VIENTO ALBORNÉS

El baile de la tilde

F. Javier Casado

F. Javier Casado

Bien podría ser la canción del otoño, el baile del acento o la tilde, presentada en un congreso de los diputados plurilingüe y versionada en las llamadas lenguas cooficiales, y sin duda el gran éxito de la nueva política líquida, heredera de Zygmunt Bauman. Pero no, el bailecito de la tilde es el esperpento que ha culminado los primeros cien días del nuevo gobierno municipal de la capital valenciana, más que el puente de las Flores, y no es otro que la ciudad de Valencia, en español, debe seguir utilizando su nombre en lengua valenciana (València) como estipuló el anterior gobierno del Rialto, si bien no con acento grave/abierto, hacia la izquierda, sino con acento agudo/cerrado (Valéncia), hacia la derecha; pues ambos tipos existen en los idiomas de la filología catalana o la francesa, que no en la hispánica, dando lugar a diferentes opiniones entre las academias, oficial y extraoficiales, que velan por la escritura en valenciano, con lo que la ópera bufa alcanza su máximo esplendor.

Pues sí, amables lectores de Levante-EMV, la realidad y sus variados relatos son tan rocambolescos que hacen a los acentos tender a diestra o a siniestra en plena danza e comunión con sus pares políticos, cambiando conforme a las urnas de la filología de izquierdas a la de la derecha extrema y poniendo a la Generalitat en un brete, pues será el president Carlos Mazón quien tenga la última tilde, consultada la oficial AVL, instituida por el PP en los tiempos donde no se aliaba con Vox, «socio indispensable» del Palau, en la cruzada contra el pan-catalanismo. Todo ello trufado con una nueva alcaldesa, María José Catalá, como lo fuera de Torrent (¿Torrente?, 6), que en sus primeros cien días ha pisado todos los charcos de la ciudad y le ha sobrado tiempo para intentar presidir la federación española de municipios y provincias, pues València ya se le queda pequeña, no grande como en esta sección del diario escribiera la portavoz de Compromís Papi Robles.

Ergo nuestra alcaldesa y resignada portavoz de la FEMP, en esos cien días de margen que pidió cuando le llovieron las primeras críticas, ha dado trabajo a mansalva a la oposición encabezada por los socialistas del PSPV, Sandra Gómez, y Compromís, Joan Ribó. No seremos nosotros quienes nos unamos al plañidero coro, pues ahí está lo perpetrado, en las actas de los plenos municipales y en los medios de comunicación, donde cualquiera puede y debe sacar consecuencias; pero lo que no tiene un pase y jamás habíamos presenciado, pese a la provecta edad que arrastramos, es la expulsión de los grupos municipales de la oposición -que sólo tienen un regidor menos que el gobierno de coalición, 17/16- de la casa consistorial, la de todos, a un edificio cercano. No puede ser que la ciudadanía no encuentre en su casa si lo precisa al partido en el que confió electoralmente. Es una indigna e indignante maniobra autoritaria. ¡Un bajonazo descarado!

No tendrán en cambio problema los votantes de la ultraderecha para encontrar a sus regidores, pese a ser el partido con menos sufragios y representación, pues en el Ayuntamiento se aposentan con dedicación exclusiva en sueldo y sin dedicación alguna asignada en gobernanza, salvo la vitola de «socios preferentes» y suponemos que la de hacer virar los acentos de izquierda a derecha en su danzón medieval. Vuelven los tiempos del ordeno y mando sin explicaciones o atender usos clásicos (¿dónde está escrito?, sic), como luego va reclamando Núñez Feijóo, y así mismo imponer símbolos religiosos mientras se abomina de las banderas de quienes piensan diferente, con un vasto y basto sectarismo humano, social y político. A la oposición sólo le quedan sus asientos en el salón de plenos del Ayuntamiento, pero pronto se les acabará ese chollo mensual, dado que está previsto iniciar obras en el mismo durante un tiempo indeterminado. ¡Todos a bailar!