Entrevista |

Natxo Escandell: "El País Valencià sigue siendo una idea que aún no se ha definido"

"De no existir Fuster ni el PSPV sería como es, ni tampoco la derecha que tenemos, incluso quizá no hubiese existido un 'blaverismo'", dice el autor de 'Ni fet ni desfet: Història del nacionalisme polític valencià'

Natxo Escandell, autor del libro "Ni fet ni desfet"

Natxo Escandell, autor del libro "Ni fet ni desfet" / Francisco Calabuig

José Luis García Nieves

José Luis García Nieves

El nacionalismo político valenciano ha provocado ríos de tinta, pero era una historia todavía por contar. Ese hueco lo acaba de cubrir Natxo Escandell Garcia (Carcaixent, 1988), doctor en Historia por la UV, que adapta su tesis doctoral en el ensayo 'Ni fet ni desfet: Història del nacionalisme polític valencià 1974-1998' (Afers, 2024).

'Ni fet de desfet'. ¿Quién ha hecho más por 'desfer-lo': la influencia de España o la influencia de Cataluña?

Yo creo que la española. Desde los años 70 y 80, en Cataluña, a excepción de Jordi Pujol en algunos momentos, se abandona la idea de los Països Catalans. Cataluña hace su camino y en ese camino el País Valencià y les Illes Balears no estaban, más allá de cuestiones lingüísticas o culturales. El problema ha sido la relación con España. El problema con Cataluña es otro. Es un sentimiento completamente diferente, en el que hay una lengua, una historia, una identidad común que se intenta obviar, sobre todo en los 90, en su vertiente política para que haya un rédito electoral por parte del valencianismo político. Es España la que crea la Comunitat Valenciana y por tanto, anula la idea de País Valencià.

Usted sitúa en 1977-78 el momento que pudo ser fundacional de la construcción de una conciencia nacional política valenciana. Pero leyéndole da la sensación de que había más manifestantes que votantes. Citando a Vargas Llosa, ¿cuando ‘se jodió’ la idea del del País Valencià?

El consenso estaba más o menos claro hasta aproximadamente llegar el año 78-79, cuando aparecen algunos elementos externos del propio valencianismo, entre ellos no solo el diario 'Las Provincias' o Manuel Broseta. El consenso podría haber sido a partir del 77-78, sobre todo alrededor de alguna concepción valenciana en la Unió Democràtica del País Valencià o en el PSPV. Pero la UDPV desaparece del marco político, y al PSPV le realizan una especie de OPA en el PSOE. El problema más grande que tuvo el valencianismo político fue precisamente que en el momento en que se hubiese podido dotar de un corpus y de una fuerza social, hubo ciertos elementos desestabilizadores tanto del Estado como de los medios de comunicación, y también diferentes valencianismos que se integraron en el PSOE sobre todo. El PSOE, con su baño de valencianía, ya tuvo suficiente. Ya tenía un valencianismo ‘bien entendido’, además de que la 'Batalla de Valencia' y el conocido como 'blaverismo' también fue uno de los problemas enormes que no existió en otro territorio español.

Más que de una batalla usted habla de un asedio, un 'setge'.

Una batalla se da entre iguales. Aquí alguien mató. Aquí pusieron bombas. Los otros simplemente podían defenderse y de una manera más que legítima, pero problemática para el Estado que se estaba creando.

Siguiendo su relato, la historia del valencianismo político parece una batalla conceptual entre élites, una disputa teórica durante bastantes décadas. Y todo sobre una sociedad que, según constata, tenía como marco nacional España. ¿Sobraron convicciones y faltó sentido estratégico?

Uno de los problemas que ha tenido el nacionalismo valenciano es que nos hemos pasado más tiempo hablando de él que haciéndolo; más tiempo hablando sobre fundaciones, refundaciones, contrafundaciones, que el propio hecho de un una constante ideológica. Las derivas son más que evidentes. No es casualidad que a finales de los 80, con la Guerra fría terminando y el comunismo en horas bajas, esa nueva teorización de la izquierda del PSOE también impregna al valencianismo político. En los años 90, con un sistema neoliberal ya asentado, eso también acota los márgenes de movilidad por parte del valencianismo político, que pasa de ser un partido más a la izquierda a ser un partido progresista que ya directamente obvia la idea de pancatalanismo, que desde los años 80 es una idea que a nivel social no estaba teniendo la repercusión que en un principio parecía que iba a tener. El valencianismo político no bebe tanto de la teorización de todas las obras publicadas por parte de la tercera vía, de Joan Francesc Mira, de Joan Fuster, de Josep Guia... Claro que tiene su peso, pero el valencianismo político, sus cambios de estrategia y derivas, beben de la necesidad de poder mantenerse a flote.

