Un alegato por la paz y la vuelta a la infancia marcan el Pregón del Corpus

Rafael Solaz pide que «música y danzas sean escudos contra la barbarie» en el inicio de la fiesta

Revive íntegramente el discurso que anuncia la "Festa Grossa" de la ciudad

Rafael Solaz, durante su intervención

Rafael Solaz, durante su intervención / Manuel de Zayas

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

El tradicional jueves del Corpus es el señalado para anunciar los festejos que tienen lugar a partir de hoy, viernes. Para no vaciar de contenido la fecha, tras el traslado de los festejos a fin de semana, se decidió que en ese día, y en el lugar más emblemático posible, el Patriarca, se pronuncie cada año el pregón. 

Este año fue el investigador y bibliófilo Rafael Solaz el encargado de recibir el encargo de Amics del Corpus. Y el acto de bienvenida a la fiesta de 2024 se convirtió en un alegato a «los recuerdos de un niño», él mismo, de las sensaciones que inspira la fiesta cuando hiberna y cuando se despierta. 

Rafael Solaz, la concejala Mónica Gil y el presidente de Amics del Corpus, Francisco Esteve

Rafael Solaz, la concejala Mónica Gil y el presidente de Amics del Corpus, Francisco Esteve / Moisés Domínguez

Lo tenía además muy fácil para recordar sus andanzas infantiles por la Casa de las Rocas, al lado de su casa paterna. Recordaba haber subido y bajado mil veces «l’escaleta», «esa que por el tiempo llegó a formar parte del costumbrismo corpusiano. Bajaba rápido por esa misma escalera y una vez estaba abajo era cuando comenzaba el viaje por mi imaginación infantil. La estancia respiraba humedad, como el barrio, una humedad que permaneció varias décadas producida por la gran riada de 1957». Un tiempo, pues, de evocaciones, cuando la fiesta marcaba diferencias con la actual. 

Recordaba la sensación que le inspiraban los Gegants en la penumbra. «Me fijaba en sus rostros, en todos los detalles de les Roques, en la simbología, entonces para mí incomprensible, y también contemplaba los relieves artísticos de todo aquel universo. Recorría aquella planta baja repleta de siglos de historia y en mi cerebro florecían mundos imaginarios y seres de aventuras que surgían a cada paso. Aquellos techos tan altos de vigas inalcanzables y la poca luz excitaba mi imaginación y también la aventura inesperada», cosas que cambiaban cuando las Rocas salían a la calle «y los niños seguíamos la comitiva con la ilusión de los niños que éramos».

Las autoridades asistentes al Pregón

Las autoridades asistentes al Pregón / Moisés Domínguez

Un ejercicio, pues, de evocación. «Quiero que mis palabras sirvan de homenaje y agradecimiento a todas aquellas personas que a través de tantos años hicieron y hacen posible la fiesta grande de València, nuestro Corpus». Y que le permitió rematar regresando al presente. «Es aquí cuando pido y deseo que la propia procesión, la música y las danzas sea escudos contra la barbarie, en busca de un mundo mejor, más justo, solidario, festivo y sin guerras».

Texto íntegro del pregón de Rafael Solaz

Buenas noches, señor President, señor Arzobispo, autoridades, corpusianas y corpusianos, amigas y amigos.

Lo primero que quiero decir es que estoy tremendamente feliz y agradecido a Amics del Corpus por el honor que me hacen al ser la persona elegida como Pregonero de la fiesta del Corpus, la Festa Grossa de València. Y más hacerlo en un lugar tan histórico y emblemático como es este Real Colegio Seminario del Corpus Christi y su iglesia del Patriarca. Gracias de todo corazón.

Voy a hablarles de libros, de amigos y de recuerdos, los recuerdos de un niño que desde hace muchos años ha sido testigo de esta Valencia histórica, tradicional y festiva. Julián Marías dijo que la memoria siempre será suficiente para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiempos y en diferentes espacios. Por ello quiero transmitir con evocación los momentos de una niñez concreta en un tiempo prescrito. La memoria es algo que debemos nutrir constantemente, en ella no sólo están nuestros recuerdos sino también nuestros afectos, y nuestra historia compartida. Y eso es lo que pretendo, compartirlo entre todos ustedes.

