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Maestras

Amparo Zacarés

Amparo Zacarés

Desde su inauguración y a pocas semanas de su clausura, la exposición Maestras, comisariada por Rocío de la Villa en el Museo Tyssen-Bornemisza, se ha convertido ya en una noticia para consulta de hemeroteca en futuras investigaciones en torno a un nuevo paradigma artístico no sesgado ni falsario. Pocas veces, como en esta ocasión, han podido contemplarse reunidas un gran número de obras de autoría femenina, comprendidas entre finales del siglo XVI hasta los años treinta del siglo XX en Occidente. La misma estructura organizativa de la muestra, inspirada en la noción de sororidad, vertebrando varios períodos históricos y géneros artísticos, da una visión de conjunto de la presencia de las artistas mujeres en la historia del arte, dejando patente que no han sido una anécdota ni están en los márgenes de los movimientos culturales de la época en la que vivieron.

En esa idea lleva insistiéndose desde la segunda mitad del siglo pasado, cuando la historiografía feminista aglutinó a una serie de teóricas que cuestionaban el discurso hegemónico patriarcal con el que se excluían de los museos las obras realizadas por mujeres. Es sabido que sus creaciones no se ajustaban al concepto de genialidad atribuido solo a los varones, ni al canon androcéntrico predominante. De tal manera que fueron tratadas como obras menores y perdieron toda consideración para ser contempladas en público y en espacios expositivos de prestigio. Por eso mismo, había que darles el reconocimiento que merecían tal como lo plantearon las investigaciones de Griselda Pollock en el siglo XX.

Esta línea metodológica se ha mantenido con el cambio de siglo y sirvió de inspiración a la artista contemporánea, María Gimeno, quien en 2019 realizó su conferencia - performance, titulada Queridas viejas, en el Museo del Prado. Sirviéndose del manual de Historia del Arte, obra de referencia del historiador Ernst Gombrich y toda una autoridad en la crítica canónica, va cortando con un cuchillo varias de sus páginas e insertando, en cada época histórica, otras páginas nuevas con las artistas que faltaban y no figuraban junto a sus coetáneos. Con ello, la artista centra la atención del público en la necesidad de ampliar y resignificar las nociones tradicionales históricas para avanzar hacia un cambio epistemológico en la historia del arte y, por extensión, en la historia de la cultura y de la humanidad.

En otras palabras, a decir de la historiadora feminista Joan Scott, no se trata de abrirse únicamente a una «nueva historia de mujeres» sino, sobre todo, de crear una «nueva historia» no excluyente donde tengan cabida las cuestiones de género. A este proceso contribuyen los museos programando exposiciones sobre las artistas, destacándolas y dándoles visibilidad. De hecho, los museos ya no se limitan, como sucedía antaño, a buscar únicamente el goce estético y son hoy lugares de encuentro y de diálogo con una función educadora y socializadora determinante, lo quieran o no. Y no cabe duda que Maestras ha contado con una gran repercusión mediática que la ha situado en el circuito internacional y nacional de las exposiciones dignas de visitar.

Pero, según señala su comisaria, la expectación ha surgido más del boca a boca que ha motivado al público a recomendarla y visitarla varias veces. Por lo general, ha tenido más visitantes femeninos que masculinos ya que son las mujeres las más interesadas en recuperar su propio legado. No por casualidad, el cuadro que ilustra la portada del catálogo es el de Artemisia Gentileschi, Judith y su criada (1618-1619) y el de la entrada a la sala del museo, el de la pintora austríaca Helene Funke, titulado En el palco (1904-1904). Ambos cuadros constituyen principio y final de la muestra y en ambos las mujeres aparecen representadas en situación de complicidad y confidencia, invitando a una visión más completa y fidedigna de la historia del arte y sugiriendo la sororidad que ha sido el principio inspirador de esta exposición.

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