La Granadella de Xàbia, a los 7 años del fuego: marañas de pinos y más chalés en el linde

Una incipiente y densa pinada se echa encima de las casas sin que se creen fajas de protección

La restauración de muros de piedra seca es anecdótica

Incipiente pinada que está junto a un chalé de lujo recién construido

Incipiente pinada que está junto a un chalé de lujo recién construido / A. P. F.

Alfons Padilla

Alfons Padilla

Las lecciones a fuego también se olvidan. 4 de septiembre de 2016: tormenta perfecta. Una colilla arrojada en el mirador de la Cumbre del Sol, allí donde la montaña pública de la Granadella de Xàbia linda con la urbanización del Poble Nou de Benitatxell, desata una enorme catástrofe natural, social y económica (los daños rozaron los 2 millones de euros). El fuego se inició por la tarde. Se dio rápidamente por controlado, pero se reactivó con violencia cuando anochecía. Soplaba viento de poniente y la temperatura era elevada. La vegetación estaba extremadamente seca y, tras el incendio que ya arrasó la Granadella en el año 2000, había surgido un bosque impenetrable de pinos, especie pirófita que se expande con el fuego.

El desastre fue enorme. Chalés y urbanizaciones estaban pegados al bosque, cuando no dentro. Se desalojó a 1.500 vecinos. El fuego era indomable. Murió en los acantilados de la Granadella. Arrasó 812 hectáreas, de las que 689 eran forestales y 588 correspondían a montaña pública. Un centenar de casas sufrieron daños y algunas acabaron calcinadas.

Tras el fuego, todo fueron anuncios de que no se volverían a cometer errores. Xàbia contó las casas que tenía en la interfaz urbano-forestal (arrimadas a las pinadas). Eran más de 9.000. Había que poner orden en ese urbanismo vulnerable a los incendios. Por otra parte, era urgente recuperar muros de piedra seca (contienen la erosión y facilitan la regeneración), y debía evitarse que el pino se adueñara de todo. El «nuevo» bosque debía ser el primigenio, el de carrascas, acebuches, algarrobos y lentiscos.

Han pasado 7 años. En los primeros meses, se hicieron trabajos ingentes. Se restauraron muros en la ladera sur de la cala de la Granadella. No obstante, esa impulso de la piedra seca no ha pasado de ahí. La Granadella está «surcada» de antiguos muros agrícolas que ahora vuelven a estar cubiertos por pinos y aliagas.

Conviene volver a esta montaña pública y pasear por sus lindes, esos en los que el suelo protegido limita directamente con los chalés. Allí han rebrotado con fuerza incipientes y densas pinadas. Hay marañas de pinos. Y se echan encima de las casas. La espesa vegetación está pegada a las vallas.

Además, en esa línea que separa la montaña pública de las urbanizaciones hay ahora más chalés. No se ha dejado de construir. En la primera urbanización que se desalojó aquel 4 de septiembre de hace 7 años, la actividad urbanística es frenética. Se levantan chalés de lujo. No hay fajas de protección.

Los incendios no se suelen desatar en el corazón de los parajes naturales (los rayos y los rayos latentes sí pueden originarlos). Es en el linde donde está el mayor peligro. Colillas, chispas de maquinaría, barbacoas, brasas de chimeneas, coches que se prenden... Y esa línea en la Granadella es donde se está formando más biomasa: un espeso tapiz de pinos que coge altura.

El fuego encendió las urgencias. Esta montaña pública de Xàbia, este «isla» verde en una primera línea de costa valenciana tomada por el hormigón, debía convertirse en un laboratorio de la regeneración, en un ejemplo de recuperación del bosque antiguo y más resistente al fuego, en modelo de gestión forestal y paradigma de cómo poner a salvo los miles de chalés de la interfaz urbano-forestal. La Granadella ha reverdecido, pero han rebrotado también problemas antiguos. La vorágine de los primeros meses por actuar y favorecer un bosque menos vulnerable al fuego se ha apagado.