Opinión

Europa: éxito compartido

La Declaración Schuman supuso el inicio de una manera nueva y estable de entender las relaciones entre los pueblos europeos, fundamentada en los principios básicos de solidaridad y paz. Un camino que nos ha traído hasta aquí, hasta el mejor momento de nuestra historia, cuando disfrutamos de mayor prosperidad y bienestar de manera continuada. Por eso, el número de europeos que se sienten satisfechos con su pertenencia a la Unión Europea no ha dejado de aumentar, año tras año.

Tenemos retos de gran calado que afrontar, como el cambio climático, el terrorismo, los flujos migratorios, la digitalización o la inteligencia artificial. Pero también disponemos de la mejor herramienta para superar el temor que pudiera provocar la incertidumbre, que no es sino la firme convicción de que si afrontamos juntos esos desafíos los superamos con éxito. Nuestra unidad nos ha proporcionado, durante más de 50 años, pujanza comercial y económica, ha sido la garantía de perdurabilidad de nuestro sistema democrático y ha afianzado la viabilidad de nuestro modelo social. Ahora también es nuestro aval para afrontar el futuro.

No perdamos de vista que el marco global en el que nos movemos está transformándose a gran velocidad por múltiples causas, entre ellas la pujanza de potencias económicas y tecnológicas como China, India o Brasil o a la agresión militar rusa a Ucrania. Pensar que es posible sobrevivir de manera separada al desarrollo tecnológico y al acceso a la energía, o disponer de la capacidad defensiva necesaria para asegurar nuestra autonomía, es vivir fuera de la realidad. O tener intereses espurios.

Hace unos años, Jacques Delors escribía: «En estos tiempos de crisis para la identidad europea, es fundamental que la Unión Europea demuestre que no está paralizada, sino lista para actuar como una fuerza de vanguardia en los múltiples retos a los que nos enfrentamos». Ciertamente la integración europea es ahora más difícil que en la época de Delors, porque conseguir la autonomía estratégica que necesitamos y superar los retos que tenemos por delante supone pasar de la unión de intereses económicos a la de la política, a la de los valores y sueños. Pero avanzar en la integración es ineludible si no queremos volver a sufrir todo lo que soportaron las generaciones anteriores.

La Unión en la que pensaron los grandes estadistas de los años cincuenta, y la que hemos ido construyendo, es una casa para todos, donde cada uno de nosotros debe sentirse partícipe de las políticas que se desarrollan, y no solo porque se deciden democráticamente, sino también porque repercuten directamente en el bienestar de la ciudadanía. No cabe duda al respecto: todos los temas nacionales relevantes alcanzan también una dimensión europea. Tanto es así que, en 2022, el 57 % de las leyes aprobadas en nuestro país derivaron de la aplicación de reglamentos o de la trasposición de directivas europeas. Por eso son tan importantes las elecciones europeas, por eso debemos sentir no solo como un derecho sino también como una obligación nuestra participación en ellas el próximo 9 de junio.

El proyecto europeísta ha superado los momentos de apatía que se han podido presentar en coyunturas históricas determinadas. Siempre ha sido así, porque su fuerza reside en la ilusión por un futuro mejor de generaciones y generaciones de europeos, y porque hemos sabido actuar colectivamente, priorizando el bien común por encima de las particularidades, como lo hemos hecho para afrontar el Brexit, la pandemia o el aumento prolongado de la inflación. Esa es nuestra garantía de futuro y la causa de un sentimiento de orgullo y pertenencia compartido por este inmenso éxito histórico que es la Unión Europea.

Pensemos pues, hoy que celebramos la unidad de Europa, en todo lo que supone este proyecto que empezamos a construir hace más de medio siglo, pensemos en nuestra democracia y en nuestro modelo social europeo, pensemos en el futuro. Porque en palabras de Helmut Kohl: «Europa es nuestro futuro, Europa es nuestro destino».