Un contrafactual: ¿cómo cree que hubiera evolucionado el valencianismo político sin Fuster?

Yo creo que hubiese existido una especie de regionalismo mal entendido y un regionalismo bien entendido, pero nunca un planteamiento de unos horizontes nacionales diferenciados de los que Fuster planteó. Sin Fuster no habría un País Valencià. Hacer historia ficción es un poco problemático. De no existir Fuster seguramente ni el Partido Socialista actual sería como es, ni la izquierda del Partido Socialista, ni tampoco la derecha valenciana que tenemos. Es decir, sin Fuster incluso igual no hubiese habido un blaverismo.

En el 87, el nacionalismo valenciano (UPV) llega por primera vez a las Corts, en alianza con IU. Un esquema que se repite en 2011. No sé si esto es la constatación de que 'el país serà d'esquerres o no será', como decía Fuster, o es la confirmación de que en el valencianismo pesa más la clase que la nación, más la 'esquerra que el país'.

Sí, puede ser visto como una historia que es fluctuante y que al final incluso termina repitiéndose. El valencianismo político, cuando hay que poner encima de la mesa si 'izquierda-derecha' o 'más o menos España', siempre ganará la cuestión de la ideología. Eso pasará en el 87, pasará en el 2011, aunque sí que es cierto que por el medio hay un cambio, una tendencia. En 1994, siete años después del primer pacto con Izquierda Unida, se pacta con Convergència i Unió para las europeas. Por tanto, ahí sí que hay una fluctuación. Yo creo que responde más a la idea de la necesidad [sumar votos para llegar a las Corts]. Eso pasó en el 87, pasó en el 2011, lo que nos da a entender que el valencianismo político parece ser que tenga sesa identidad de ser la muleta para terminar siendo algo: nunca puede llegar por sí mismo. Hasta que ha llegado el 2015. Ahí sí que cambió por completo la historia.

Parece que Compromís vuelve a estar en ese dilema: si ir con Sumar a las europeas o potenciar la marca propia. 

Ahora mismo se encuentran en esa disyuntiva. Sí que es cierto que en el 87 y en el 2011 aquel giro hacia el españolismo de izquierdas o a la izquierda de la izquierda, sí que tuvo sus frutos. De hecho, de no ser por esos pactos, hoy ni estaría encima de la mesa un proyecto valenciano a futuro. Quiero decir, el valencianismo político, con sus pactos, sí que consiguió asentarse. Y si no fuese por esos pactos, seguramente no existiría Compromís. El problema más grande que se encuentra en Compromís está en autodefinirse como entidad propia. De hecho, lo mejor que le podría pasar en estos momentos a Compromís, por ejemplo, sería que su marca llegase a calar tanto que estuviese en el debate día a día. Si Compromís consigue que Ayuso los critique, seguramente eso dará más votos incluso que Sumar.

Parece que los partidos nacionalistas (Bildu, BNG), viven un buen momento electoral, pero también que su efervescencia viene más del eje ideológico que del propio relato identitario. ¿Está el soberanismo de capa caída tras el procés?

Aquellos territorios en los que el soberanismo está aumentando e incluso se sitúa por encima del PSOE no es tanto por una cuestión de identidad, sino por una cuestión de esperanza y cambio, que en València ya se vivió. La diferencia más importante es que tanto el BNG como Bildu pueden hacer un discurso de clase, porque el concepto nación ya lo tienen claro. Compromís en, este caso, no. Aún tiene ese dilema interno en el que, si bien está clara la adscripción ideológica, en la cuestión nacional no lo tiene tan trabajado, no lo tiene tan asimilado. El votante de Bildu y del BNG ya sabe qué es Bildu y el BNG. Y lo votan precisamente porque está ‘a la izquierda de’ y porque ‘es de’. En cambio, el votante de Compromís sabe que está ‘a la izquierda de’, pero nacionalmente no sabe en qué posicionamiento se encuentra.

¿Y Compromís lo sabe?

Yo también me hago esa pregunta. Ahora en octubre tiene el Congreso y espero que haya una una definición más clara de cuál es el territorio en el que se adscribe. No solo es decir que tu territorio es el País Valencià, sino cómo lo concibes tú y qué aspiraciones tienes para ese territorio. Bildu y el BNG lo tienen claro. Esquerra lo tiene claro. Compromís lo tiene que decidir.

Usted documenta que la embajada británica seguía atentamente la Transición valenciana. Parece que el nacionalismo valenciano -o la expectativa de un nacionalismo valenciano- ha sido más fuerte vista desde fuera que desde dentro.

