Opinión | Voces

Anillar el cansancio

A veces celebro los horas. Cuando el pequeño H se despierta a golpe de patada voladora, miro el reloj y, si son más de las 7:15 horas, salto de alegría, creyendo haber acumulado fuerzas para correr siete maratones. Las mayoría de las veces permanezco inmóvil como una presa acechada por una fiera. Pero no funciona, despierta poco después y comienza el largo día. Hijos: días largos y años cortos.

No preciso del anillo de los millonarios para saber la carga energética que acumulo, lo cansado que estoy. La gran característica común de los padres (y, por supuesto, de las madres) es el cansancio. A partir de les 8 de la tarde, directamente, la extenuación. Y no es un agotamiento comparable con otros. Es uno que lo concentra todo. Es físico pero es mental también.

El anillo ese que ahora es tendencia entre aquellos que no precisan mover una sartén para sacar otra vale 379 euros. Se le ha visto al príncipe Harris, a Will Smith, a David Beckham, a Lance Armstrong, a Shaquille O’Neal o al rey emérito… ¿Necesita realmente el proscrito Juan Carlos un anillo para medir su nivel de trabajo y agotamiento? Qué tontos nos estamos volviendo, al final compraremos tecnología para que nos avise de cuándo respirar. Lo venden, dicho anillo, como comodidad, incluso como información, pero es control a cambio de disminuir capacidades. Se pierde dos veces.

Un estudio del año 2000 desvelaba que el hipocampo del cerebro era mucho más grande en los taxistas de Londres, ya que potenciaban a diario la memoria y la orientación espacial al tener que haber aprendido y recordar casi a diario las veinticinco mil calles de la metrópoli inglesa. Sin embargo, pasados los años y con la generalización de los GPS se empezó a hablar de que dicho utensilio reducía habilidades de los humanos, que eludían memorizar y ejercitar el cerebro para delegar la función en la máquina. Se nos atrofia el cerebro por la cómoda cesión de funciones. Los nuevos taxistas londinenses ya no tienen el hipocampo musculado como el pectoral de un haltera.

Además, el tiempo y el esfuerzo que supuestamente ahorramos con dicha delegación de tareas lo usamos para trabajar más, no nos engañemos. No lo usamos para pasear o leer, tampoco para cocinar o hacer los deberes con nuestro hijo. Somos más productivos pero más esclavos porque, en el capitalismo ultraliberal que se ha impuesto como dictadura, trabajamos (física o mentalmente) durante las veinticuatro horas. Con lo agotador que es eso. Nos hemos casado con el cansancio, lo hemos anillado. Y es que quizá no son los hijos los causantes del cansancio, sino la carga mental falsamente autoimpuesta de pensar muchas veces que, mientras se está con ellos, se evaporan posibilidades laborales o capacidad productiva. Falsamente autoimpuesta porque realmente la fuerza el ambiente que se respira, la atmósfera del sistema. Es el olor de la servidumbre, que se inhala queriendo o sin querer.

No compren el anillo de los millonarios, sólo les servirá para decepcionarse.