Kiki Morente, la solemnidad del recuerdo

El hijo del artista Enrique Morente y la bailaora Aurora Carbonell realizó el pasado viernes un concierto en el Palau de Les Arts que tuvo el sabor del padre

El guitarra Carlos de Jacoba se reveló como el único poblador legítimo de esa tierra tan de continuo maltratada como la pureza en el flamenco

Jaime Roch

Jaime Roch

El cante de José Enrique Morente Carbonell (Granada, 1989) -Kiki Morente en los carteles- es un rastro, una maraña, una conjetura de aquello que un día amó su padre en lo hondo de su ser. Su voz evoca y preserva la memoria de un revolucionario como Enrique Morente, ese gran innovador del flamenco fallecido un 13 de diciembre de hace catorce años ya, después de tan triste olvido en los almacenes del tiempo.

Desde el martinete inicial con el que abrió el concierto en el Teatre Martín i Soler del Palau de Les Arts recordó a su padre y a esa esencia tan lorquiana y granadina que Morente derrochaba desde su nacimiento, en el número 9 de la Cuesta de San Gregorio de Granada. Ese martinete tantas veces escuchado en su casa junto al Mirador de San Nicolás, arropado por esas calles que separan los dos barrios más flamencosde Granada, el Sacromonte y el Albaicín.

El sabor del padre

Y hasta la puesta de escena de ese primer palo fue idéntica a la de su padre: coral y casi coaligado con el resto de voces de los músicos que le acompañaban en el escenario (su sobrino Curro Conde, José del Calli y Cheto Muñoz). Ese mar de fondo de su cante lograba crear un aura íntima para perpetuarse en los adentros. No en vano en el pasado se confina ese larvario que es puro alimento del que se nutre el sentimiento que luego se abrió en canal encima del escenario de Les Arts.

Así que todo el concierto del hijo tuvo el sabor del padre. Eso sí: salvando la distancia. Pero no dejaban de ser cantes gozosos, rondadores y complacientes preñados de inmemoriales vínculos con la felicidad y con la propia vida de Kiki. Esa infancia que, como decía el tópico, es la patria de los hombres. Y, por eso, su cante llegaba a la mente con una certeza irrebatible: Enrique Morente, sin vilezas ni imposturas, es uno de los cantaores más grandes de la historia del flamenco. Y no se le da apenas importancia.

Durante la actuación, el artista granadino recordó algunos momentos de su niñez en el barrio marinero del Cabanyal al que su padre acudía con frecuencia a cantar porque, según él mismo dijo, tenía muchos amigos.

A pesar de ser un concierto puramente de flamenco ya que se encontraba enclavado en la programación ‘Les Arts és Flamenco’, Kiki se salió del guion para recordar la admiración que su padre sentía por Leonard Cohen e interpretó ‘Oye, esta no es manera de decir adiós’, la canción del cantautor canadiense que fue versionada por Enrique Morente y que se incluyó en "Omega" (1996), el monumental álbum de Enrique Morente y Lagartija Nick.

El concierto de Kiki Morente en Les Arts, en imágenes

Kiki Morente junto al guitarra Carlos de Jacoba en Les Arts / Les Arts/Mikel Ponce

La guitarra de Jacoba

La rondeña de Carlos de Jacoba, único poblador legítimo de esa tierra tan de continuo maltratada como la pureza en el flamenco, fue maravillosa por melancólica y sencilla. Es, sin duda, uno de los mejores guitarras del momento. Y eso que entró por la vía de la sustitución al concierto para suplir a Yerai Cortés, el guitarra de C. Tanganaque nació en La Vila Joiosa, se crió en el barrio humilde de Parque Ansaldo y en Virgen del Remedio de Alicante.

Kiki Morente se reveló como un cofrade eminente de la bulería, de ese flamenco pop que tanto se lleva actualmente debido a su fusión con lo electrónico, pero eso no quitó que la seguirilla fue uno de los momentos álgidos de la noche. Por no decir el más alto. Ese cante impactó tanto como si trazara invariablemente una curva áurea entre el sentimiento y la solemnidad del recuerdo a su padre. Eso fue todo.

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