Una vita da mediano

No fueron los títulos, Rafa, es el legado

Vicent Chilet

Vicent Chilet

El regreso de Rafa Benítez al Valencia es una de mis ucronías favoritas. La historia tiene la tentación y el riesgo de ansiar una nueva entrega de El Padrino. Irías con gusto al cine, asumiendo el peligro de que el resultado te deje frío, que la apuesta salga mal y salte la pintura sobre el recuerdo idílico conservado de las películas anteriores. Con la trampa que ofrece una perspectiva de dos décadas, la salida de Benítez de Mestalla en 2004 se produjo en el momento perfecto. En el mayor instante de gloria y a las puertas de que los excesos del fútbol moderno invadieran para siempre el aire que respira el valencianismo. A pesar de todo, si me dieran a elegir, no habría renunciado a su vuelta, por mucho que segundas partes nunca fueron buenas. Por mucho que no funcionase ni con Kempes o Ranieri.

Pero aparcada la tentación hay una verdad mucho más trascendente. Los entrenadores, más que por los títulos, son recordados por su legado, por la manera en que impactaron y cambiaron nuestras vidas. Será ver el abrazo entre Rubén Baraja y Benítez este sábado, en la luz invernal de Mestalla, e imaginar un reencuentro de Di Stefano con Claramunt o proyectar el saludo en una década del futuro técnico Dani Parejo con Marcelino o Valverde, apurando la última travesía en los banquillos. De la hegemonía de Cruyff salió Guardiola. De la cosecha milanista de Sacchi emergió Ancelotti. El doblete de 2004 se ha acabado convirtiendo en un refugio nostálgico para muchos aficionados, pero cambió la vida de toda una generación de futuros técnicos que tienen en aquellas charlas metódicas de Benítez un manual todavía vigente, un libro de recetas de referencia. Baraja se ha convertido en el alumno más aventajado, pero su trascendencia ha influido en los idearios de Pellegrino, Marchena, Djukic, Mista, Curro Torres, Angulo, Albelda y Xisco, con el que aún se mensajea para intercambiar información sobre los software con los que trabajan. Incluso la finura en el análisis de Cañizares está impregnada de aquellas enseñanzas. Hasta el pensamiento romántico de Pablo Aimar tiene reminiscencias de Rafa, aunque sean las ideas de Bielsa, Pekerman o Jorge Jesús las que guíen su fútbol.

Benítez nunca regresó al banquillo del Valencia, pero su recuerdo elevado dialoga con la historia. No sólo perfeccionó la máquina táctica de Ranieri y Cúper, sino que conectó al valencianismo con los 19 goles en 30 partidos de la Liga del 71. Aquel 1-0 inaugural de 2001 contra el Madrid de Zidane resucitó el menosprecio centralista hacia el equipo «bronco y copero» de los 40. Culminó una identidad de juego que incluso con todo el viento en contra y sometidos a la fuerza extractiva de Meriton ha regresado como una flor en el asfalto con las finales de Copa de Marcelino y Bordalás. La identidad a la que se ha aferrado Baraja para perseguir su milagro sin recursos y en una entidad a la deriva.

Rafael Benítez Maudes será ovacionado en Mestalla porque su paso por el Valencia forma parte, para siempre, de nuestra manera de entender y defender nuestro club. No fueron solo los títulos, es un legado cuyo eco aumenta en este presente gris. Expuso sobre el césped la fuerza indestructible de la costumbre que heredamos de nuestros padres.

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