Mirador

Sexo, drogas y reguetón

Javier Arias Artacho

Javier Arias Artacho

La muerte de Matthew Perry, más conocido por el público cincuentón como Chandler Bing en la exitosa serie de Friends, podría suponer el símbolo del ocaso de un tiempo, el signo del batacazo de un mundo que se ha esfumado mientras pensábamos que todavía éramos jóvenes. Las nuevas generaciones no pueden comprender la nostalgia de aquella última década del siglo XX, cuando el descalabro de la superficialidad social no había llegado a nuestro punto de no retorno y, entre otras muchas cosas, escuchábamos Los 40 principales, pero todavía con aquel equilibrio entre la moda, la juventud y la sensatez del buen gusto.

La música, como tantas otras cosas, puede llegar a ser un termómetro social. Por aquel entonces todavía estaba muy presente el All you need is love de Los Beatles y, al mismo tiempo, nos estremecíamos con baladas como When a man loves a woman de Percey Sledge o el Still loving you de Scorpions. Durante aquellos años el amor era para siempre con la inmortal Whitney Houston y las letras podían convertirse en poesía con himnos como With or without you de U2. Al mismo tiempo, en España seguíamos escuchando Mediterráneo o Lucía, de Joan Manuel Serrat y el Vivir así es morir de amor, de Camilo Sesto. Sonaba Un jardín de rosas de Duncan Dhu y el A tu lado de Los Secretos se escuchaba en todos los walkmans, como a Luz Casal, que con su voz se desgarraba con un Piensa mí. Fueron tantos después, tantísimos, como Enrique Urquijo conmoviéndonos con Aunque tú no lo sepas, o un Alejandro Sanz con su Amiga mía y Mi soledad y yo, o Álex Ubago y Amaia Montero emocionándonos Sin miedo a nada, o a los Celtas Cortos poniéndonos aquella fecha en el calendario: 20 de abril del 90. Fueron estos éxitos —y muchísimos más, claro está —, los que me vienen a la memoria para evocar aquel mundo donde las letras eran inolvidables y conmovedoras.

Sin embargo, hoy todo es diferente. Hoy todo aquello sobrevive entre el chapapote del reguetón y el 80% del panorama musical está asfixiado por estos ritmos ramplones y prosaicos, sin más mérito que el de entretener a los oídos sordos. No hace falta más que hacer un rastreo de las letras que triunfan hoy en nuestras plataformas con los Ozuna, los J. Balvin, los Yng Lvcas & Peso Pluma, los Karol G. y los Bad Bunny. En esta sociedad herida por los abusos y el desgastado machismo, escuchamos como ella «anda buscando el perreo», porque «si las mujeres piden, pues yo les voy a dar». Y no de cualquier manera, oigan, «como perros pegados, con besos y un par de tragos». Si hasta la mismísima Shakira se atreve a ser sincera con «dile a tu nueva bebé que por hombre no compito, y que deje de estar tirando». El romanticismo hecho canción, la new age de las relaciones amorosas, donde él es «el hombre que ella llama, el que chupa bien rico», mientras por ahí va el otro, el que al fin y al cabo es el mismo, «el único que chinga a la hora que sea». Los sentimientos in crescendo y ahí los tienes confesándonos con exquisita frivolidad: «nosotros, que llegábamos hasta el quinto polvo». No es más que un homenaje a esas mujeres sabrosas, a las que «quisiera volver a ver brincando», claro está, por «lo rica que te ves chingando». Como canta Calle 13, es ese «reguetón que se te mete por debajo de la falda como un submarino… para consumir tu perejil». No nos engañemos, Real G. confiesa a corazón abierto: «vamos a llevarnos a las bellacas que están encendidas para chingar todo el día», y «mientras se te pega dale más, agarra cintura dura por detrás». Creo que no podría resumirlo mejor el poeta del siglo XXI, el único y gran Quevedo que hoy pueden reconocer nuestros jóvenes: «perreando toda la noche» y rezando «pa repetir otra vez».

Escuchar con la naturalidad que se asume esta música no solo es un signo de un mundo en el que nos cuesta reconocernos, sino, al mismo tiempo, es la constatación de la degradación social que vivimos en todos los órdenes, donde el nuevo arte es estimado por su rendimiento económico y, al mismo tiempo, es despojado de cualquier valor social o moral, sin ni siquiera el filtro del veto ideológico, ese que intenta dignificar a la mujer en nuestra sociedad actual. ¿Es que nadie escucha las canciones que taladran el modo de entender la sexualidad? ¿Es que nadie se percata de la cosificación de la mujer que entrañan sus letras? ¿Es que nadie se rasga las vestiduras por la vulgaridad del éxito?

Todo vale bajo este nuevo sol. Será cuestión de acostumbrarse, o bien dejar que todo muera, como sucederá con nosotros, que solo seremos recuerdo cuando las futuras generaciones envíen toda esta…música al único lugar donde podrá esconderse: en el olvido.