Tribuna

Los guardianes de las piedras

Josep Vicent Lerma

Josep Vicent Lerma

En 1958 Martín Domínguez Barberá afirmaba «Cuando enmudecen los hombres... ¡hablan las piedras¡», de ribetes bíblicos (Lucas 19:40) o sostiene hoy en pleno siglo XXI uno de los dos cronistas de València «Las piedras, por más que estén deterioradas, hablan...», mientras que por su parte A. Ribera polemizaba allá por la primera mitad de los años 90 con su artículo guerrillero «Los Jefecillos de los Pedruscos», con esta vulgar metáfora pétrea del patrimonio arqueológico y Néstor Ramírez terciaba en su columna «Juegos de Ordenador» con el certeramente crítico «Piedras antiguas» (Levante-EMV, 15-11-1994).

Piedras alegóricas cual incunables o lienzos que para el florido pensil Ramón Palomar no eran ni más ni menos «sino nuestro santo y seña, nuestra personalidad, nuestras raíces, los jirones del esplendor perdido y el espejo donde mirarse para recuperar cierta autoestima» (sic) (LP 28-10-2022). Eso y, ahora igual que en tiempos de María Consuelo Reyna, bolaños o proyectiles de roca vetusta, siempre de gran utilidad como munición periodística, repetida a lo largo de los años, para «fer harca» o disparar con honda contra las cabezas progresistas del Ayuntamiento de València, por el sambenito impuesto de parte del presunto desinterés del mismo por sus antigüedades.

Buen ejemplo de ello, ha sido el enésimo episodio de paroxismo patrimonial provinciano, atrabiliariamente aireado en los papeles como el caso del «Cementerio del Patrimonio de Valencia» (sic), relativo al viejo almacén industrial de la extinta Brigada de Monumentos de E. Rieta en el «Escorxador» de Borbotó, al socaire de las galerías fotográficas de uno de los círculos del tropel de grupos defensa del patrimonio y el «Mal de la Piedra» del Cap i Casal teorizado desde las troneras de las columnas de opinión habituales (LP 27-10-2022).

Caterva de infundados guardianes de las piedras solariegas que cuando la administración competente en materia de patrimonio cultural, la Conselleria de Educación, Cultura y Deporte, emitió finalmente un informe donde se reseñaba textualmente que «los materiales almacenados en el mencionado inmueble son en su mayoría de época contemporánea, producto de sustituciones o eliminaciones de la vía pública por perdida de funcionalidad o renovación de los espacios públicos», quedaron, como bien dice el título de la película de Carles Mira, con el culo al aire.

Por último, a modo de coda, para más inri y descrédito de tales torquemadas de salón, los arqueólogos municipales vienen de poner en pie una cuidada exposición, a modo de librería anticuaria, ya ensayada por Vázquez Consuegra en los jardines del desaparecido Hospital General, que responde al aforismo vernáculo de «Tota Pedra fa Paret», en la que todo hijo de vecino podrá contemplar en la Almoina provectas reliquias lapídeas, labradas para la eternidad, por anónimos maestros pedrapiquers, sobre mármoles de Carrara o Macael, Pietra serena, Pedra de Girona, calizas locales de las canteras de Moncada, Rocafort–Godella o l’Énova y alabastros de Niñerola (Picassent), que acompañaron arquitectónicamente en casas, palacios y templos el nacimiento de los valencianos como pueblo, en el transcurso de los años posteriores a la conquista del monarca fundador Jaime I (1238), entre los siglos XIII y XVI.