LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Tambores de Guerra

"Ninguna guerra justificaría dinamitar el futuro de quienes vienen detrás, emocionados por existir y con la esperanza de ser felices"

Israel utiliza la Inteligencia Artificial para seleccionar objetivos humanos

Agencia ATLAS | Foto: EFE

Mar Vicent

Suenan tambores de guerra y no es el título de una película, dicho sea sin ánimo de dramatizar, que ya hay bastantes dramas en la vida de todo el mundo como para ir a la caza de otros. Sin ninguna pretensión de realizar un completo análisis geopolítico sobre los factores latentes y explícitos que nos han llevado a la actual situación, sin ninguna esperanza de ser capaz de aportar ninguna mágica solución que convierta en pacifistas convencidos a quienes toman decisiones que afectan a nuestras vidas y las de próximas generaciones, parece que es momento de mirar al monstruo de cara, con ánimo de no vivir en la mentira, dejando pasar un día tras otro, todos ellos sumando acciones que caminan en la dirección equivocada, hacia un desastre definitivo.

El mundo no está, ni ha estado nunca libre de guerras. A día de hoy se viven grandes conflictos armados. No solo el genocidio de Israel o la invasión rusa de Ucrania sino las guerras en Somalia, Yemen, Sudán, Burkina Faso, Myanmar, Nigeria o Siria. Pero lo sucedido estos últimos días, la intervención de Irán con sus drones, que nunca más podremos considerar simple juguetes, ha disparado las alarmas hasta atravesar en muchos casos nuestra barrera de confort y hacernos sentir cierto estremecimiento, nada agradable, ante la posibilidad de que la ficción se vuelva realidad.

La guerra, nefasto patrimonio de la humanidad, es para mucha gente una ficción lejana en el espacio y en el tiempo. Incluso es un género cinematográfico que la industria del cine se encargó de embellecer, convirtiendo en épica lo que no es más que tragedia, fabricando personajes heroicos que nada tenían que ver con quienes morían a miles en las trincheras. Obviando la enorme capacidad de destrucción, de dolor y crueldad que las guerras tienen por definición.

Estamos acostumbradas a su existencia, pero las percibimos lejanas, ajenas a nuestra realidad. Desconocemos sus causas y no nos preocupan sus efectos y una terrible falta de memoria nos impide recordar el privilegio de que sea así. En España, la última guerra terminó hace ya los suficientes años como para que sobreviva poca gente que la viviera en primera persona, aunque siga habiendo muchas que sigan sufriendo las consecuencias.

Por ello cuando las guerras salpican los titulares de prensa, suelen ser recibidas con total indiferencia que no es exactamente lo mismo que rechazo. Rechazo es lo que se manifestó en la calle, alto y claro, hace 21 años cuando millones de personas en todo el mundo salieron a la calle para protestar contra la guerra de Irak fundamentada en una mentira tan obscena como intragable. Una guerra que, mira por dónde, sentó las bases para la realidad que hoy nos asusta.

¿Es pueril sentir miedo? Quizás no tanto para cualquiera que tenga dos dedos de frente y, mirando cómo está el patio, perciba señales inconfundibles. Pero ante el miedo, hay dos posibles reacciones. La de esconder la cabeza en el suelo como los avestruces que no son conscientes de que dejan expuestas al ataque otras partes sensibles de su anatomía. O la de pensar en la vida que tenemos, quizás dura pero preciosa, asumiendo también que ninguna guerra justificaría dinamitar el futuro de quienes vienen detrás, emocionados por existir y con la esperanza de ser felices. De ahí que la única reacción posible sea la protesta permanente contra todos aquellos gobiernos y partidos que apoyen de la forma que sea, mediante la venta de armas, dando coartadas ideológicas o vinculando nuestro futuro como país y como ciudadanía a la de unos dirigentes irresponsables y criminales que nunca irán a las trincheras.

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