El caminante

Lo que el poder quiere ocultar

Lo que el poder quiere ocultar

Lo que el poder quiere ocultar / Manuel Muñoz

Manuel Muñoz

Manuel Muñoz

«¡Cómo me gusta esto!» dice Tom Hanks interpretando al director del Washington Post Ben Bradlee en Los archivos del Pentágono (The Post) de Steven Spielberg. Es una de las películas que mejor reflejan el comportamiento de los periodistas y lo que ocurre en el interior de un periódico. Otra es Primera plana (The Front Page) de Billy Wilder, con Walter Matthau («¿Y quién demonios lee el segundo párrafo?») como director del Examiner.

Gracias a las posibilidades de las plataformas de televisión, he revisado en días seguidos la citada obra de Spielberg, de 2017, y Buenas noches, y buena suerte (Good Night, and Good Luck) de George Clooney, 12 años anterior. La primera trata sobre la publicación de documentos sobre la guerra de Vietnam, a principios de los setenta del siglo XX, que la Administración Nixon quería ocultar. La segunda, sobre la llamada caza de brujas del senador McCarthy, en los primeros cincuenta. Hay grandes diferencias entre las dos; en la segunda, con una cuidada fotografía en blanco y negro, el medio es la televisión. David Strathairn encarna un elegante y fumador incansable Edward R. Munrow, cuyo programa informativo en la CBS logra acabar con la caza de brujas.

Ambas películas tienen en común la defensa de la libertad de información por encima de las presiones, groseramente presentes, y también la naturalidad y veracidad con que reflejan el comportamiento de periodistas en medios distintos. La relación de obras cinematográficas sobre periodismo sería interminable, y entre ellas no faltan obras maestras como Ciudadano Kane (Citizen Kane), de Orson Welles (1941), o Yo creo en ti (Call Northside 777) de Henry Hathaway (1947), por citar solo dos. Las de Clooney y Spielberg tienen además el valor de trasmitir un ambiente de redacción que casi se puede oler. Y no es metáfora porque, cuando Spielberg muestra las imágenes de linotipias y las ramas de montaje sobre las mesas, me viene a la memoria el tóxico olor a plomo fundido de los antiguos talleres de periódico que conocí en los setenta.

Pero lo más importante son los personajes. Hanks, con una deslumbrante versatilidad, se convierte en un director de periódico de carne y hueso, por momentos despótico y defensor de su autonomía profesional, que no duda en poner límites a las recomendaciones de su editora, Katherine Graham. Una editora, por cierto, magistralmente encarnada por Meryl Streep, que logró una nominación a mejor actriz en los Oscars de 2017, sin conseguir el premio. Tampoco el galardón de mejor película pasó de la nominación para The Post.

Esta obra refleja como pocas las dificultades de la libertad de información y los obstáculos que encuentra en las sociedades en que está reconocida. Y es enorme la cantidad de países en que hoy no lo está. Ben Bradlee/Hanks dice: «La mejor forma de defender la libertad de publicación es publicando». Yo recuerdo la vieja máxima que solía citar mi admirado Vicent Ventura: «La misión del periodista es contar aquello que el poder, cualquier poder, quiere ocultar».

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