Opinión | No hagan olas

Algo huele a podrido… en el fútbol

Otro escándalo de corrupción salpica al fútbol de este país. Nada nuevo bajo el sol. Hace tiempo que nuestra «Dinamarca» futbolística huele a podrido. Fue un periodista, precisamente, el que nos avisó a todos los españoles que gustaban del balón y la radio, que ese mundo en apariencia inocuo por intrascendente, sano por lo deportivo y ociosamente lúdico, podía esconder tiburones y piratas desalmados. Recuerden los mayores de cincuenta aquella letanía nocturna: Pablo, Pablito, Pablete… referida al eternizado presidente de la Federación de fútbol, Pablo Porta, un cara dura, oligarca a la antigua usanza, que fue descabezado gracias a las ondas dirigidas por José María García, quien llegó a ser el más poderoso periodista radiofónico del país, tanto que incluso se movilizó contra el golpe de Estado del 23 de febrero. Una memorable noche de periodismo.

Lo que vino después fue, tal vez, peor. Ángel María Villar, un chulesco exfutbolista, se perpetuó durante ¡veintinueve años! en la presidencia federativa. A Villar solo se le pudo apartar del cargo por la intervención judicial. Villar acabó en la cárcel, con sus cuentas bancarias embargadas por mor de los mangoneos en los procesos electorales con las federaciones territoriales, con los que conseguía ser aclamado cuantas veces era sometido al veredicto de las urnas.

Villar hizo suyo un sistema clientelar por el que se repartían favores a los miembros de las diversas asambleas; les servía para mantenerse en las poltronas sine die. Varias leyes del deporte después, no ha sido posible terminar con tales prácticas, una fontanería interna que ampara las relaciones basadas en el intercambio de atenciones a cambio de votos.

Pero por lo que parece, las cosas todavía pueden ir a peor si no se les pone un adecuado remedio. A Villar le sucedió Luis Rubiales desde 2018, otro exfutbolista de aires perdonavidas, incapaz de renunciar a su mandarinato tras el grosero episodio que protagonizó en la final del Mundial femenino.

Desalojado de la presidencia por los tribunales deportivos, ahora resulta que la justicia ordinaria le reclama explicaciones por las martingalas financieras que han operado durante su jefatura federativa. No hay nada confirmado en estos momentos, por lo que hay que presuponer la inocencia de Rubiales en cripto líos y comisiones sauditas multimillonarias, pero lo que queda en evidencia es la falta de trasparencia y honradez en el gobierno del fútbol actual.

En las federaciones y en demasiados clubes, el fútbol parece carecer de ética y control. Traspasos opacos, intermediarios que trabajan en connivencia con directivos y hasta con periodistas, contratos en paraísos fiscales, estratagemas para eludir a la hacienda pública… Pufos y más pufos en un mundo con personajes amorales, comediantes irresponsables como Gil y Gil, tramas arbitrales como la que envuelven a Enríquez Negreira y sus amigos, presidentes encarcelados por malas prácticas al estilo Sandro Rosell o coautores de escuchas ilegales como Josep Maria Bartomeu. Del chisgarabís bético Ruiz de Lopera al condenado por sinvergüenza José María del Nido.

Los valencianistas saben de estos asuntos como tantas otras aficiones. El preámbulo fueron las charlotadas entre Juan Bautista Soler y Vicente Soriano, a las que siguió la compraventa del club a un brooker singapurés, Peter Lim, quien ha descapitalizado el valor futbolístico de la entidad realizando operaciones y fichajes junto al famoso intermediario portugués Jorge Mendes. El registro de incompatibilidades parece no existir en el fútbol, lo que ha permitido a Lim y Mendes hacer y deshacer con los futbolistas a su antojo. Al señor Lim le importa una higa que la masa social del Valencia se manifieste contra su pésima gestión, en espera, por lo que aparenta, de un último negocio a cuenta del futuro solar de Mestalla.

Hay poco de deportivo entre las bambalinas del fútbol, cuyos estamentos profesionales permiten la entrada de grandes sumas de dinero procedentes de países teocráticos o de magnates petrorusos, provocando desigualdad y escasa limpieza entre los diversos equipos, incluso entre las diferentes ligas. Ni siquiera el reparto de los derechos televisivos se lleva a cabo de un modo justo y riguroso, ahondando los desequilibrios entre grandes y pequeños. Todo lo contrario de lo que ocurre con el baloncesto, precisamente, en la cuna del capitalismo, los Estados Unidos, donde existen topes salariales y se favorece la elección en los drafts (el sistema de fichajes) a los equipos peor clasificados al objeto de mantener el interés competitivo del campeonato.

Pese a todo, el fútbol mantiene su vigor social. Son las aficiones sanas las que lo mantienen vivo. Ver cantar en Liverpool la grada the Kop a su equipo el ‘Never Walk Alone’ cuando despedían al entrenador, a la afición valencianista pasear pacíficamente sus pelucas naranjas por finales europeas, la fidelidad del Athlétic bilbaino a los valores de su tierra o construir escuelas deportivas de la nada como han hecho en la pequeña localidad de Villarreal, nos devuelven el espíritu que consigue hacernos vibrar al contemplar a nuestros jugadores con los colores que les identifican y defienden. Unos más que otros, todo hay que decirlo.

Suscríbete para seguir leyendo