El último enemigo de Sánchez tiene 5.000 años y siempre gana

La desinformación a la que quiere enfrentarse Sánchez es un estrategia presente en política desde las civilizaciones antiguas

Un experto en Ética de la Comunicación pone el foco en la autorregulación: “Si el Gobierno es quien señala a los pseudomedios sería una nueva ley mordaza” 

Sánchez comparece ante los medios.

Sánchez comparece ante los medios. / Fernando Calvo/Moncloa EFE

José Luis García Nieves

José Luis García Nieves

Pedro Sánchez, superviviente político de una pandemia, una crisis económica, una guerra, un volcán, un conflicto en Oriente y otros males menores, ha escogido un nuevo enemigo. Un enemigo temible, ancestral, que tiene cinco mil años y gana casi todas sus batallas. Sánchez ha declarado la guerra a la mentira. Como el diablo, la mentira tiene muchos nombres. Hoy se habla de desinformación, bulos, fake news, posverdad,... todo aquello que, en la era tecnológica, se mueve a la velocidad de la luz.

Nada de esto, en realidad, es nuevo. "El arte de la guerra es el engaño", escribió hace 2.500 años el general chino Sun Tzu. "La falsedad vuela, y la verdad viene cojeando tras ella", sentenció el ensayista Jonathan Swift, muerto 250 años antes de que las noticias llegaran a la web. El filósofo Miguel Catalán, un estudioso de la mentira, situaba en la antigüedad el inicio de la mentira política: “Con el origen del Estado nace la mentira”, aseguraba en un reportaje publicado en este diario en 2019. Era un instrumento para justificar la desigualdad entre dos clases sociales: los trabajadores, por un lado, y frente a ellos las elites ociosas: gobernantes y clérigos que viven de los primeros. Catalán localizaba esta narrativa social desde el origen de las sociedades, desde la primera civilización antigua, la de los sumerios, hace 5.000 años.

Organizar los odios

Desde entonces, siempre ha habido quien ha utilizado la mentira y quien la ha justificado. La noble mentira, la llamaban. Platón, Maquiavelo, Voltaire. Con el siglo XX y su historia de violencia, la mentira sube un escalón, como mecanismo para organizar los odios en masa. Una estrategia que ya fue definida por Goebbels: "La propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión, concretando los objetivos del odio".

Ahora Sánchez, en medio de la espiral trumpista que amenaza a todas las sociedades, asegura que quiere liderar -que no monopolizar, insiste- una reflexión que implique a toda la sociedad: “La libertad de expresión no significa libertad de difamación”, ha insistido estos días en su relato contra “la maquinaria del fango”. También insiste en distinguir entre los medios de comunicación tradicionales y ciertos digitales y páginas web, y desliza posibles mecanismos de intervención como la ley de publicidad institucional: “¿Se cumple por parte de todas las administraciones?”.

El apoyo de los medios serios

Sánchez no ha concretado más sobre sus intenciones legislativas. La pregunta es: ¿Resulta viable este propósito en un ecosistema tan complejo? “Es complicado poner los límites entre lo que es un medio y un ‘pseudo-medio’. Si viniera por parte del Gobierno nos encontraríamos ante una segunda ley mordaza. No habríamos ganado nada. No iría por esa línea. Iría por la línea de las organizaciones profesionales o de medios. Convocaría para esta ‘cruzada’ a los medios serios. Durante muchos años no les interesaba este tema. Pero ahora ese monopolio se ha roto. Hay que trabajar con los medios tradicionales para separar al que difunde bulos”, opina Hugo Aznar, catedrático de la UCH-CEU y especialista en Ética de la Comunicación.

Auditorías éticas para contratos públicos

Aznar, que ha coordinado con Maite Mercado la reciente obra “Autorregulación de la Comunicación Social” (Tecnos, 2023), lleva 25 años trabajando en un tema que, según reconoce, ha predicado en el desierto. Pertenece, por ejemplo, a la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo, un órgano de la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España) apenas conocido, pero que cumple 20 años y ha emitido dos centenares de resoluciones sobre disputas en torno a noticias.

¿Por dónde debería abrirse este melón? Además de poner ese límite entre lo que es medio de lo que no (algo que “no debería hacer el Gobierno”), apunta algunas ideas. “Uno de los temas que hemos trabajado en autorregulación son las auditorías éticas. Igual que para las convocatorias públicas se pasan auditorías para comprobar que las empresas cumplen determinados requisitos, se podría hacer lo mismo en los medios”, señala.

Límites para la publicidad

Otro ejemplo: “La ultima ley de audiovisual pone coto a los ‘influencers’ desde el ámbito de la publicidad. La nueva ley les obliga a cumplir ciertos requisitos de tipo ético. Algo similar podría hacerse con los pseudo-medios, entre otras cosas identificarlos claramente como pseudo-medio, es decir, como un medio no integrado por profesionales, sin principios editoriales, no tiene mecanismos para rendir cuentas…”. También apunta iniciativas como la alfabetización mediática, que el Consejo de Europa viene recomendando desde hace una década, para instruir sobre la desinformación desde la escuela.

El especialista apunta que este momento, con el dramatismo del movimiento de Sánchez, sí puede abrir un espacio para el debate social. Y, sobre todo, apela a las empresas comunicativas. “Tienen que ver las orejas al lobo. Están constantemente planteando pleitos a Google y otros agregadores. Si se mueven por esa línea se tienen que mover también con los pequeños. Hay un riesgo. Hay que marcar distancias. La única manera es mediante criterios éticos”. Y concluye: “Estamos dinamitando las bases de la democracia. Hay que ponerse serios. Lo hemos visto con el brexit y con la llegada de Trump al poder y su posible vuelta. Son dos países donde ha nacido la democracia. Las dos más antiguas del planeta”.

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