Opinión | A la contra

El coste de la masculinidad

Los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, una realidad que, traducida en cifras, supone un 75% de varones suicidados frente al 25% de mujeres. Este dato –tres de cada cuatro suicidios son de sexo masculino– anima a plantearse una cuestión: ¿Por qué? La muerte por suicidio es multicausal y sería impreciso analizarla desde un solo vector. Con todo, exponer algunos riesgos de la masculinidad hegemónica o tradicional permite comprender las dificultades que supone «vivir como un hombre». Siempre, desde luego, partiendo de una premisa feminista irrenunciable, a saber: el patriarcado ejerce su violencia contra el sexo femenino y nosotros, el sexo masculino victimario, reproducimos los tentáculos patriarcales a través del machismo, el sexismo y la misoginia que habitan en nosotros. Dicho esto, expondré algunos riesgos inherentes a esa masculinidad aprendida desde que naces varón mediante la maquinaria de socialización diferencial del género.

Mutilación emocional. Los hombres carecemos de una red que nos sostenga, cuide y ayude ante las dificultades. Nos sentimos solos y desamparados cuando surgen los problemas; no pedimos ayuda, no sabemos solicitarla y consideramos que hacerlo reduce nuestra virilidad. Privatizamos las emociones fingiendo que no necesitamos al otro/a. Si las hiciéramos públicas, compartiéndolas, viviríamos mejor y más humanamente.

Riesgo. El patriarcado nos anima a arriesgar, desafiar y eludir las normas sociales más elementales. Los hombres nos drogamos más, conducimos temerariamente y sufrimos adicciones como expresión de «vivir la vida al límite». En un instituto de Secundaria un joven me decía que la muerte por «balconing» no es un accidente mortal temerario sino la expresión de «vivir a tope».

Sexualidad violenta. La educación afectivo-sexual ha sido secuestrada por la pornografía. Mabel Lozano me diría que nunca hubo tal cosa en nuestro país. Lleva razón. Pero quiero decir que, ante su ausencia, la pornografía se ha apropiado del sexo. Los jóvenes confunden el placer con la violencia. No saben follar ni quieren aprender. Normalizan la violencia sexual convirtiéndola en un «derecho». El «somos la polla» refuerza el privilegio de nacer hombre, un privilegio que produce monstruos como las manadas y los puteros. ¿Qué hay en la mente de un joven o adulto varón que abusan sexualmente de una niña o mujer prostituida? ¿Se puede soportar psíquica y emocionalmente explotar a mujeres y ser amante, marido o padre? ¿Se puede mirar a los ojos a tu hijo/a y mujer y decirles «soy putero»?

La fratría. Demostrar tu masculinidad para hermanarse con los tuyos, es decir, los varones, supone una constante exposición de virilidad difícilmente sostenible las 24 horas diarias. El patriarcado te pone a prueba cada segundo. ¡Si bajas la guardia patriarcal te señala! Ser hombre y tener que demostrarlo incesantemente reduce la salud mental y emocional de los varones.

Homofobia. La masculinidad desprecia toda orientación sexual que no sea la hetero. También a cualquier varón que rompa los roles o estereotipos de género. Ese corsé asfixia porque si rompes con la masculinidad los hombres te expulsan de su paraíso patriarcal. Puedes (debes) abandonarlo, aunque, ¿a qué precio?

Misoginia. Los hombres no amamos ni reconocemos a las mujeres. Nos admiramos a nosotros y a los nuestros. Negamos la existencia como seres humanos al sexo femenino, la mitad del planeta. Esa confrontación tiene un coste muy elevado porque imposibilita una relación entre iguales, empática, cordial, respetuosa, admirable, compartida. ¿Qué mujeres admiramos nosotros los hombres?

Nos suicidamos más. El género daña y por eso el feminismo es indiscutiblemente abolicionista. La masculinidad, o sea, el patriarcado, nos mata. Que lo entiendan los varones permitirá compartir un mundo más igual y menos patriarcal. No es mal asunto, ¿verdad?