A Vuelapluma

Este sol de la infancia

Siempre he creído en un país (o región, cosa o lo que sea) más confiado, que se lo cree, que no está mirando al vecino, con la suspicacia del pariente pobre. En los últimos meses parece que volvemos a los años rancios, con el juego de las medias verdades

Panorámica del Puerto de València.

Panorámica del Puerto de València. / Eduardo Ripoll

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Cierro los ojos sin quitarme las gafas. Mantengo el libro abierto sobre las piernas. El sol es dulce, la brisa alivia, el silencio que nunca lo es lo envuelve todo. No estoy dormido, pero tampoco estoy despierto. Los renglones se pierden. Oigo el batir de las páginas y de fondo, el rumor del mar y algún pájaro de mediodía. Los perros guardan el instante. Siento que algo parecido a esto debe de ser la felicidad. 

Suena el teléfono. Se acabó. 

¿Tú qué harías si te pasa lo de Óscar Puente en el tren? 

Perdona, estoy buscando mi cota de malla contra las desdichas. 

¿Qué dices, estás bien? Eso suena a cantautor pasado de rosca.

Estoy practicando. ¿Han visto la última de Woody Allen? El protagonista no contesta a la pregunta inmediata, sino que intercala alguna vaguedad y contesta a la siguiente, así gana tiempo. No es mala idea para los que nunca sabemos qué contestar a la primera. Siempre pienso luego que debería haber dicho otra cosa. Las respuestas me nacen tarde y en soledad. 

Bueno, no soy Puente, no hubiera hecho su discurso igual, el que tanto cabreó, así que posiblemente no me hubiera pasado, porque no me hubieran elegido para salir a la tribuna. Pero suponiendo que aún así me pasara, me hubiera quedado callado ante el impresentable. Estoicismo para principiantes, cobardía innata, llámalo como quieras. Pero Puente hizo lo que debía: plantarse ante el acoso, ante el bullying de los que se creen dueños de España. 

La mano la tengo en el bolsillo. Noto el tacto del azucarillo del café de esta mañana. Era de esos que llevan mensajes o citas. A veces los guardo, a ver si me rescatan de algún naufragio. «Solo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás» (A. Machado). 

¿Y con el Puerto, qué está pasando, a qué viene tanto lío? ¿Tú que eres periodista, no nos lo querrán robar también?

La respuesta que espera está en ese ‘también’ del final de la cuestión. Preguntamos esperando de antemano una respuesta. El oyente, que tiende a evitar la confrontación, busca una respuesta que encaje dentro del marco aceptable por el otro. No se trata de mentir. Es otra cosa. Quizá cortesía vital porque necesitamos la comunicación con el otro como el aire. La unidad no es nada. Existimos porque otros nos dan existencia. La lucha contra la soledad es la verdadera marca original.  

Necesitamos la comunicación con el otro como el aire. La unidad no es nada. Existimos porque otros nos dan existencia. La lucha contra la soledad es la verdadera marca original

Sé poco. Me suena a eso de que ‘quien no llora, no mama’, ya sabes. No sé si es un bulo o no que el puerto haya estado o esté en la mesa de negociación con los catalanes. De momento, no hay pruebas ni datos concretos de que haya sido así. Lo que ha servido, seguro, es para reactivar un asunto que parecía mortecino. Y para demostrar que el fantasma catalán sigue funcionando por aquí. Si hay que buscar el lado positivo, ojalá sirva para activar una solución. Lo peor es la inacción, los tiempos muertos generan sospechas. El puerto no puede ser un pantano. Y si de verdad quieres saber mi opinión y no reafirmar la tuya, lo mejor sería una solución desde la razón antes que desde la imposición. Lo que se haga, que sea con una nueva garantía de que no va a dañar el entorno.

¿Y la defensa de lo nuestro, eso vuelve a no importar?

Lo nuestro… Pienso y no hablo, una vez más. Siempre he creído en un país (o región, o cosa, o lo que quieran) más serio, confiado, que se cree a sí mismo que lo es, que no está constantemente mirando al vecino, con la suspicacia del pariente pobre. Barcelona es un clásico. Otras veces es Madrid. En los últimos meses parece que volvemos a los años rancios, con el juego trilero de las medias verdades, con la ambigüedad de nombres para nuevas guerras, de acento y de cemento. Pienso y no hablo. Pienso en la noticia de los 50 muertos cerca de Járkov, pienso en Dima, en si tendré algún rostro conocido entre los cadáveres. Pienso en las pateras en Hierro. Pienso en Rusia, Reino Unido, Italia, Polonia, Hungría, Serbia, Eslovaquia y me dejo algún país, de los nuevos y de los de siempre en los mapas. Lugares todos donde el populismo y las fronteras vuelven a hacer de las suyas, porque la memoria se desvanece, como un azucarillo. No puedo evitar mirar a Murcia. ¿Es casual que el accidente pasara en un local habitual de inmigrantes y gente humilde? ¿Pasaría en una discoteca diseñada para gente pudiente? El sufrimiento también entiende de clases y dinero.

Quizá pintamos poco porque nunca hemos sabido valorarnos, ni hacernos valer. 'Lo nuestro', de todas maneras, debería ser un concepto más amplio. Cada vez tengo más dudas con palabras como identidad.

Quizá tengas razón, quizá pintamos poco porque nunca hemos sabido valorarnos, ni hacernos valer. Lo nuestro, de todas maneras, debería ser un concepto más amplio. Cada vez tengo más dudas con palabras como identidad. Mejor háblame de tu vida.

Noto el sudor en las manos y el tacto plástico del azucarillo. Como aquel papel último de Machado tras cruzar la frontera, su última frontera. Machado, el de los años de guerra en Rocafort, al que algunos acusaron también de favorecer un sentido castellano y unívoco de España. Estos días azules, este sol de la infancia. Cierro los ojos.

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