"Me preocupa más el frío o que me roben, que un loco tirando piedras"

Decenas de personas sin hogar duermen bajo los puentes del viejo cauce del Túria donde otro sintecho atacó sin motivo aparente alguno a dos hombres mientras dormían, matando a uno de ellos

Erika y Pepe, junto a su perra Mole, combaten el frío en una tienda a escasos metros del lugar en el que fue asesinado otro sintecho.

Erika y Pepe, junto a su perra Mole, combaten el frío en una tienda a escasos metros del lugar en el que fue asesinado otro sintecho. / Eduardo Ripoll

Una lucha diaria por sobrevivir, contra el frío, el hambre, los robos, la hostilidad de algunos policías (reconocen que otros sí que les ayudan), la indiferencia de los transeúntes y por último la violencia de la propia calle, llevada a su máxima expresión en la madrugada del pasado miércoles cuando dos sintecho fueron atacados con dos enormes piedras mientras dormían, sin motivo aparente alguno, por un supuesto desconocido, Hame K., ya encarcelado. Así es la vida de las personas sin hogar que han encontrado bajo los ojos de los puentes del cauce del Túria el cobijo que no hallaron en su entorno familiar o social por «circunstancias de la vida», como muchos de ellos coinciden al ser preguntados por aquello que les llevó a esta situación.

Con este panorama, para Fran, Pepe, Erika o Samuel, el menor de sus problemas son los estanques que propone el concejal de parques y jardines del Ayuntamiento de València, Juan Manuel Badenas, para erradicar, según Vox, «el problema de la inseguridad» en los jardines del río Turia. «Me iré a otro sitio, no es problema, no es la primera vez, estoy acostumbrado», argumenta Fran, de 46 años, quien reconoce que ya ha perdido la cuenta de los años que lleva viviendo en la calle. 

Como les ocurre a muchos de los que han terminado combatiendo el frío con cartones sobre el suelo y las mantas que les han dado voluntarios de organismos como la Cruz Roja o Cáritas, Fran se muestra esquivo al hablar de los pasos que le han llevado a estar pernoctando bajo el puente del Real, a pocos metros del lugar en el que fue asesinado hace cuatro días Sandel Branea, un rumano de 56 años. 

La víctima del crimen pedía limosna en un supermercado

«Sendo no se metía con nadie, era buena gente, yo no hablaba mucho con él, tampoco es que hable mucho con nadie, pero es algo que no me esperaba», señala Fran. Sobre si lo ocurrido ha hecho que tengan más miedo de dormir en la calle, más aún en su caso, solo sin el apoyo de ningún otro sintecho, se muestra práctico: «Me preocupa más el frío o que me roben, que un loco tirando piedras».

Es el sentir general de aquellos que viven en la calle, para ellos la muerte de Sandel, que se ganaba cuatro perras pidiendo limosna a las puertas de un supermercado de la calle Llano de Zaidía, no cambia nada. «Son cosas que pueden pasar, pero nosotros aquí estamos bien, podríamos estar mejor, pero no me quejo, hay que ser positivo», reconoce con optimismo Pepe, quien abandonó su Hungría natal hace diez años. Desde hace año y medio su vida está bajo uno de los ojos del puente del Real, en un pequeño asentamiento en el que conviven otras doce personas (la mayoría húngaros salvo un argentino) entre tiendas de campaña, carros con chatarra, perros y palomas. 

En su caso alberga la esperanza de volver a llevar una vida más estable cuando recupere su carné de conducir. En mayo del pasado año le impusieron una multa con retirada del permiso y tuvo que dejar su trabajo como repartidor al volante de un transporte frigorífico. A ello se le sumó que tuvo que abandonar la pensión en la que estaba junto a un amigo, por un incidente que protagonizó este último con un televisor.

Aseo y comida

Una vez solventados los problemas de aseo y comida, acudiendo a organismos como la Casa de la Caridad o Cáritas Diocesana, sin duda la mayor preocupación para los sintecho del cauce es evitar que lo poco que tienen no desaparezca. «A mí me robaron la mochila con la documentación, ahora voy con todo encima y solo dejo las mantas y la tienda, eso más o menos se respeta», indica Germán, de 40 años. Para otros, como Samuel, un esloveno que desde que llegó a España en abril de 2022 por cuestiones políticas ha pasado por Dénia, Alicante y ahora València, sus preocupaciones son más inmediatas, como encontrar dónde poder cargar su teléfono móvil. En la vida en la calle cualquier cuestión cotidiana y aparentemente sencilla supone toda una odisea.