Es que realmente sí que era importante. Incluso había un temor. Todas las encuestas sociológicas de los años 70 daban al valencianismo político una importancia que luego no se dio, porque hubo unos factores externos que trabajaron para que eso se diese. Me explico. La embajada británica lo tenía muy claro. Hablan de términos como ‘la gran Cataluña con Valencia’. Hablan del problema rampante del valencianismo político que se puede ir con Cataluña; de que hay que crear un obstáculo deliberado. Todo eso se reduce a que hay que hacer alguna cosa con el valencianismo político. El 23-F provocó que incluso se bajaran del carro el Partido Socialista y el Partido Comunista, que directamente abandonaron tanto las tesis más proclives a un País Valencià con libertad para autodeterminar su futuro. Eso sucedió. Otra cosa es que llevamos 40 años con esa idea de que el País Valencià es un territorio 'meninfot', al que se le puede tratar de una manera más paternalista desde España. Pero la identidad valenciana como tal existió. Otra cosa es que después desapareció. Pero no porque la gente no lo defendiese, sino porque la gente vio en el PSOE un cierto valencianismo con el que ya se podían sentir tranquilos y porque desde el Estado puso a trabajar una maquinaria para que si había un problema en España solo se redujese a dos territorios, País Vasco y Cataluña.

El libro arranca con una cita de Fuster: lo primero para una construcción identitaria, dice, es 'revalencianizar' la sociedad. ¿En qué punto se encuentra ese objetivo tras 40 años de autogobierno, líneas en valencianos, y ocho años de valencianismo político en las instituciones?

Identidad valenciana sí que existe. El marco valenciano existe, está presente. Otra cosa es si nos parece más o menos, mejor o peor, suficiente o insuficiente, o que esté ligada a un marco español de carácter regionalista. Ahí hay una posibilidad electoral, política y social muy fuerte. Desde el año 2015-16, con el 'procés' en Cataluña, en València se ha vivido una recesión identitaria en términos valencianistas. Pero el electorado y la gente continúa estando. ¿Es posible crear un valencianismo político diferente al que hay ahora? Sí. Otra cosa es que haya un miedo o una percepción de que no pueda ser exitoso. Pero no nos olvidemos del recorrido que tiene el valencianismo político, que nunca ha sido exitoso, a excepción de los últimos 12-14 años, cuando el valencianismo político solo estuvo asentado en un ámbito municipal.

¿Por qué nunca una CiU valenciana, un proyecto valencianista "de orden"? ¿No hay mercado para eso?

Sí, sí que lo hay. Y clarísimamente creo que el País Valencià puede ser también de derechas, parafraseando un poco a Fuster. Hoy la idea de País Valencià es una idea ligada sobre todo a a las ideologías de izquierdas. "El País Valenciano será de izquierdas o no será". Claro, pero el País Valencià puede, debe tener una identidad valenciana ligada a un conservadurismo, a las élites empresariales. Si se quiere poner directamente encima de la mesa la cuestión nacional valenciana o el territorio valenciano como problema y como necesidad de soluciones, eso se consigue teniendo partidos políticos de adscripción nacional valenciana tanto a la izquierda como a la derecha. Como no ha existido hasta la fecha, el PP supo valencianizarse mínimamente con esos coletazos finales de Unió Valenciana. Y esa valencianización -regionalista y banal, sí-, a la sociedad le venía bien. De hecho, eso demuestra que la gente pide cierta valencianización de la política. Si existiese un partido de derechas valenciano o valencianista, podría abrirse paso. Todo esto dependerá de si la derecha española en el País Valencià sabe gestionar esa identidad valenciana. Camps la gestionó muy bien para su electorado. No ser votante del PP significaba directamente no ser buen valenciano. Si eso no lo hace la derecha actual, debería haber una derecha empresarial y familias conservadoras y pudientes, que en el País Valenciano existen, y estarían más que interesadas. Si el PP se homogeniza en relación a la identidad española, como parece ser que están haciendo, con una identidad única y central de España, puede ser que a partir de ahí surjan otras necesidades.

Cuando tenía usted 11 años le preguntó a un profesor qué era aquello del País Valencià. ¿Qué le respondería hoy a ese niño?

Creo que el valencianismo político hoy es un todo o nada, ni fet ni desfet. Aún se identifica como valencianista muchos aspectos que en verdad no lo son. Son una reinterpretación de España. Eso no es valencianismo, el valencianismo debería ser la autopercepción propia. El País Valencià sigue siendo una idea que aún no se ha definido y en el momento en el que lo haga seguramente van a cambiar muchísimas cosas. Pero ya es un éxito que después de, no ya 300 años, pero desde los últimos 40 años de dictadura y un sistema político españolizado, siga sobreviviendo y persistiendo, incluso llegue a cuotas de poder: no hay que negarle su fuerza, su interés y su necesidad.

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