Nací en el barrio del Carmen, en la calle del Pintor Fillol, la que forma esquina a la plaza del Carmen y la calle de Roteros. Mis padres tenían amistad con Paco Ramírez y su esposa María Pons que, precisamente, eran los habitantes de un vetusto edificio de esa calle de Roteros, un caserón que todos conocíamos en el barrio como la Casa de les Roques. Allí iba de visita junto a mis progenitores accediendo por una pequeña puerta, subiendo la escalera hacia la parte alta del edificio donde se encontraba la vivienda del matrimonio.

Esteve y Solaz, durante la misa

Esteve y Solaz, durante la misa / Moisés Domínguez

Sabedores que lo que más me gustaba era bajar a la planta baja, muchas veces me brindaron esa oportunidad. Se accedía por una estrecha escalera que por el tiempo llegó a formar parte del costumbrismo corpusiano, y digo esto porque allí se reunían los Amics del Corpus para cenar de sobaquillo, reunión que se conocía como el Sopar de la Escaleta. Bajaba rápido por esa misma escalera y una vez estaba bajo era cuando comenzaba el viaje por mi imaginación infantil. La estancia respiraba humedad, como el barrio, una humedad que permaneció varias décadas producida por la gran riada de 1957.

La luz era tenue, apenas unas bombillas iluminaban el espacio pero perfectamente se podían apreciar Les Roques de tanta historia, y esos Gegants que, por cierto, debido a mi pequeña estatura y al verlos tan de cerca, me parecían de verdad unas figuras enormes, gigantescas. Me fijaba en sus rostros, en todos los detalles de les Roques, en la simbología entonces para mí incomprensible y también contemplaba los relieves artísticos de todo aquel universo. Recorría aquella planta baja repleta de siglos de historia y en mi cerebro florecían mundos imaginarios y seres de aventuras que surgían a cada paso. Me asustaba un poco al contemplar la Roca La Diablera. Las figuras parecían como si quisieran alzarse hacia aquellos techos tan altos de vigas inalcanzables y la poca luz excitaba mi imaginación y también la aventura inesperada.

¡Pero ah! todo cambiaba cuando llegaba la fiesta y aquellas Roques eran sacadas al exterior. El día anterior la Policía Municipal había colocado unos cartelitos de prohibido aparcar y por la mañana, sobre las diez, ya sacaban las Rocas permaneciendo alineadas en la calle de les Blanqueries. Era entonces cuando realmente con la luz natural apreciaba sus auténticos colores, su inmensidad como obra artística. Después, al son de la dolçaina y el tabal, comenzaban su marcha tiradas por caballos e iniciaban este recorrido por la calle de Serrans, buscando la plaza de la Verge.

Con mis amigos seguíamos la comitiva festiva con la ilusión de los niños que éramos. Íbamos delante como conductores de aquel espectáculo festivo. Todo esto ocurría antes de la procesión de la tarde.

Aspecto de la Iglesia del Patriarca

Aspecto de la Iglesia del Patriarca / Moisés Domínguez

Paralelamente me gustaba ir a Casa Insa, de la calle de Baix, que se hallaba a pocos metros de mi casa y que en muchas ocasiones había visitado junto a mi madre que conversaba con su amiga doña Carmen Insa. Allí fui testigo de la salida y entrada de los nanos que portaban entre sus brazos una cabeza de cartón piedra con expresiones grotescas e iban ya vestidos con su indumentaria colorista, por cierto, tengo que decir que bailaban muy mal el Ball de Nanos, lo hacían muy toscamente para después pedir al público unas monedas. También mi recuerdo va hacia los cirialots de barba blanca sujeta por un cordel que sobresalía entre las orejas. Llevaban bajo el brazo su corona dorada que recordaban a aquellos portadores posteriores de la Real Senyera, aquellos hombres de barba negra postiza, de sayones rojos, con la enseña de la ciudad como imagen destacada de su vestimenta.

