ágora

Los arcoíris en el cine

Miguel Ángel Villena

Miguel Ángel Villena

En aquella época todavía no existían las banderas arcoíris, ni los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales estaban agrupados bajo las siglas LGTBI, ni cientos de miles de personas se manifestaban cada año, a comienzos del verano, para celebrar el día del orgullo. Eran tiempos de claroscuro en los que la dictadura no acababa de morir ni la democracia terminaba de nacer. En esos años de cambios, que la Historia recuerda hoy como la Transición, los movimientos de homosexuales a favor de sus derechos apenas despertaban tras una mítica primera marcha reivindicativa en las barcelonesas Ramblas con el inolvidable Ocaña a la cabeza en 1977. Fue una marcha festiva y colorista, pero también combativa, que reunió a unas 5.000 personas y sacudió las conciencias de un país entero con esos gritos que reclamaban libertad sexual y respeto por la diversidad. Reprimida duramente por la policía, aquella manifestación ha quedado como un hito, una piedra fundacional en la lucha por la libertad, no sólo de los colectivos LGTBI, sino de toda la sociedad. Bien sabían los manifestantes, que pedían entre otras cosas la derogación de la siniestra ley de Peligrosidad Social, que los derechos deben pelearse en la calle todos los días. Cuando hoy algunas fuerzas de extrema derecha y conservadoras retiran banderas arcoíris de edificios públicos o demonizan a los colectivos LGTBI, en una pesadilla de túnel del tiempo, conviene recordar de donde venimos y adonde vamos.

A ese ejercicio de memoria se orienta con brillantez y un pulso firme la película española Te estoy amando locamente, del novel director Alejandro Marín, que ha sido estrenada recientemente. Por supuesto que el cine ha tratado en cantidad y calidad el tema de la homosexualidad desde títulos clásicos hasta filmes en los últimos años. Ahora bien, no abundan en la filmografía de nuestro país películas tan valientes como esta crónica del surgimiento en Sevilla del movimiento homosexual a partir de la conmovedora historia de una madre tradicional y un hijo gay. Con una magnífica ambientación de época e interpretaciones soberbias, sobre todo en los personajes de Ana Wagener y Omar Banana, el filme logra llegar a la cabeza y a los sentimientos de los espectadores. Sin toques panfletarios ni fáciles sentimentalismos. Sus responsables no pensaron que la película fuera a estrenarse en un momento en el que los derechos del colectivo LGTBI se hallan amenazados. En cualquier caso, bienvenida sea esta coincidencia. A través de una estupenda banda sonora, Te estoy amando locamente nos sitúa en esa Transición, cuando las cosas están cambiando, pero no han cambiado todavía. Unos años en los que ni la policía ni la judicatura ni la Iglesia, ni muchos otros nostálgicos de la dictadura, se habían adaptado a unos hábitos democráticos que había que defender contra viento y marea. De este modo la obra de Alejandro Marín entronca con películas clave de nuestro cine como Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán; Un hombre llamado Flor de otoño, de Pedro Olea; o en fechas más recientes Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar; o Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría, que han agitado en el cine banderas arcoíris para que nadie las retire en las calles, plazas o edificios públicos.