Análisis

Un Nou d’Octubre para pensar

La presencia de Vox en el poder acentúa la brecha entre bloques. La ciudadanía llena las calles en actitud cívica y festiva mientras se desengancha de la trifulca política ahora que la derecha vuelve a tener los símbolos en sus manos

Ciudadanos, a la espera del paso de la Procesión Cívica con la Senyera, el pasado lunes, Nou d’Octubre. | GERMÁN CABALLERO

Ciudadanos, a la espera del paso de la Procesión Cívica con la Senyera, el pasado lunes, Nou d’Octubre. | GERMÁN CABALLERO / alfons garcia. valència

Alfons Garcia

Alfons Garcia

La diada valenciana tenía un elemento diferenciador en esta ocasión: la presencia por vez primera de la ultraderecha en el poder autonómico. Esa novedad ha ayudado (al menos ha funcionado como argumento) para acentuar la brecha, ya amplia, entre los bloques políticos. La izquierda pasó de puntillas (una asistencia fugaz y con pocos efectivos) por los grandes actos institucionales para marcar distancias con un Ejecutivo valenciano con participación de Vox y protestar por algunas de sus políticas: las que tienen que ver con la violencia machista, la cultura y el valenciano, donde entiende que el socio radical está imponiendo su agenda.

Este ha sido el marco político del primer Nou d’Octubre de Carlos Mazón como president, al que se ha llegado en un ambiente de alta tensión entre polos ideológicos. Otro debate es si estos gestos (como la ausencia de Ximo Puig en la primera sesión de control) tienen algún alcance en la ciudadanía o se quedan en la cosmética política.

Porque lo que también deja este Nou d’Octubre son unas calles del centro de València llenas a rebosar, en actitud turístico-festiva y donde el programa de actos conmemorativos, con el desfile de la Senyera como plato principal, funciona casi a modo de reclamo más. No es casual que mande en la ciudad la derecha. Así son las cosas, los insultos a los gobernantes en su paseo con la bandera se reducen hasta casi la desaparición tras la salida de Compromís y PSPV del ayuntamiento. Como si los símbolos fueran propiedad de un ala ideológica y social.

El interés estaba, en todo caso, en la festividad más que en la reivindicación o la conmemoración (nacional o regional, según creencias). Puede interpretarse como un rasgo de normalidad, de sociedad adulta. Pero también como de disociación entre la calle y las instituciones en un país con una estructura de autogobierno (parcial) aún joven.

Gobierno del Botànic

En este contexto, otra marca de este Nou d’Octubre ha sido una manifestación reivindicativa poco concurrida (en comparación con otros años, aunque la tendencia es de pérdida de presencia pública). La situación de este año, con la ultraderecha en el gobierno valenciano y con la lengua como objeto de conflicto de nuevo, podía hacer prever una mayor movilización, pero no ha sido así. Es un dato sobre el que reflexionar en la izquierda. Quizá hastío o frustración de las bases después de ocho años de Gobierno del Botànic. Puede que ejercicio de realismo, ya que queda mucho trecho hasta las próximas elecciones autonómicas.

Oriol Junqueras

Al menos, parece que la tensión política que se transmite en las instituciones no tiene un reflejo potente en la vida ordinaria. O el reclamo del autogobierno no atrae al menos, ni siquiera cuando Cataluña vuelve a estar en el ojo de la actualidad y con uno de los líderes del procés, Oriol Junqueras, sumándose a la convocatoria valenciana.

La jornada grande deja además una recepción protocolaria con presencia importante de Vox (no faltó casi nadie, incluido Carlos Flores Juberías) y donde se observó la comunicación (y la sintonía en algunos casos) entre cargos ‘populares’ y de la derecha radical. No hay por ahí indicios de desgaste.

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