De aquella burbuja, este horror

Vendían polvorines a 600.000 euros, fincas construidas con los 'mejores materiales' que, a la hora de la verdad, se ha visto lo que son: una auténtica bomba mortal.

Estado en el que ha quedado el inmueble de Campanar.

Estado en el que ha quedado el inmueble de Campanar. / Francisco Calabuig

Isabel Olmos

Isabel Olmos

Disculpen si encuentran agresivo el titular pero, con varias personas fallecidas y familias enteras desaparecidas, no hallo mejor término -ni tampoco quiero, en realidad- para expresar el dolor, la incredulidad y la rabia que, desde ayer, nos ha invadido a todos. El dolor por el inmenso sufrimiento de decenas de familias, cientos, que han perdido para siempre a algún familiar, a un amigo, su casa o su mascota... Familias que lo han perdido absolutamente todo en treinta minutos que nos han horrorizado a todos. Tantos sueños truncados, tantos proyectos, tantos afectos y tantas vidas, desaparecidas ante nuestros ojos a una velocidad imposible de digerir. Algunas de estas vidas empezaban y tenían pocas semanas, otras superaban ya las ocho décadas de vivencias. Algunos eran de aquí, valencianos, otros dejan familia en otras partes de España o el extranjero. Hay tantas historias, tan ricas, tan nuestras y tan dignas que merecen, como mínimo, una pregunta: '¿cómo ha podido pasar?.

Pues ha podido pasar por algo que vivimos y permitimos hace casi 20 años. ¿Lo recuerdan? Vendían pisos-polvorines a 600.000 euros, fincas construidas con los 'mejores materiales' que a la hora de la verdad se han visto lo que son: una auténtica bomba mortal. Lo llamamos la 'burbuja inmobiliaria' y muchos de sus impulsores se hicieron ricos con este modelo que, muchos años después, se ha cobrado un precio mucho más elevado: vidas humanas. La constructora que levantó el edificio de 'los rusos' -como popularmente se conocía a la finca por la nacionalidad de muchos de sus propietarios- cayó en bancarrota dos años después de poner en venta los inmuebles. Ojo a los precios: de 600.000 a 800.000 euros el ático. La mejor panorámica de València en un enclave precioso: el tradicional barrio de Campanar. No sé si fue antes de la firma o después cuando quizás les dijeran a los futuros dueños que la fachada contenía un material que, en caso de incendio, haría que todo ardiera como una colmena.

Pagamos fallas de cartón piedra a precio de palacios de oro y ayer vimos estupefactos y en un estremecedor directo como una estructura que se presuponía estable, segura y firme se venía abajo, como una carcasa vacía, engullida por una bola de fuego. Alguien diseñó ese tipo de edificios, alguien les dio permiso, alguien los construyó y alguien los vendió con el atractivo de una dudosa modernidad. Fachadas bonitas cuyas placas, como le pasó a este edificio hace unos meses, salían volando como hojas en un vendaval. Las nuevas que pusieron en su lugar, oh milagro, son las únicas que no han sido pasto de las llamas en este pavoroso incendio. Para muestra, esta foto, a la derecha:

Imagen del edificio quemado, con las placas nuevas, a la derecha.

Imagen del edificio quemado, con las placas nuevas, a la derecha. / L-EMV

Los días que nos esperan van a ser duros. Muy duros. Como lo fueron las jornadas posteriores al accidente del metro de 2006, con 43 muertos y 47 heridos, a las que siguió un silencio vergonzoso y atronador. No permitamos que esto ocurra de nuevo. Hay miles de edificios como este a lo largo y ancho del territorio valenciano. Exijamos revisiones y, si cabe, sanciones. La vida de muchas personas está en juego. A la tragedia del jueves me remito.