Roca Rey, un oasis de toreo

El diestro peruano sale en hombros tras cortar dos orejas al quinto bis y salva la tarde por la falta de casta de los toros de Victoriano del Río lidiada ante unos tendidos llenos de "No hay billetes", una imagen que no se vía en València desde hacía tres años

Jaime Roch

Jaime Roch

Miles de personas observaban pasear las dos orejas a Roca Rey a las 19.15 horas con ojos encendidos por la emoción. Una emoción que participa de lo material, de lo erótico y de lo místico. Esos ojos miraban a un torero que estaba en una nube rosada, sometido a una fascinación que solo conservan esos toreros de época con un magnetismo único.

Porque la plaza de toros vibró. Todas las almas allí presentes vibraron con una alegría tan feroz que extasiaba, cuya única procedencia venía del torero que se jugó la vida, con el que la mayoría de los allí presentes no habían intercambiado una sola palabra, ni siquiera conocían el tono de su voz. Simplemente, justo en ese momento de la tarde se emocionaron con su toreo.

Mientras lo miraban, Andrés Roca Rey parecía torear con un pensamiento único, brutal, desgarrado: si la vida quiere marcharse de mi cuerpo allá ella, pero yo me la juego para seguir emocionando a València, esa ciudad que le quiere como a pocos y que lo tiene ya como a un hijo predilecto.

Con el corazón latiendo fuerte, como si dejase una estela de fuego y arrogancia -pero sana, nada soberbia-, puso la plaza bocabajo. La gravitación exacta de todo cuanto existe delante del toro, el plan secreto del hombre, la inteligencia incesante del torero, el resultado de la materia prima transformada en embestida. El gozo vivo de la grandeza del toreo. Un días más.

Porque Roca Rey asciende el toreo a lugares que muchos no sabían que existían. Su faena tuvo infinitos matices y eso que la tarde se despeñaba sibilinamente al fracaso absoluto. Hasta que salió el primer sobrero. Quinto bis. Más feo y más montado que su hermano, que se llamaba igual que él y era de la misma ganadería: «Entrenador». Nada bueno apuntó en los primeros tercios, que anduvo suelto y recibió hasta cuatro puyazos. 

A pesar de no brindar la faena, se lo sacó a los medios y ahí planteó la guerra. Una primera tanda poderosísima hizo sonar la música. «Nerva» interpretó la banda de Montroi. La gente estaba con él: «¡Vamos, Roca!» le gritaban desde el tendido. Y es que aquí, el torero peruano es un ídolo. Muy asentado, pisó los terrenos que queman para plantear una labor inteligentísima a un Victoriano del Río deslucido, soso que nunca transmitió nada

La puerta grande de Roca Rey en la Feria de Fallas 2023, en imágenes

El torero peruano dibuja un extraordinario derechazo al quinto bis / Nautalia

Dos redondos de espaldas al natural calentaron los tendidos y, a partir de ahí, vino la clave de la faena: cambió de terrenos al animal, más pegado a las rayas del tercio, y lo sometió por la derecha. Roto, despacio, profundo. Como si desafiase a la fuerza bruta del toro con su muleta leve, pero poderosísima. La masa violenta y apresurada le pasaba por la barriga intermitente y podía llevárselo por delante en cualquier momento. Pero él, dueño de unas cualidades físicas portentosas, realizó una faena excepcional en la que el toro acabó haciendo exactamente lo que él deseaba. Y ahora sí, Roca Rey mostró su rotundidad característica. Esa a la que tiene acostumbrada a la afición valenciana y ayer acudió en masa para verlo: se colgó el «No hay billetes» en los tendidos, una imagen recuperada después de tres años que ratificó la salud de la afición taurina de València.

Otro redondo monumental puso de pie a la plaza. Dejó una estocada un pelín desprendida y, antes de que cayera el toro, ya había pañuelos en los tendidos pidiendo las orejas. Porque el toreo de Roca Rey te envuelve, te atrapa, te seduce, te arrastra a su terreno.

Paseó las dos orejas entre el clamor del tendido y dos banderas: la del Perú y la de la Comunitat Valenciana. Y en sus manos, se fusionaban en una sola patria. En su primero, un animal que planteó dificultades por su exigencia, no rompió la faena y el toro acabó no queriendo pelea, rajado en tablas.

Emilio de Justo pudo cortar una oreja en el cuarto tras desplegar la honda expresión de su concepto, pero pinchó. En su primero tuvo delante a un toro desrazado. Esa fue, sorprendentemente, la tónica general del envío de Victoriano del Río: un envío sin fondo, falto de casta, con muy poca entrega y con una presentación desigual. 

Pablo Aguado debió apostar más por el tercero de la tarde y estuvo muy medroso en el sexto. Solo Roca Rey se fue con honores de capitán general de la Feria de Fallas. Un oasis de toreo. 

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