepara en las academias de la Guardia Civil durante nuestro periodo de instrucción. Lo primero que hice fue acercarme a una mujer de mediana edad que estaba rodeada por un gran charco de sangre con la finalidad de practicarle las maniobras de primeros auxilios pero al darle la mano, apretó la mía y justo en ese momento llegaron los sanitarios quienes se hicieron cargo de los heridos más graves», relata con detalle.

Aunque Albert reconoce que tan solo se limitó a cumplir con su deber, «poner mis conocimientos adquiridos en la Guardia Civil al servicio de la ciudadanía», la mente humana no está preparada para procesar determinadas situaciones sobrevenidas tras un atentado y «la metralla psicológica permanece en el cerebro de por vida».

Dentro de la crónica negra destaca el hallazgo en 1993 de los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée, las tres niñas de Alcàsser asesinadas. Miguel Ángel Montesinos

Por su parte, María del Carmen Martínez, que trabajaba como dependienta del departamento de bebés en El Corte Inglés de la calle Pintor Sorolla cuando la banda terrorista ETA trató de causar una masacre en el centro de València el 16 de diciembre de 1995, comprobó ayer con cierta decepción que la portada de aquel día que vivió en primera persona no estaba en la exposición de la Plaza de la Reina.

Lo que pone de relieve lo complicado que fue la selección –patrocinada por Global Omnium, Caixabank y Grupo Boluda– en 150 años de historia de El Mercantil Valenciano y las muchas imágenes que guardan los lectores en su memoria que forman parte de la hemeroteca de Levante-EMV.

«Se me pone la carne de gallina al recordar cómo la gente salía llena de polvo y gritando», confiesa.

La explosión le pilló atendiendo a una clienta y reconoce que al principio creyó que era una caldera. La imagen del gerente de planta sacando un brazos a una niña llena de cristales jamás se le borrará de la cabeza.