Opinión | tribuna

­El pretexto del César

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez / Christophe Gateau/Deutsche Press

El Diccionario de la RAE, de «pretexto», dice: «motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer algo o para excusarse de no haberlo ejecutado». En la mañana del 24 de abril Sánchez, a la pregunta de Rufián «¿Cree usted en la justicia?», contestaba: «En un día como hoy y después de las noticias que he conocido, a pesar de todo sigo creyendo en la justicia de mi país». Poco antes se supo de la incoación de unas diligencias previas en el Juzgado de Instrucción nº 41 de Madrid, como consecuencia de una denuncia del sindicato Manos Limpias contra Begoña Gómez por unos hechos presuntamente constitutivos de sendos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Unas horas más tarde, Sánchez hacía pública una carta de dudosa sino imposible compatibilidad con la respuesta dada a Rufián: «… a pesar de todo sigo creyendo en la justicia de mi país».

Por el tenor de la carta parece que las denuncias interpuestas por aquellos a los que Sánchez tilda de derecha y ultraderecha, necesariamente son denuncias falsas, olvidando, por ejemplo, que la Infanta Cristina, en aquel entonces séptima en la línea de sucesión, se sentó en el banquillo de los acusados justamente por una querella de ese mismo sindicato y al ver un juez indicios delictivos que hacia ella apuntaban. Para Sánchez, lo determinante no es el qué, sino el quién, a pesar de que es público y notorio -pues nadie lo ha desmentido (¿a qué esperan?)- que Begoña Gómez ha firmado cartas avalando personalmente a empresas finalmente subvencionadas por el Gobierno que preside su marido. Doña Begoña a día de hoy aun no ha sido llamada a declarar en calidad de investigada gracias al prudente proceder del juez instructor que primero quiere oír -en calidad de testigos- a los responsables de los medios que han publicado las noticias de las que se ha servido Manos Limpias.

Sánchez, en su carta, lamenta que exista «una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales». Vale, pero ¿qué tiene que ver todo eso con las diligencias previas incoadas en un juzgado de instrucción de Madrid? ¡Nada de nada! Ante la actuación del Juzgado, si la familia Sánchez Gómez considera que el juez ha dictado a sabiendas una resolución injusta, puede interponer una querella por prevaricación, otra por injurias o calumnias contra los medios difusores de esos bulos o noticias falsas y otra por acusación y denuncia falsa contra Manos Limpias ¿por qué no lo hace? Otra pregunta, ¿qué postura mayoritaria es de ver en Sánchez y socios de legislatura respecto de la inviolabilidad del Rey? ¿Hay cierta semejanza, analogía o paralelismo entre la (criticada por ellos) inviolabilidad del Rey y la salida en tromba de Sánchez por lo que un juez de instrucción ha hecho a su enamorada?

Pasan los cinco días y Sánchez, con una sobria a la par que descortés puesta en escena, hace distintas afirmaciones que las debería predicar de él y de quienes le respaldan («O decimos basta o esta degradación de la vida pública determinará nuestro futuro condenándonos como país»; «…si permitimos que la sinrazón se convierta en rutina, … habremos hecho un daño irreparable a nuestra democracia…»; «Llevamos demasiado tiempo dejando que el fango colonice impunemente la vida política, la vida pública, contaminados de prácticas tóxicas inimaginables hace apenas unos años») y sin embargo las proyecta como reproche contra quienes no piensan como él, construyéndose de ese modo una obligación moral desde la que nos garantiza «trabajar sin descanso, con firmeza y con serenidad por la regeneración pendiente de nuestra democracia y por el avance y la consolidación de derechos y de libertades».

El avance y la consolidación de derechos y libertades se consigue aferrándose a la Constitución. No hay alternativa posible. ¿Qué entenderá Sánchez por regeneración pendiente de nuestra democracia? ¿Tal vez, durante estos cinco días, se ha dado cuenta de que ha indultado a quienes lejos de arrepentirse repetían -una y otra vez, antes y después del indulto-, que lo volverán a hacer? ¿O quizás ha advertido que con la aun nonata ley de amnistía está dando oxígeno a quienes le están chantajeando para que puedan seguir haciéndolo, con tal de mantenerse en Moncloa gracias a sus siete votos? ¿o que para Junts y ERC, la amnistía no es el punto final del conflicto, sino el primer paso hacia la autodeterminación de Cataluña (y Bildu y PNV mirando de reojo)? ¿Por fin se habrá dado cuenta que la reforma llevada a cabo de la malversación es, en realidad, un premio a los corruptos? Si fuese así, incluso habría que agradecérselo a Manos Limpias, pero, mucho me temo, que no es esa la dirección que Sánchez quiere dar a sus palabras. Sus palabras son el pretexto para fagocitar a los indómitos. Lo que no sabe es que no lo conseguirá.