Terapia sobre las ausencias urbanas

El escritor Ginés S. Cutillas publica la mejor guía del momento con el sugerente título de ‘Valencia. Geografía de una ciudad’

Ginés S. Cutillas

Ginés S. Cutillas / Elena Martínez

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

Las ordenanzas mal explicadas desgastan a la izquierda. En vez de estudiar las desgravaciones fiscales para los que acuden en bicicleta al trabajo, como pasa en varios países europeos serios, aquí he perdido la cuenta de las ordenanzas ‘rialteras’ que prohíben esto o aquello. Lo mejor es refugiarse en la València real, la vivida por cada uno. La elegida o heredada, la divertida, canalla y a veces cruel. El mejor ejercicio de compromiso ciudadano es cuando explicamos a los amigos o conocidos de fuera nuestro rincón preferido, el monumento que más nos llama la atención e incluso lo que más nos molesta de nuestros vecinos. La metrópolis sigue condicionando la modernidad del bienestar, y en los años que vienen será más protagonista que las regiones, geográficamente hablando, y por su puesto politicamente más relevante que las comunidades autónomas. Si la semana pasada contaba como Fernando Delgado escaneaba en su Valencia, en la palabra su pulso con la ciudad de acogida, ahora otro buen escritor, Ginés S. Cutillas, ausculta su València vivida antes de marcharse y su peculiar mirada de visitante discontinuo.

Habitadas.

Dentro de la colección ‘Vagamundos. Cuadernos de viaje’, Ediciones Traspiés acaba de publicar Valencia. Geografía de una ciudad, de Ginés Cutillas, el autor de El diablo tras el jardín (Pre-Textos, 2021), una novela a la que se le ha hecho menos caso que a la Noruega de Rafa Lahuerta, aunque también pasará como uno de los mejores relatos literarios de la València marítima, porque «nacer en el Cabanyal, te confiere una visión fronteriza del mundo». Está claro que existen muchas Valèncias: la estudiantil, la gastronómica, la de la huerta, la marinera, la nocturna, la alternativa, la inmigrante o la intelectual. Pero por encima de todas, como se señala en la contraportada, destacan dos: la habitada por aquellos que nunca abandonaron sus lindes y otra, habitada en ausencia, por aquellos que se vieron obligados a abandonarla. Y ahí reside la aportación de Cutillas, un paseo por la geografía de su memoria urbana con 33 puntos cardinales, con mapa incluido.

Confesiones.

Es un acercamiento atrevido, en un formato de libreta de bolsillo (de hecho hay ocho páginas finales de cuaderno para que el lector pueda anotar lo que quiera), y con ilustraciones, esas sí que son un poco folclóricas, de Alfredo Ugarte. Hay un pasaje memorable: «Lo mejor que te pueden decir en Valencia es fill de puta, lo que no se entiende fuera. Así lo comprobé recién llegado a la oficina de Barcelona, cuando entraba deseando los buenos días, fill de puta por fill de puta, con la única intención de caer bien, hasta el punto que mi jefe tuvo que aislarme en un despacho para prevenirme de que quizás esa no era la menor manera para el talante serie de todo buen catalán». De hecho teoriza, y muy bien, sobre nuestro humor tan especial: «Consiste en detectar el punto débil del adversario e ir a por él sin miramientos».

Películas y libros.

No rehúye los tópicos -fallas, paella, pirotecnia, esmorzaret-, pero intercala los sustratos agrarios con la eclosión de la modernidad que supuso el fin el franquismo. Y como todos los boomers destaca su influencia del cine, gracias a la facilidad de salas de proximidad, y de la literatura, con parada especial en Blasco Ibánez, Max Aub y Vicent Andrés Estellés. Por eso concluye con una de las mejores definiciones sobre esta València contradictoria. «Una ciudad cosmopolita que se resiste a perder la esencia de pueblo, una ciudad republicana que vota a derechas, una ciudad que teniendo mar vive de espaldas a él y además se rodea de huerta, una ciudad que, atesorando una lengua tan rica como el valenciano, se empeña en expresarse en castellano, una ciudad que separa a sus habitantes por el uso nocturno o diurno que hacen de ella, una ciudad que todavía no ha solucionado el conflicto entre botiflers y maulets, tampoco el de los catalanistas y blaveros... Todas estas dualidades definen su carácter». No sé si el texto de Cutillas ayudará a que nos entiendan fuera, pero sí que sirve mucho como una especie de terapia colectiva.

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