Llegaba la procesión de la tarde, con sus danzas y personajes, la fiesta que tantas veces presencié. Todavía la vivo y mis recuerdos nostálgicos vuelven sobre sus huellas. Y es que la nostalgia mitifica los pasos perdidos, cuando la nostalgia se impone la vida se evapora, como bien dice el escritor y amigo Rafa Lahuerta.

Con mi familia siempre nos solíamos sentar en las sillas de enea dispuestas en la calle de Cavallers o en la calle de la Bolsería. Me encantaba la procesión porque allí contemplaba en movimiento a las que consideraba mis figuras, Les Roques y los fascinantes Gegants. Todo lo veía sorteando con la mirada la presencia de aquellos militares que flanqueaban el recorrido de la procesión. Sentía predilección por el Capellà de les Roques, con su caballo, el entrañable Agüelo Colomet, La Moma con los pecados al acecho, o el mismísimo Sansón, personaje que parecía salido de uno de los tebeos que por entonces leía.

Al paso de la Custodia los pétalos de flores caían desde lo alto, era como una lluvia de fragancia y color que inundaba el sentido. Ese aroma de las flores permanece en mí, como pegado a la memoria colorista y festiva.

Por todos estos recuerdos, y dada mi condición de estudiante en la Escuela de Artes y Oficios llegué a pintar, en 1975, un cuadro de la salida de la procesión del Corpus, obra que todavía poseo y permanece colgada en una de las paredes de mi domicilio. Tengo que decir que este apunte lo llegó a ver mi profesor Genaro Lahuerta, y le gustó. Fue para mí todo un honor.

Ya de adulto, dada mi condición de bibliófilo, en las estanterías de mi biblioteca, dispuse un espacio destinado a aquellos libros de fiestas valencianas. Dos de estos estantes, aún hoy, están formados por casi un centenar de ejemplares antiguos dedicados al Corpus Valenciano.

La vida bibliófila me reservaba sorpresas. Allá por los años 80 tuve la ocasión de adquirir parte de una biblioteca privada y entre estos libros encontrar el dietario manuscrito de Pablo Carsí, un vecino que fue anotando todo lo que ocurría en la ciudad a partir del año de 1800, en realidad a partir de la Guerra del Francés, dicha de la Independencia. Carsí cita al Corpus como la fiesta grande de la ciudad anotando algunas cosas curiosas como ésta que ahora destaco. Dice así:

“Para pasar la procesión del Corpus por el Mercado, se ponía una grande vela o toldo desde la esquina de la Bolsería hasta la de San Fernando. Si no se ponía esta vela no querían que saliera la procesión. Esto siguió hasta el año de 1840 y ya no se ha puesto más. Sólo se instala en la plaza de la Catedral.” Palabras literales y curiosas, como también lo era el vecino Pablo Carsí.

Años más tarde tuve la ocasión de adquirir en una subasta madrileña la obra manuscrita Ocios entretenidos firmada por el clérigo José de Calasanz y Biñeque, fechada en Valencia, en 1819. En este manuscrito el autor detalla todas las fiestas que a lo largo de un año acontecían en la ciudad. Estamos hablando de noticias de más de doscientos años. Y cómo no, también dedica unas líneas a la fiesta del Corpus, diciendo así:

“Entre las procesiones generales de la ciudad el Corpus es la principal y la más brillante del mundo, eso dicen los valencianos. Sin duda es por la gran diversión que tienen ese día con los carros triunfales llamados Rocas, los gigantes, la Moma, las danzas de muchachos y demás […] Detrás van todos los Gremios y las Artes, con sus estandartes, seguidos de todas las Comunidades y Cleros, los Apóstoles, Profetas, Evangelistas…” Esta descripción es importante porque se trata de una auténtica crónica de principios del siglo XIX, de un Biñeque que permaneció en nuestra ciudad alrededor de año y medio y tuvo la ocasión de ser un auténtico testigo ocular de la procesión del Corpus.

