Lluca, la partida de Xàbia que esquivó mil chalés y donde ahora resurgen las viñas

El enoturismo de la finca Coster d’en Sala descubre un territorio único, el del tesoro ibérico de oro y plata del siglo IV a. C. y el de la Siberia de la Marina

Imagen de los viñedos de Coster d’en Sala tomada en septiembre. Al fondo, el Montgó. | A. P. F.

Imagen de los viñedos de Coster d’en Sala tomada en septiembre. Al fondo, el Montgó. | A. P. F. / alfons padilla. xàbia

alfons padilla. xàbia

Lluca es un tesoro. Sí. Fue en el año 1904 cuando un labrador dio un golpe de azada y se frotó los ojos, deslumbrado por los destellos de oro y plata que salían de la tierra. Había encontrado el luego llamado «Tesoro de Xàbia», que guarda el Museo Arqueológico Nacional (un anhelo de Xàbia es recuperarlo). Es de época ibérica, en concreto del siglo IV a. C. El orfebre creó una diadema (la pieza más impresionante) de primorosa filigrana, así como collares, cadenas, un brazalete y una fíbula.

Lluca también es Siberia. Al menos, la Siberia de Xàbia y la Marina Alta. Cuando la comarca tirita, es aquí, en esta partida, donde se suelen registrar las temperaturas más bajas (incluso de 4 y 5 grados bajo cero). Esos amaneceres gélidos recaman el suelo. La escarcha también es una especie de bordado de fina orfebrería.

Si un tesoro y un clima atípico en la atemperada Xàbia no fueran suficiente singularidad, hay más. Aquí brotan las raras orquídeas. También es fácil ver a los pastores con sus rebaños de ovejas y cabras.

Acebuches y pinos de gran porte en la entrada a los viñedos

Acebuches y pinos de gran porte en la entrada a los viñedos / A. P. F.

Y lo que es un signo irrefutable de que este territorio es excepcional es que, a principios de los años 2000, cuando el negocio urbanístico era imparable, Lluca esquivó un proyecto de entre 1.217 y y 850 chalés de lujo (tres mercantiles pugnaban por convertir esta partida en una macrourbanización) que entonces se vendía como el de la «necesaria» ampliación del campo de golf de Xàbia. El club de golf está en Lluca. En esos años se especuló con estos terrenos. Se ofrecieron cantidades mareantes. El proyecto no salió adelante. Y suerte. Muchos terrenos, que hasta entonces se habían cultivado (viñas, almendros e incluso naranjos), se abandonaron. La expectativa incumplida de hacerse de oro provocó que la agricultura declinara. Una buena porción de bancales acabó en manos de la Sareb (el banco malo).

Lluca esquivó el ladrillazo. Ahora reverdece. En esta partida está germinando una iniciativa de enoturismo única en Xàbia y que confirma que la Marina Alta, la comarca del moscatel, los riuraus, la piedra en seco y la fascinante historia de la exportación decimonónica de la pasa a las grandes metrópolis y a medio mundo, se está convirtiendo en una tierra del vino con identidad propia, un modelo de negocio muy especial (pequeñas bodegas) y un gran futuro por delante.

En Lluca, está Coster d’en Sala, una finca de recuperados viñedos que este verano ya ha empezado a ofrecer visitas y gratísimas experiencias de enoturismo. Esta finca quiere ser bodega y «ecosistema». Su artífice, Francisco Ruiz de la Torre Esporrín, es un magnífico cicerone. Contagia su entusiasmo a los visitantes que recorren su singular (en Lluca, todo debe ser singular) viñedo.

«Sí, sí, esto es más que una bodega y más que un viñedo. Es un proyecto de vida», explica a Levante-EMV Francisco o Curro, como también se conoce al dueño de estos bancales que ha ido adquiriendo «poco a poco». En el campo las prisas nunca son buenas consejeras. Ese «poco a poco» son nada menos que 6 años.

Los atardeceres son aquí sublimes. Curro detalla que en este viñedo ha utilizado diversos sistemas de conducción para las cepas y sarmientos: el eje vertidal y tres versiones de sprawl, la californiana, la australiana y la semisprawl. El objetivo es que los racimos estén bien iluminados y oreados.

Muro de "pedra seca" recuperado y, al fondo, el perfil de la montaña de la Granadella y del Puig de la Llorença

Muro de "pedra seca" recuperado y, al fondo, el perfil de la montaña de la Granadella y del Puig de la Llorença / A. P. F.

Coster d’en Sala quiere ser también mosaico agrícola. En los bancales más próximos a la pinada (los bosques del Rafalet, Capsades y el Rebaldí), Curro plantará almendros y algarrobos. «Hemos recuperado bancales que estaban perdidos y queremos hacer un mosaico de transición hacia el pinar que, además, en caso de incendio, va a ser el cortafuegos más eficaz», afirma.

El impulsor de este ilusionante proyecto viene de otro mundo, el de la empresa. Le llamaba el mundo del vino. Y se enamoró de Lluca y de su historia tan apasionante y poco conocida. Esta partida linda con el Poble Nou de Benitatxell. Si se mira hacia el norte, se vislumbra el Montgó. El paisaje que se dibuja al sur es el de la línea de la montaña de la Granadella, el pico del Puig de la Llorença y el bello perfil (destaca la cúpula de tejas azules de la iglesia) del Poble Nou de Benitatxell.

Curro se pregunta en voz alta si «es posible un modelo alternativo». Responde, claro, que sí. Coster d’en Sala es su forma de demostrarlo. «Esta bodega y este viñedo aspiran a ser ambiental, económica y socialmente sostenibles».

Admite también que el mundo del vino maneja códigos muy clásicos. Coster d’en Sala es una marca que evoca un topónimo. Curro desvela que el «en Sala» es un homenaje al apellido de sus hijas y, al mismo tiempo, un guiño a la historia y al linaje de los Sala, caballeros de Jaume I. Mientras, Coster enlaza con un topónimo muy del Poble Nou y de la Marina Alta, el de «Costera».

Curro tiene más razón que un santo (la santidad y el vino están emparentados). Vino, cepas, tesoro, Siberia, orquídeas... Coster d’en Sala ya arraiga en un territorio único.

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