miradas

Bienvenidos al lado bueno

Julia Ruiz

Julia Ruiz

A estas alturas de la película, con su principio, su trama y su desenlace, resulta indiscutible que la caída en desgracia de Luis Rubiales es un logro del feminismo, del movimiento a favor de la igualdad que desde el pensamiento o el activismo lucha articuladamente desde el siglo XIX por remover las estructuras económicas, sociales y culturales sobre las que se asienta el machismo. Sin una sociedad concienciada en contra de las violencias sexuales (en sus diferentes grados y modalidades) o consciente de la existencia de un sistema sexo-género que sitúa a las mujeres en una situación de inferioridad con respecto a los hombres, habría sido muy difícil desarmar a alguien con tanto poder como Rubiales. Siendo quien es el susodicho y viniendo de un mundo, como es el fútbol, tan hegemónicamente masculino y patriarcal, no es de extrañar que el rechazo social que ha generado el beso forzado a Jenni Hermoso y las consecuencias de este acto, se hayan comparado con el tsunami del movimiento ‘me too’ o el ‘yo si te creo’ impulsado a raíz del caso de la manada. Fenómenos que desembocaron en 2018 en un apoteósico 8M, una movilización histórica que sacó a la calle a miles de mujeres en todo el mundo, en una imagen de unión y contundente respuesta al machismo.

Ahora, cuando el feminismo atravesaba un momento muy complicado (aparentemente fracturado a raíz de la controvertida ley trans y amenazado con la llegada a las instituciones de la ultraderecha), el caso Rubiales ha venido a demostrar que, lejos de estar tocado y hundido, está fuerte y que la consigna de ‘si tocan a una, nos tocan a todas’ sigue vivita y coleando. Existe, eso sí, un hecho diferencial entre los dos fenómenos mencionados y el actual que merece la pena destacar y es el revolucionario hecho de que ahora, la condena social, no proviene sólo de las mujeres o de las asociaciones feministas. Muchos hombres de a pie y relevantes (empresarios, figuras del deporte, periodistas, cargos públicos, etc.) se han sentido impelidos en este debate (ya se sabe que el fútbol es cosa de hombres) y se han posicionado a favor de la deportista asumiendo con ello que no era ‘sólo un beso’ sino una agresión y un abuso de poder. Es obvio que muchas de estas adhesiones, sobre todo las de última hora, son bochornosamente interesadas y que a nadie se le escapa que muchos que ahora alzan la voz contra Rubiales están a años luz de ser hombres inclusivos o personas en las que haya calado el discurso de la igualdad. Me consta de algunos, genuinos señoros, que estos días se dan golpes de pecho en las redes sociales por la actuación de Rubiales, y que sólo nos faltaría ver peleándose por el pañuelo morado el próximo ocho de marzo. Pero, advenedizos al margen, resulta significativo que, por primera vez de una forma visible y no testimonial, los varones han participado y estado en un asunto en el que las feministas han estado solas durante años, tanto en las tribunas como en las calles.

La hemeroteca, incluso la más reciente, está trufada de casos de machismo, de vulneraciones flagrantes de los derechos de las mujeres ( la prostitución, es un claro ejemplo) sobre los que la mayoría de los hombres prefieren no opinar, debates en los que optan por un un silencio cómplice. Bienvenidos, por tanto, los hombres feministas, tanto los sinceros, como los sobrevenidos (incluso si me apuran los falsos), porque, a poco que permanezcan un tiempo y se den la oportunidad de reflexionar y resetear, se darán cuenta de que la igualdad no tiene bandos y de que, si los tuviera, este, sin duda, sería el lado bueno.