Después vinieron las adquisiciones de diferentes libros antiguos en los que destaca el de 1794 que se pedía celebrar la procesión por la mañana. En los relativos al siglo XIX sobresalen la Solemne Función del Corpus editado en 1855, con sus bellas xilografías, también El Corpus, de Vicente Boix [1858] o La Procesión del Corpus, de Rafael Blasco, impreso en 1864. Igualmente interesantes son los relativos al siglo XX, como El Corpus Valenciano, de Vicente Ferrer Olmos, obra editada en 1955 y especialmente aquellas publicaciones que eran folletos para ser repartidos durante la carrera de la procesión, impresos editados por el Ayuntamiento de Valencia, muchos de ellos firmados por Manuel Arenas Andújar, Salvador Carreres Zacarés y años más tarde por Josechu Rey de Arteaga, persona a la que tuve el placer de conocer y de compartir interesantes conversaciones sobre nuestro Corpus. También coleccioné los recortes de diversos artículos periodísticos, especialmente los del historiador Baltasar Bueno, esta tarde aquí presente.

También tuve estrecha amistad con el cartelista Rafael Contreras, un enamorado de las fiestas y el costumbrismo valenciano. Poseo como recuerdo algunos dibujos suyos, especialmente guardo como tesoro un apunte al óleo de Les Roques en la plaza de la Verge, realizado allá por 1950.

El arzobispo Enrique Benavent ofició la misa

El arzobispo Enrique Benavent ofició la misa / Moisés Domínguez

Más reciente mi recuerdo se va hacia el siempre recordado fotógrafo Manolo Guallart con quien tantas veces comentaba sus fotografías del Corpus y el que me obsequiaba con algunas de las copias que guardo con cariño. Y también, cómo no, mi amigo Pedro Molero, aquí presente, un entusiasta y conocedor de la fiesta, autor de tantos libros y calendarios del Corpus, el que me ha hecho el honor de poder ser coautor o prologuista en algunos de ellos, como El Corpus de la ciudad de Valencia… otra mirada, impreso en 2013, o El Quadern del Corpus de la Ciutat de València, precisamente ayer presentado. Ahora mi abrazo va hacia el poeta Donís Martín que durante 40 años representó al Capellà de les Roques.

Estos han sido mis recuerdos de niño, de una infancia vivida, imaginada, soñada, rodeado de amigos, de libros y de vivencias del Corpus. Lo digo ahora y, después de tanto tiempo, realmente me emociono.

Han passat molts anys. Els meus records encara permaneixen en aquell xiquet que, junt als seus pares, visitava la Casa de les Roques, construida al segle XV i huí convertida en el magnífic Museu del Corpus, el que continua custodiant aquelles figures que formaren part del seu imaginari infantil.

¡Els meus pares en la memòria! El meu carrer, la meua casa, un antic palau ja derruït del que tan sols queda la portalada de pedra de sillería com a vestigi de la història arquitectónica de la ciutat. Sí, la casa va desapareixer i junt a ella els meus pares, no així el record d’eixos anys i les meues correries per el barri vivint aquella festa del Corpus amb l’il·lusió de xiquet.

Encara sonmie que vaig per la Casa de les Roques com un viatger per l’imaginació i l’història. Sonen en el meu cap els concordes de dolçaina i tabal de Joan Blasco, o aquell ball dels descompasats cabuts que sol·licitaven monedes al públic assistent, i també la Moma, els pecats, els diferents personatges i totes les antigues danses de la processó que m'entusiasmaven.

Actualment, sempre que puc, continue presenciant els actes i la processó del Corpus. Tinc que confesar que seguix emocionant-me de vore la Festa Grossa de la ciutat i ara també, perque no dir·ho, d'estar hui davant de tots vostés compartint els meus records.

Vull que les meues paraules servixquen d'homenatge i agraïment a totes aquelles persones que a través de tants anys van fer i fan possible la Festa Gran de València, el nostre Corpus. I és ací quan demane i desitge qué la propia processó, la música i les danses siguen escuts contra la barbarie, en la búsqueda d’un mon millor, més just, sol·lidari, festiu i sense guerres.

Amigues, amics, no em queda més que dir, i les meus últimes paraules les vull proclamar en veu alta i plenes d’emoció:

¡Llarga vida a l’Associació d’Amics del Corpus de València!

¡Llarga vida a la festivitat del Corpus, la Festa Grossa de la ciutat!

¡Moltes grácies¡